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CHINA S. A.

Luces y sombras de la nueva superpotencia económica

China ha pasado, en tan solo veinte años, de ser un país atrasado e irrelevante en el ámbito económico a uno de los más dinámicos. Las sucesivas reformas económicas y el flujo de inversión extranjera han contribuido a un rápido crecimiento.

China ha pasado, en tan solo veinte años, de ser un país atrasado e irrelevante en el ámbito económico a uno de los más dinámicos. Las sucesivas reformas económicas y el flujo de inversión extranjera han contribuido a un rápido crecimiento.
Una calle comercial de Shanghai.
¿Cómo un país todavía dominado por la ideología comunista ha conseguido situarse en el centro del capitalismo global?; y, aún más importante, ¿qué implica para el resto del mundo este crecimiento inagotable? Ted Fishman echa su cuarto a espadas en un libro interesante y ameno.
 
El 18 de julio se hizo público el último dato de crecimiento del PIB chino. En el segundo trimestre de 2006 la economía creció un 11,8% respecto a 2005, un nuevo récord que supera el máximo del 10% anunciado por Pekín para evitar un sobrecalentamiento incontrolable. China lleva más de 15 años con cifras de crecimiento superiores al 7%. Está a punto de convertirse en la segunda potencia económica, por delante de Japón, y es la primera por reserva de divisas extranjeras (dólares, en su mayor parte).
 
Según Ted Fishman, estos datos oficiales no muestran la verdadera dimensión de la transformación que se está produciendo en el gigante asiático. En los próximos 15 años más de 300 millones de chinos se trasladarán a las ciudades a trabajar. Habrá de construirse, cada mes, una infraestructura similar a la de la ciudad de Barcelona para poder alojarlos. China consume ya el 40% del hormigón, un tercio del carbón y un cuarto del acero.
 
Las razones últimas de este crecimiento son muy complejas, y van mucho más allá de las profundas reformas económicas y de la inexistente, en la práctica, apertura política. Según muchos economistas, se trataría de un "circulo virtuoso". La inversión extranjera acude gracias a una mano de obra barata, competitiva y dispuesta a todo que fabrica productos para la exportación más competitivos que los elaborados en cualquier otro lugar debido, en parte, a un tipo de cambio artificialmente bajo. El éxito de las exportaciones atrae más inversiones y crea empleo, lo cual permite dar forma a una incipiente clase media... que también consume.
 
Parece, pues, que el secreto del éxito es un excedente de mano de obra barata bien controlado por un poder político que garantiza la estabilidad. Este exceso de oferta de trabajadores no sólo tiene visos de continuar, sino que se incrementará cuando enormes masas de población rural se trasladen a las ciudades costeras, atraídas por unos sueldos superiores. China es hoy uno de los escasos países que cuentan con fronteras interiores, que impiden la movilidad de los trabajadores según su hukou, el equivalente al permiso de residencia. Lógico, dicen en Pekín: si no existieran estos controles, Shanghai, en lugar de 20 millones de habitantes, tendría 200.
 
Fishman describe numerosos entornos productivos chinos, y, excepto en las fábricas extranjeras, aprecia un denominador común: la competitividad por el coste y no por la calidad. Asimismo, da cuenta de la realidad de la piratería, tolerada y amparada por el Gobierno de una forma hipócrita, y de las numerosas fábricas pertenecientes a gigantescos imperios industriales del Estado.
 
Interior de una fábrica chinca de productos textiles.Si bien es cierto que la mayor parte de los bienes producidos en China son de baja calidad y complejidad tecnológica, la proporción de los que exigen una elevada cualificación y una tecnología de primera está aumentando. Lo que antes parecía irrealizable: empresas chinas compitiendo en mercados mundiales, ya está aquí. La pregunta que se formula el autor, y que nos asalta al ver las cifras, es qué pasará cuando China pueda fabricar todo lo que se produce en Europa, EEUU y Japón, pero a mitad de precio. Para el autor, el primer efecto es evidente: más paro. Más evidente parece el concepto estático, y por tanto irreal, que tiene Fishman de la economía.
 
Las inversiones extranjeras se han quintuplicado en sólo tres años; en China se produce todo lo que se deslocaliza de Europa, EEUU o Japón. La creciente clase media local supone ya un mercado comparable a varios países de Europa juntos, y pronto superará a todos. ¿Puede una empresa considerarse "global" si no está presente en China? Fishman ilustra la paradoja de que aquellas empresas que no vayan a China están condenadas a perder cuota de mercado, pero incluso invirtiendo allí es probable que tengan que competir con elementos locales. Por otra parte, no sólo hay trabajadores poco cualificados: China ya supera a Europa en licenciados en ingeniería al año y en investigadores, y los mejores estudiantes de las más reputadas universidades del mundo son, en buena medida, chinos.
 
China quiere ser la nueva superpotencia, y para ello necesita ser más competitiva que el resto; de hecho, Pekín impide la revalorización de los salarios de la mayor parte de los trabajadores no cualificados. Oficialmente, se trata de evitar la inflación; en realidad, se trata de formar la mayor masa de gente trabajadora que la Humanidad haya visto, la cual será controlada con fines políticos. Y se la pagará mal para mantener la supremacía en las industrias manufactureras básicas.
 
¿Pero cómo desarrollar un país si los salarios no aumentan y si la mano de obra no cualificada crece constantemente por encima de la cualificada? Sencillamente, esto no está en el guión, porque el concepto de desarrollo en China es en relación a otros países del mundo; en concreto, a EEUU y a su capacidad de influencia global. Lo que hace 30 años era una pesada carga: 1.300 millones de chinos hambrientos, es hoy un arma formidable para el Gobierno de Pekín.
 
En el camino hay serios obstáculos. Con la integración de China en la economía mundial la demanda de materias primas y productos energéticos se ha disparado, con lo que han subido los precios finales. Se calcula que China necesitará el doble del petróleo que consume en menos de 10 años. También necesitará capacidad para transportarlo, procesarlo y venderlo. Precisará de materias primas como el hierro y el cobre; incluso se prevé que incremente sus importaciones de alimentos. Pekín es consciente de ello, y se prepara para los retos del futuro.
 
Ted Fishman nos muestra en este libro paradojas, aspectos desconcertantes y sorprendentes de un país que no ambiciona ser uno más en la comunidad internacional, sino situarse a la cabeza del mundo gracias a sus exportaciones y su músculo económico (recordemos que es el primer poseedor de bonos americanos). Es discutible la visión del autor respecto al impacto que vaya a tener en la economía americana, que él considera muy negativo.
 
Parece evidente que China va a incrementar su importancia en el plano económico, pero esto no tiene porqué ser necesariamente negativo. Fishman no menciona que las importaciones chinas se han incrementado de forma exponencial, y que globalmente hay más beneficio. Además, respecto a las lógicas preocupaciones por la situación política, la historia nos demuestra que es imposible abrir los mercados y mantener cerradas las sociedades. De igual modo, es cuestión de tiempo que la clase media china ambicione lo mismo que la de todos los demás países y no se contente únicamente con consumir lo mismo.
 
 
Ted C. Fishman: China S. A. Debate, 2006; 459 páginas.
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