En estas fechas, ayuno de pelotas, el Marca deviene un periódico espectral. En una ocasión, tan desesperados estaban por rellenar huecos que leí en sus páginas un poema de Kipling, el pedagógico e inmortal "Si". La excusa es que Fabio Capello se lo leía a los jugadores para motivarlos. Se rumorea que es el único poema que Mariano Rajoy ha leído en su vida.
¿Es posible combinar el fútbol y la literatura? Hasta hace poco todavía pálidos y fofos intelectuales europeos, herederos de las neblinas del Romanticismo, despreciaban los deportes, y entre todos ellos, con especial saña, el fútbol. Como dijera Borges (un apasionado del boxeo):
El fútbol es popular porque la estupidez es popular.
Todavía quedan, es cierto, algunos paleomarxistas como Terry Eagleton que hacen bromas pseudointelectuales en The Guardian sobre el confundir a Rambo con Rimbaud y opinan que el fútbol es el opio del populace. Pero estas burlas resultan patéticas cuando se recuerda lo que decía el gran escultor Eduardo Chillida, que llegó a ser guardameta de la Real Sociedad:
Yo he tenido muy en mente toda la vida lo que he aprendido del fútbol. La gente se ríe cuando digo esto, pero en el fútbol yo he aprendido muchas cosas que luego he utilizado en la escultura. Yo pensaba en cómo se puede agrandar o disminuir el peligro según te acerques más o menos al que va a disparar, porque así haces disminuir el tamaño de la portería. Pura geometría aplicada al fútbol, que luego he aplicado al arte y al espacio.
Y es que, salvo las excepciones que atufan a naftalina, los poetas y los filósofos están saliendo del armario futbolístico, y ya se atreven a poetizar los goles y los paradones, al Real Madrid y a Boca Juniors, la Champions y el infierno del descenso a Segunda.
La más famosa de las composiciones futbofílicas quizás sea el "Poema del fútbol" de Quique Wolff, que fuera defensa del Real Madrid y de la selección argentina. De aire muy kiplingniano, pueden escucharlo aquí. El primer párrafo suena como el pitido inicial del árbitro, cuando la esperanza de un buen partido se eleva hasta las gradas:
Cómo vas a saber lo que es el amor/ si nunca te hiciste hincha de un club./ Cómo vas a saber lo que es el dolor/ si jamás un zaguero te rompió la tibia y el peroné/ y estuviste en una barrera y la pelota te pegó justo ahí...
Para nosotros –que jamás podríamos vivir en los EEUU porque allí lo llaman soccer y prefieren a unos barrigudos que golpean pelotitas con bates–, los machadianos cielos azules y el sol de la infancia iluminaban campos polvorientos los sábados sin colegio, con dos piedras haciendo de porterías. Eso, aquí; en Noruega y en la infancia de Bjorn Aamodt,
el recuerdo de ser despertado por voces lejanas/ una mañana de domingo temprano en agosto, con luz amarilla/ irrumpiendo en la habitación a través de cortinas ondeantes/ y la certeza de que es hoy/ cuando vamos a jugar la semifinal contra el equipo infantil de Stalbekk/ te llena de pies a cabeza y te hace salir corriendo al patio.
Y es que, aunque hayamos soñado de chiquillos con ganar el Óscar de Hollywood, el Premio Nobel de Física o Eurovisión, ninguna meta era más alta, y más imposible, que la de llegar a enfundarse el número de 10 de nuestro equipo favorito y alzar la Copa de Europa. Algo de esta herida fundamental en nuestros egos infantiles recogió el sueco Bengt Cidden Andersson en "Igualdad":
Cuando el médico/ me miró el maltrecho menisco/ y dijo "Típico de futbolista"/ sentí una cierta alegría/ a pesar del dolor./ Porque había dicho "futbolista";
y el argentino Edmundo Rivero en "Pelota de cuero":
Crecí como crecen los pobres purretes/ la luz de mi barrio fue un rayo de sol./ Siguiendo la comba de aquel barrilete/ a un arco de trapo le hice el primer gol./ Fui un crack y mis glorias en locas tribunas/ igual que los sueños quedaron atrás/ (...) Pelota de cuero, que amé desde pibe, nacida en la magia de un mundo irreal.
En el año 82 perdimos ignominiosamente nuestro Mundial de Fútbol, pero el Dios del Fuera de Juego nos premió cambiándonos la vieja tele en blanco y negro por una rutilante pantalla en color y un montón de canales, de entre los que sólo podíamos sintonizar los dos de siempre, el UHF y el VHF. Pero cuando hay un partido de fútbol nos sobran todos los demás. Allí están nuestros héroes. A ver cuándo un vate canta al cabezazo de Pujol, pura Furia Roja, que doblegó a Alemania; nuestro portero eléctrico, cancerbero enamorado, ya cuenta con el homenaje de una groupie poeta, la cordobesa Elena Medel:
Iker Casillas, mírate rasgando el aire/ perfecto al derramarte de alegría, inmortal,/ ¿domador de serpientes, mi patria de cometas?/ No dejes de competir en belleza con los astros:/ tú eres uno, y esta batalla es tuya y de tus ojos,/ tuya y de tus labios expectantes de elegía.
Esos labios que harían temblar a después de la Finalísima... (una duda me queda: ¿a las mujeres en realidad les gusta el juego, o los jugadores?). Y es que los porteros siempre han puesto al personal poético. Rafael Alberti, además de poemas a Stalin, le hizo uno al arquero húngaro Platko, y Miguel Hernández, que siempre fue más humilde que el gaditano y al contrario que aquél prefirió las trincheras a los palacios durante la Guerra Civil, dedicó uno a Lolo, guardameta del Orihuela. En Alemania –tres veces campeona del mundo–, al mismísimo Heidegger le entusiasmaba la elegancia olímpica de Beckenbauer (lo cuenta Safranski en su biografía; "su" de Herr Martin), y también hay poetas sensibles ante la figura más solitaria en un terreno de juego; aunque el fiero Oliver Kahn no inspiraba compasión precisamente a su paisano Albert Ostermaier: Sara Carbonero
Cuando en el córner como/ un gato rubio salta desde la/ portería sobre una ola/ de entusiasmo por los/ aires azules vuela/ habría que entrenar propiamente a los Beach Boys.
Pero si los porteros destacan por su especialización, hay un participante del juego que, sin jugar propiamente, lo condiciona hasta extremos a veces inconmensurables. Para él, la gloria es inalcanzable; no, en cambio, ni mucho menos, el fracaso y el odio ajeno. Me estoy refiriendo al árbitro, claro. En una ocasión, el papa Pío XII espetó a uno de estos heroicos masoquistas: "Así que usted es el que le anuló ayer dos goles a Italia...". Mario Vargas Llosa les dedicó uno de los más hilarantes capítulos de La tía Julia y el escribidor. Pero ahora ciñámonos al ámbito poético. Sólo hay algo peor que ser hijo de un verdugo o un enterrador, y es ser hija de un árbitro de fútbol. Y si no, que se lo pregunten a la sueca Ida Linde ("Mi padre es árbitro de fútbol"):
Muere un domingo./ Cae un árbol, al parecer sin motivo,/ sobre él./ El árbitro de fútbol de la ciudad ha muerto/ y ningún jugador quiere comentar/ la muerte en el periódico./ Todos saben que es Dios el que lo ha hecho./ Mi padre sólo ha vivido por conmiseración.
Conmiseración es lo que piden los que odian el balompié en la Galaxia Fútbol. ¡Qué tortura para ellos tener que soportar en cada telediario noticias sobre si Cristiano se ha hecho un esguince o Messi se ha resfriado! Pobrecillos. A ellos va dedicada la protesta de Enrique Badosa "Español básico":
Fútbol, pelota, gol, copa, recopa,/ partido, promoción, campeonato,/ equipo, portería, córner, falta,/ quiniela, liga, entrenador y árbitro.../ Otras palabras hay, pero no constan más que en algún rincón del diccionario.
No estaría mal que el Marca, que se escribe únicamente con las palabras mencionadas por Badosa, para aliviar la canícula y para ilustración de sus lectores publicase cada día al menos un poema de los recogidos en la antología de tema futbolístico que editó Cosmopoética el año pasado. En los descansos de los partidos hojeo mi gastado ejemplar e imagino a Kubala en los versos de Serrat, rememoro al Buitre en Querétaro con Ignacio Escuín o siento la nostalgia de los pases de Guardiola con Narcís Comadira. Me gusta especialmente el minimalista de Claudio Bertoni, "Desde la ventanilla del bus":
Veo unas vacas/ en una cancha de fútbol/ dos pasan/ rozando el palo/ la tercera/ es gol.
Porque, amigos, la vida es fútbol y, como sentenció Boskov en un remate en plancha, fútbol es fútbol: cuando parece que vamos a meter por fin la pelota en la portería, siempre hay un linier que marca fuera de juego. Y el árbitro pita el fin del partido cuando todavía manteníamos la esperanza de marcar en el último segundo aunque fuese de penalti injusto.
Ha terminado el Mundial. La escala musical de las vuvuzelas ha sido "Do, re, mi, fa, gol". Pero dentro de poco comenzarán la Liga, la Copa y la Champions: el verso más corto y más impactante volverá a ser
¡Gol!
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