No existen cosas tales como el hombre, la mujer, el judío, el obrero, el alemán o el intelectual, sino individuos, algunas de cuyas características coinciden con las de otros individuos. Lo colectivo es siempre aparente. Y jamás debe dársele prioridad, ni siquiera cuando los propios afectados crean en su identidad de grupo: ningún hombre que ore en una sinagoga es idéntico al que ora a su lado: diferente es su rezo, distinta su visión de Dios.
La Shoah (me niego a dar carácter sacrificial a ese crimen llamándolo "holocausto") se perpetró contra el judío, pero cada una de sus víctimas fue un judío particular, creyente alguno, laico otro, heterodoxo cada cual a su modo. E igualmente diferentes entre sí han sido los sobrevivientes de la catástrofe, como se comprueba en la lectura de testimonios, desde los más despojados, los del relato oral, hasta los más elaborados, obras literarias de gran calidad.
Los testimonios de supervivientes de la Shoah constituyen un género literario, que ha proliferado en todo Occidente a partir de 1945; con algunas excepciones, entre las que se cuenta España. La prolongada dictadura del general Franco, con sus censores en general judeófobos, y el solapado antisemitismo ambiente, debido sobre todo a la ignorancia y a la ausencia de judíos de carne y hueso en el entorno del español medio, determinaron que esa literatura se publicara tarde, en relación con el resto de Europa, y se difundiera sin alardes. Aún ahora, cuando Primo Levi está en las estanterías de cualquier persona culta y se dispone de una versión española (incompleta) de la Crónica del gueto de Varsovia de Ringelblum (hallada en unas cajas después de la guerra, ya que su autor no sobrevivió) y de una traducción de La destrucción de los judíos europeos de Hilberg (al increíble precio de cien euros), los claros siguen siendo notables (por ejemplo, nos falta el diario del gueto de Adam Czerniakow) y no hay trazas de que la situación vaya a mejorar a corto plazo.
En esas condiciones, la publicación en España de dos obras importantes con la Shoah como eje, muy distintas entre sí, pese a ser ambas piezas literarias de excepción: El séptimo pozo, de Fred Wander, y La hierba amarga, de Marga Minco, resulta una noticia especialmente grata.
Fred Wander (Fritz Rosenblatt), que murió el año pasado en Austria, fue un precursor: El séptimo pozo apareció en 1971 e impulsó la reelaboración en clave de ficción de otras experiencias judías bajo el nazismo, como la de Kertesz (a quien ni siquiera el Nobel le permitió ocupar en España el nivel que merece). Cuando terminó la guerra y fue liberado de Buchenwald, Wander no se marchó. Regresó a Viena, y desde 1958, debido a su matrimonio con la también escritora Maxie Wander, se estableció en Alemania Oriental. En 1983, tras la muerte de su esposa, su vuelta a Viena fue definitiva.
Es, por supuesto, un autor de lengua alemana que necesitó vivir en alemán para desarrollarse literariamente. No obstante, El séptimo pozo es un libro tan profundamente judío como si hubiese sido redactado, o mejor, contado de viva voz, en idisch, desde su deslumbrante primer capítulo, "Cómo se narra una historia". En la mejor tradición literaria de los judíos centroeuropeos, a la que pertenecen desde Singer y Appelfeld hasta Roth y Birmajer, Wander cierra ese primer giro de su novela así:
Se extendió el rumor de que los estadounidenses abrían un segundo frente. Pero ¿cuándo llegaría el segundo frente? Los judíos rezaban en el barracón del aseo e imploraban al Eterno, los cristianos acompañaban el rezo en coro. Llegaría el verano, llegarían los largos días cálidos, el sol radiante y el segundo frente. Mendel Teichmann murió poco después que Jossl. Murió una muerte sin sentido, indigna, permitidme callar sobre eso. Sus versos se han olvidado, sus cenizas yacen dispersas sobre los bosques y campos polacos. Mendel Teichmann, el hombre que quiso enseñarme cómo se narra una historia.
En diez líneas, Wander explica la situación en Auschwitz, la tragedia que para millones representó en su día la demora en la apertura del segundo frente, la muy olvidada presencia de cristianos en los campos de la muerte, y la miseria de la muerte misma. Huelga que yo escriba cien líneas encomiásticas más: eso es literatura de verdad.
Hablemos ahora de la experiencia y la herencia de Marga Minco, una judía holandesa cuyos padres y hermanos fueron deportados durante la ocupación alemana y jamás volvieron. En La hierba amarga cuenta el modo en que ella se salvó, y todo lo que sucedió en aquella época. También aquí hay literatura de verdad, como se ve en el relato de lo sucedido en la familia el día en que el padre llega a la casa con un paquete de estrellas amarillas para coser en la ropa de todos:
[...] siempre que tengáis en cuenta que han de ir en el lado izquierdo, a la altura del pecho.– ¿Cómo lo sabes? –preguntó mi madre.– Venía en el periódico –dijo mi padre–. ¿No lo leíste? Deben estar bien visibles.– ¡Cuántas has traído! –exclamó mi madre, que repartió un par de estrellas a cada uno–. ¿Podías llevarte tantas?– Claro que sí –aseguró mi padre–, tantas como quisiera.– Está muy bien –dijo ella–. Así podremos reservar algunas para la ropa de verano.Cogimos los abrigos del perchero y nos pusimos a coserles las estrellas. Bettie lo hacía minuciosamente, con pequeñas puntadas imperceptibles.– Hay que hacerles un dobladillo –me dijo al ver que estaba cosiendo la estrella a mi abrigo con enormes puntadas chapuceras–. Así queda mucho mejor.– Me parece muy poco práctico –le respondí–, ¿cómo puedes sacar un dobladillo de estas puntas miserables?– Primero tienes que doblar los bordes –me aleccionó Bettie–. Después prendes la estrella con alfileres al abrigo y la hilvanas, luego la coses y vuelves a sacar el hilván, así siempre te quedará bien.[...] Al final, la estrella quedó torcida.–Ahora no puede leerse lo que está escrito –dije suspirando–, pero tampoco será ningún problema. Lo reconocerán en seguida.
¿Cómo se puede resumir mejor el paso de la ingenuidad a la desgracia?
Veo los dos libros sobre mi mesa. Los he recomendado con fervor, con el mismo fervor con que los he leído. Tengo sentimientos ambiguos hacia ellos: ¿era necesario tanto dolor para que se cumpliera la literatura? ¿Es que no podemos hacer nada duradero sin ese maldito ingrediente? ¿No hay camino hacia la grandeza que no pase por el dolor?
FRED WANDER: EL SÉPTIMO POZO. Galaxia Gutenberg (Madrid), 2007, 190 páginas.
MARGA MINCO: LA HIERBA AMARGA. Libros del Asteroide (Barcelona), 2007, 110 páginas.