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MITOS SOCIALISTAS

Los errores de Ernesto Cardenal

El poeta Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925) es otro de los falsos mitos que enarbola constantemente la intelectualidad de la izquierda socialista. La reciente muerte del Papa Juan Pablo II nos trae a la memoria la vida y la obra de aquél, llamado "poeta de los pobres", que se ordenó sacerdote en 1965. Bajo la boina y la sotana roja de este celebrado autor hay más sombras que luces.

Nombrado ministro de Educación y Cultura en el primer Gobierno revolucionario, Ernesto Cardenal se creyó "cardenal" del sandinismo comunista, se enfrentó al Papa y erró al defender la tiranía. Sostenía que para ayudar a los pobres era preciso aliarse con los marxistas y hasta usar la violencia. Su "catolicismo de izquierda" –siempre tan sonriente con las guerrillas– se enmarcó en la "Teología de la Liberación", que el Papa rechazó por falaz.
 
Centroamérica estaba en los 80 inmersa en continuas guerras, y Nicaragua sufría los embates post-revolucionarios de Daniel Ortega. Existían desavenencias entre la Iglesia Católica y el Gobierno sandinista, agravadas por la presencia de sacerdotes en el Gabinete, como el canciller Miguel d'Escoto, el propio Ernesto Cardenal y su hermano Fernando, dirigente de la Cruzada de Alfabetización. La Iglesia y sus superiores religiosos no veían bien su presencia en esos puestos, pero ni Cardenal ni los otros obedecieron.
 
Hoy vemos muy claro cómo y por qué Cardenal erró al enfrentarse al Papa Juan Pablo II. Así se entiende el episodio del 3 de marzo de 1983, cuando un grupo de seguidores de la revolución sandinista boicotearon una misa campal en la que pedían a gritos a Juan Pablo II que condenase a EEUU. Al concluir la misa, interrumpida en varias ocasiones por los fanáticos del sandinismo, el Papa salió para el aeropuerto, mientras los dirigentes sandinistas saludaban a la multitud desde el mismo estrado donde había dicho misa aquél.

La cálebre reprimenda del Papa a Cardenal.Ante la visita de Juan Pablo II, el Gobierno sandinista había dispuesto eliminar del protocolo el saludo de los ministros en el aeropuerto, pero de improviso el Papa se dirigió hacia éstos, entre quienes se contaba Cardenal. Ante las cámaras de televisión, el Santo Padre lo reprendió, sentenciándolo con el índice y afirmando: "Usted tiene que arreglar sus asuntos con la Iglesia".
 
Cardenal erró al no darse cuenta de que la doctrina católica se basaba y se sigue basando en el amor y no en las pistolas, en la caridad y no en las bombas. Erró al proclamar desde la izquierda la formación de una suerte de falsa iglesia del proletariado. Erró porque el pueblo no estaba con la iglesia politizada ni con los sicarios del comunismo. El pueblo estaba y sigue estando –como vemos estos días– con el Papa.
 
Juan Pablo II volvió a Nicaragua 13 años después, en febrero de 1996, cuando los sandinistas ya no ocupaban, afortunadamente, el poder. Pero se preparaban ya para participar en las primeras elecciones presidenciales tras su derrota electoral de 1990. Entonces, el Papa recordó el incidente como "una gran noche oscura" del pasado, lo cual fue interpretado por Ernesto Cardenal y por muchos otros como una alusión a la intención del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) de retornar al poder.
 
Frente a lo que había querido criticar Cardenal, Juan Pablo II estaba apuntando así a las luchas revolucionarias en Nicaragua, con más de 50.000 muertos; a la guerra civil salvadoreña, con 75.000 asesinatos; a la guerra de casi cuatro décadas en Guatemala, con más de 200.000 muertos.
 
Con todo, el gurú sandinista Daniel Ortega todavía tenía agallas para pedir disculpas y perdón ante la Iglesia Católica, en clara maniobra política para intentar, sin éxito, ganar la Presidencia. Es así como el sandinismo fue derrotado por el voto del pueblo nicaragüense en honestas elecciones. Para entonces Cuba seguía hundiéndose en el desastre total, y el imperio soviético se derrumbaba en silencio gracias a la verdad y al amor a la libertad del Papa.
 
Por eso hoy entendemos sin lugar a la duda que Cardenal erró al apoyar el marxismo sandinista con gestos pseudomísticos. Erró cuando conoció a Fidel Castro y se vio conmovido, con las manos temblorosas y la alegría en sus ojos, ante la presencia del gran tirano, al que elogió. Erró, en fin, al confirmar su apoyo y su fe no en la Iglesia a la que representaba, sino en la artificial Iglesia de la izquierda socialcomunista.
 
Ernesto Cardenal nunca pareció perdonar la admonición pública que le hizo el Papa, y durante muchos años quiso demostrar una equivocada y engreída superioridad intelectual. Erró cuando nos recordó que la Iglesia era el origen de la Inquisición y cuando quiso reducirla a una turba de papas ebrios y lujuriosos. Se equivocó también cuando añadió: "Juan Pablo II le ha hecho mucho daño a la Iglesia, y debería pedir perdón por los casos de pederastia, por oponerse al progreso, a las revoluciones sociales, y por querer quedarse en el pasado. Aunque, lamentablemente, los marxistas se dejaron corromper y olvidaron el noble ideal de Carlos Marx".
 
Erró también al definirse como '"marxista, místico, poeta, sacerdote y revolucionario, y todo a la misma vez", o al añorar la ''nobleza'' de Marx.
 
Desde las filas intelectuales y políticas del sandinismo, Cardenal quiso poner contra las cuerdas a Juan Pablo II por su alineamiento contra el comunismo y por sus ideas parejas con las de personajes clave del anticomunismo como Ronald Reagan o Margaret Thatcher. Hoy sabemos quién estaba en el lado correcto de la historia.
 
De la farsa de esa teología de la liberación de Ernesto Cardenal, del fusil y la sotana ya dieron cuenta Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en uno de los capítulos de su Manual del perfecto idiota latinoamericano. No redundaremos en ello.
 
Pero sí animamos a que el lector conozca al verdadero Ernesto Cardenal. Ahí está el poeta, nada despreciable aunque sí bastante irregular y hasta, muchas veces, cansino, aunque con indudables logros líricos. Ahí está el ideólogo, siempre de espaldas al pensamiento liberal y a la verdadera defensa de la Libertad. Y es justamente ahí donde los posibles aciertos líricos de algunos de sus versos no pueden borrar nunca los errores de una vida claramente falsificada.
 
Los premios que incluso el actual Gobierno pseudoliberal de Bolaños en Nicaragua le van otorgando incomprensiblemente pueden quedar bien para la foto. Son como los premios de la derecha española de Aznar a Rafael Alberti. Pero no esconden la realidad de una trayectoria éticamente cuestionable y siempre de espaldas a la justicia y a la verdad. La muerte del Papa sirve, entre otras muchas cosas, para recordarlo.
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