Pero, por más nuestra que sea esa España a la que amó –"Te embarga una dulce ilusión que mitiga los defectos y exagera las virtudes del amado"–, y que esgrima la necesidad de contar su historia, ¿están justificadas sus memorias? ¿No se encontrará el lector con una versión contemporánea de lo que escribieron otros viajeros, un George Borrow o un Gerald Brenan, pongamos por caso? ¿Una visión de entomólogo, tal vez? ¿Una idealización? ¿Una de esas falsificaciones testimoniales de moda? ¿Una historia de la Shoa que, como ha señalado algún crítico literario, también corre el riesgo de banalizarse?
Semillas de gracia no es una crónica de viaje ni un ensayo sobre la cultura española, sino unas memorias, la crónica de una vida que ha sido vivida y hasta exprimida literariamente; unas memorias que tienen más de narración que de ensayo, aunque estén organizadas según criterios temáticos. Para empezar, a partir de sus propios recuerdos y con informaciones procedentes del diario que escribió su padre, sin artificios y a pie de realidad, Thomas Mermall da cuenta de su experiencia de la Shoa, el episodio que marcó su conciencia de niño judío y su manera de estar en el mundo.
En el año 1944 el padre decidió escapar al bosque con el pequeño Thomas, de seis años. La madre, aquejada de una enfermedad que en aquellos tiempos se llamaba neurastenia, decidió quedarse en casa y acabó finalmente asesinada en Auschwitz; pero su recuerdo, su olor y su sonrisa –"Aún respiro tu calor, todavía me nutre un amor que me ha sustentado a lo largo de los años"– permanecerán en la memoria del ensayista. Una historia estremecedora, pero insuficiente si no se tiene también en cuenta que, junto al mal y sus interrogantes, Thomas Mermall señala y agradece la bondad –"Se habla mucho de la maldad, pero no de la bondad. No hay respuesta filosófica para explicar esa bondad"– de la que fue beneficiario, pues él y su padre salvaron la vida gracias a la protección de Ivan Gardner, un humilde campesino que puso en riesgo su propia vida para protegerlos, primero en aquel bosque de Rutenia, entonces perteneciente a Checoslovaquia, y después en su casa, donde los alojó –en la parte superior del pajar– hasta que terminó la guerra y fueron liberados por los rusos.
Entrañables son los capítulos dedicados a las mujeres, muchas, de cuya compañía, amor y hasta incomprensión disfrutó Thomas Mermall. Desde la pubertad, cuando, en forma de atracción por una de las sirvientas de su casa, sintió la fuerza de "lo que Goethe llamó el Eterno Femenino", que para él adoptó "la forma del glamour de Hollywood" y que pronto se convirtió en atracción por mujeres más cercanas: por María, una mujer griega que le sirvió para interesarse por la cultura clásica; por C. J., su primera esposa, comunista a la que quiso por "su sentido del deber y de la decencia"; por Jenny, que fue como una segunda madre; hasta llegar a su última esposa, Penélope, la persona que lo redimió de las pasiones más oscuras y destructivas.
En el mismo nivel de implicación emocional se desarrollan las páginas dedicadas a la amistad, que, como señala en el capítulo "Hay amigos y amigos",
salvo por el factor de la intimidad sexual (...) tiene muchos paralelismos con el matrimonio.
Amistades forjadas a lo largo de años de vida profesional en una universidad de Long Island, primero, y después en CUNY, desde 1973 hasta 1999, año en que se jubiló. Amistades fruto de encuentros inesperados y amistades forjadas a lo largo de años de correspondencia y lecturas compartidas. Amistades hechas a lo largo de muchos años de vida profesional en el hispanismo, que le unieron a gentes como Francisco Ayala, Ángel Alcalá, Alfonso Armada, Eduardo Lago y Antonio Muñoz Molina.
En estas páginas Thomas Mermall da cuenta del placer que siente en el Madrid de tascas y tabernas, nos habla de la Residencia de Estudiantes, de la pensión de don Pascual y doña Carmen, de los puestos de libros de la Cuesta de Moyano o de la Castilla que recorrió de la mano de José Jiménez Lozano:
Muchas veces pienso en nuestros viajes por las ancestrales y polvorientas carreteras de Castilla y nuestras visitas a lugares históricos, sobre los que Pepe había escrito muchos libros.
España tiene cabida en las memorias de Mermall porque el país y su cultura se incrustaron en su experiencia vital. A través del idioma, que aprendió en Chile y de cuyos tacos se servía en contadas ocasiones para desahogarse aunque estuviese hablando en inglés; de los tantos y tantos amigos españoles que se granjeó; de sus gentes –"Simplemente demuestra la persistencia en la sociedad española de un orgullo y una dignidad raramente hallados en otros sitios"– y de su literatura, a cuyo estudio se dedicó profesionalmente. Y aunque, basándose en sus lecturas y en su experiencia personal, reconoce la pervivencia de cierto antisemitismo, observa:
El antisemitismo español moderno, como el italiano, es más bien formal y abstracto, (...) no es racista ni propenso a la limpieza étnica.
Como no podía ser de otro modo en un hombre cuya vida transcurrió entre la lectura, la escritura y el pensamiento, el capítulo que dedica al mundo académico deja unas cuantas perlas, a las que los funcionarios de las universidades deberían prestar atención: sobre la distancia cada vez mayor que hay entre el mundo académico y el auténtico cultivo y transmisión del conocimiento; sobre el peligro de las mareantes modas, en las que se pierden valiosas inteligencias, o del esnobismo académico; sobre el abusivo control que ejercen muchos jefes de departamento llegados a esa posición por razones políticas, más que académicas; sobre el atraso intelectual que supone tener docentes con mentalidad de gerentes o burócratas.
Por más que haya sido organizada en bloques temáticos, la vida de Thomas Mermall transcurre aquí en un fluir de identidades –judía, húngara, hispana y norteamericana, que es la predominante– que se ayudan y complementan, sin divagaciones ni metamorfosis, hasta desembocar con un post scriptum en el que expone los miedos, y esperanzas, que le suscitaron el saber que padecía un cáncer de páncreas, que acabó costándole la vida el 29 de setiembre del 2011. Porque no quiso dejar nada en el tintero. Sin anécdotas ni chascarrillos. La vida escrita de un hombre honesto.
THOMAS MERMALL: SEMILLAS DE GRACIA. Pre-Textos (Valencia), 2011, 555 páginas. Traducción de Eva Rodríguez.