Yo no sé si los negros literarios de Sarkozy han escrito este libro, como escriben sus discursos; pero para quien, como yo, siguió profesionalmente aquella campaña, Testimonio es mucho más flojo que bastantes de los discursos del actual inquilino del Elíseo. Aquí entramos en un terreno que supera la política stricto sensu, porque ciertas ideas, convicciones y promesas, parecen mucho más convincentes cuando se dicen con entusiasmo y talento que cuando se leen. Un buen actor, se dice en Francia, puede arrancar aplausos declamando la guía de teléfonos; leerla es otra cosa.
Testimonio fue escrito para convencer al personal de que su protagonista era el mejor candidato a la Presidencia de la República. Y hoy, como todo el mundo sabe, está instalado en el Elíseo. Pero como me han pedido mi opinión sobre esto que parece un libro, diré un par de cosas. Aparte del autobombo, obligatorio en una campaña electoral, creo que Sarkozy se pierde en detalles que, incluso si fueron motivo de polémica en su día, no tienen importancia real. Por ejemplo, vuelve sobre el, digamos, momento racaille, por el que tanto se le criticó.
Así, Sarkozy explica, una vez más, que, estando en Argenteuil en plena crisis de los suburbios, una mujer le espetó desde una ventana: "¿Cuándo nos van a desembarazar de esta racaille?". A lo que el por entonces ministro del Interior contestó: "Sí, señora, vamos a barrer esa racaille". Pero no: la racaille sigue actuando.
En este punto, si Sarkozy tiene razón en decir que los disturbios de 2005 y 2007 no son sólo un problema social (paro, vivienda, etc.), porque existen bandas organizadas de narcotraficantes y ladrones (mucho menos que en Río de Janeiro y Sao Paulo, pongamos), no dice absolutamente nada sobre el papel del islam radical; que no es que lo diga yo, sino los propios informes de la Policía y los escritos de esos pocos periodistas que se atreven a hablar de ello. Los políticos no, ni siquiera Sarkozy.
Pasemos ahora a la cuestión de las reformas. Leer las promesas electorales es menos interesante que constatar los hechos registrados en estos primeros siete meses de presidencia del protagonista de Testimonio. Se han emprendido reformas, desde luego, pero muy timoratas; por ejemplo, en la universidad y en el mercado laboral: un poquitín más de flexibilidad, pero sin suprimir las 35 horas, pese a que Sarkozy reconoce, una vez más, que han sido nefastas, y que han castigado a los más pobres... y puesto en bandeja más vacaciones pagadas a los ejecutivos. El ocio es una idea humanista y placentera, pero cuando en un país aumenta la penuria y se estanca la producción, la voluntad de "trabajar más para ganar más" se justifica totalmente.
No voy a insistir sobre las tímidas reformas emprendidas, ya que son cuestiones obligatorias de mis cartas parisinas. Sí lo haré, en cambio, en una contradicción en que incurre Sarzkozy. En estas páginas, así como en sus discursos –de campaña y, luego, presidenciales–, insiste, erre que erre, en la reforma del Estado. Afirma que hay que reducir el papel del Estado en cuestiones económicas y sociales, para que pueda dedicarse con más eficacia a su cometido tradicional; pero hace exactamente lo contrario: con el ubicuo e hiperactivo Sarkozy, el Estado se ocupa de todo como no lo había hecho jamás, y las declaraciones de aquél sobre la libre negociación de los partenaires sociaux, o socios sociales, si se me permite la expresión, no pasan de ser agua de borrajas.
También incurre en contradicciones cuando habla de política internacional. Así, en Testimonio aplaude la política de Jacques Chirac en defensa de Sadam Husein y contra los USA, bajo la máscara de la "defensa de la paz", para, a la vez, defender que Francia ha de mejorar sus relaciones con los USA; relaciones que estropeó, precisamente, Chirac, a quien él aplaude.
Por lo que hace a Oriente Medio, escribe que hay que defender el derecho a la existencia de Israel y actuar para que los palestinos tengan, al fin, un Estado; y que Francia ha de dar continuidad a su "gran política árabe". Etcétera. Las habituales chorradas diplomáticas.
Menos mal que en este libro que ha escrito o sólo firmado no habla de su último aquelarre: la Unión Mediterránea, que es como si alguien hubiera propuesto, en plena Guerra Fría, una UE en la que países totalitarios y países democráticos hubieran bailado juntos la sardana de la fraternidad universal, tan apreciada por los Testigos de Jehová.
Nicolas Sarkozy se pasa de listo... y yo me paso de tonto, porque, queriendo demostrar mi imparcialidad, tener en cuenta los puntos de vista de unos y otros, al mismo tiempo que Témoignage me compré el libro de Ségolène Royal Ma plus belle histoire, c’est vous.
En qué hora. El libro de Ségolène no forma parte del debate político: es un fenómeno sociológico de literatura virtual en el que la tontería se disfraza de ingenuidad y sinceridad; y hasta me pregunto si puede haber gente que aprecie semejantes confesiones. La imbecilidad no tiene fronteras.
Un capítulo de esta obra maestra lleva por título "No soy Juana de Arco ni la Virgen Maria". En realidad, Ségolène ni siquiera es Becassine: ésta es tonta pero buena; aquélla, tonta y además mala. Que obtuviera el 47% de los votos en las presidenciales demuestra hasta qué punto se ha hundido Francia; y justifica plenamente la victoria de Sarkozy, pese a su testimonio y su pesado lastre de conformismo en demasiados aspectos.
NICOLAS SARKOZY: TESTIMONIO. Taurus (Madrid), 20007, 264 páginas.
SÉGOLÈNE ROYAL: MA PLUS BELLE HISTOIRE, C'EST VOUS. Grasset (París), 2007, 336 páginas.