Liberales: ¡Manos a la obra!

No es Schwartz un intelectual a la europea, encerrado en un despacho del que salen como globos multicolores reflexiones generales para iluminar o confundir al semejante. Es más bien un pensador riguroso, interesado por los mecanismos de la acción. Está convencido de que la reflexión y las ideas pueden tener influencia en las decisiones políticas si tienen consistencia, primero, y si quien las expresa conoce la forma en que funciona la vida política y se implica en ella. Tanto como un compromiso moral, bajo el que tantas veces se han disimulado atrocidades como las protagonizadas por los intelectuales del siglo XX, se trata de una voluntad de participar en la extensión de la libertad trabajando en pro de las instituciones.

 

Todo esto le proporciona al nuevo libro de Schwartz un trasfondo muy particular. Se titula En busca de Montesquieu, y el epígrafe es al menos tan importante como el propio título: ni más ni menos que "La democracia en peligro".

 

La referencia a Montesquieu siempre se agradece. El pensador francés no sólo dio nombre a la teoría de la separación de poderes, una teoría que, como sabemos, en España nunca ha funcionado muy bien –incluso antes de que un socialista famoso decretara su defunción–, también fue un escritor sabroso y entretenido como pocos, aunque no sea ésta la faceta que le interesa recalcar a Schwartz. Éste propone lo que él mismo llama una recuperación reflexiva de la doctrina constitucional de los liberales clásicos.

 

Montesquieu es el anzuelo, muy legítimo, que se nos lanza para que piquemos en un repaso sumamente enjundioso, escueto y completo de ese ejercicio de prudencia que fue en su tiempo el liberalismo; prudencia, sobre todo, frente al ejercicio del poder, incluido el nacido de la opinión, es decir frente la democracia.

 

La claridad expositiva y didáctica es tal, que algunos de los capítulos de En busca de Montesquieu se pueden leer como un curso sobre liberalismo muy conveniente para conocer, o refrescar, las bases políticas del pensamiento liberal.

 

En esta indagación en busca de las raíces del pensamiento activo en defensa de la libertad resulta lógica la evocación de la famosa magdalena de Proust. No es mía, sino del autor, al principio el volumen. Aunque tanto como de recuperar el tiempo perdido se trata aquí de ir plantando las bases para un desafío que va más lejos de esa intención primera.

 

De ahí la importancia del epígrafe, en defensa de la democracia. Pedro Schwartz expone bien las discusiones clásicas acerca del peligro que la democracia supone para la libertad. De hecho, le dedica uno de los tres grandes apartados, o paradojas, de su trabajo, el titulado "Tercera paradoja: democracia o liberalismo". En contra de lo que parece deducirse del enunciado, para el autor no hay contradicción insalvable entre ellos. Sería más bien al revés. Ya no basta con recurrir a Montesquieu y reforzar los principios de limitación del poder para ampliar la libertad y de paso asegurar la democracia: es necesario ampliar la libertad para salvar una democracia sin la cual, como demuestra el siglo XX, no hay libertad.

 

Pedro Schwartz confía en la eficacia de unas "vías de liberación", frente al célebre "camino de servidumbre" de Hayek. Esas "vías" están más allá de la política. Se trata del comercio, la tecnología, la mundialidad, término preferido por Schwartz al de globalización. En el fondo, estamos ante la cuestión clave, que Schwartz plantea varias veces en tono positivo, de los fundamentos morales de la libertad y de si el liberalismo contribuye a apuntalarlos.

 

Habrá quien piense que estamos ante un optimismo exorbitante y que En busca de Montesquieu, a pesar de tratar en profundidad la relación problemática entre liberalismo y moral, deja de lado, al final, los problemas que él mismo suscita. Pero, en rigor, también se trata de un ejercicio de escepticismo, bastante sano, por cierto. Más que confiar en el propio ejercicio del poder para limitar éste, Schwartz propone que sea la propia sociedad la que se aleje del poder para luego moldearlo, adaptarlo a sus demandas y, en una palabra, domarlo. Recuperar a Montesquieu para ir más allá, pues.

 

Las dos primeras paradojas, tituladas "El malestar en la modernidad" y "Libertad y riqueza", reflejan la complejidad conceptual que está en el fondo de esta propuesta. Pedro Schwartz se reclama del liberalismo de Hayek. Insiste por tanto en la importancia de las instituciones, pero también en la importancia de la moral y las virtudes –lo que últimamente se ha dado en llamar "valores"–, que no se agota en la ley.

 

En el fondo, esta reivindicación de Montesquieu que termina con una apelación a superarlo para cumplir mejor su pensamiento proporciona una buena idea de los retos a los que el liberalismo, la doctrina y la práctica de la defensa de la libertad, se enfrenta hoy en día. Más allá del repaso histórico, por tanto, estamos ante una indagación polémica y muy actual acerca del ejercicio de la libertad y de los instrumentos políticos que han de defenderla.

 

Pedro Schwartz termina su volumen con un acorde muy orteguiano, un "Epílogo para latinoamericanos" que termina con un muy elocuente "¡Manos a la obra!". Adelante.