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UN TESTIMONIO ESCALOFRIANTE

Lavandera, a tumba abierta

El nombre de Francisco Javier Lavandera saltó a la palestra a consecuencia de una cinta magnetofónica. A finales de 2004 el periódico El Mundo publicó que había aparecido en el cuartel de la Guardia Civil de Cancienes una cinta que recogía una conversación, bastante anterior al 11-M, en la que Lavandera desvelaba numerosos detalles sobre la trama asturiana a un agente del servicio de información de la Benemérita.

El nombre de Francisco Javier Lavandera saltó a la palestra a consecuencia de una cinta magnetofónica. A finales de 2004 el periódico El Mundo publicó que había aparecido en el cuartel de la Guardia Civil de Cancienes una cinta que recogía una conversación, bastante anterior al 11-M, en la que Lavandera desvelaba numerosos detalles sobre la trama asturiana a un agente del servicio de información de la Benemérita.
Aquella cinta venía a poner de manifiesto varias cosas: que en Asturias existía una compleja trama de suministro de explosivos; que esa trama se movía en la frontera entre la delincuencia organizada y el mundo de los confidentes policiales contando con protección de las Fuerzas de Seguridad; que la trama mantenía contacto tanto con redes marroquíes de tráfico de droga como con ETA; y, finalmente, que dicha trama podría ser un instrumento por el que las unidades de lucha antiterrorista podrían estar suministrando dinamita marcada a grupos terroristas.
 
A partir de ahí dio comienzo el calvario de ese testigo llamado Lavandera, a quien primero nombraron testigo protegido para luego retirarle, a los pocos meses, la protección. Todos conocemos uno u otro de los numerosos episodios de intimidación vividos por Lavandera: la muerte de su ex mujer, Lorena, delante de centenares de personas en una playa de Gijón, el envío de las fotos de la autopsia de ésta a su domicilio, la bomba falsa colocada debajo de su coche, el intento de asesinato en un monte, la muerte de los animales de su granja...
 
A tumba abierta nos presenta la historia de este testigo. Pero, en lugar de limitarse a narrar sólo aquellos aspectos relacionados con las investigaciones del 11-M, el libro se adentra en profundidad en las memorias de este asturiano de poco más de cuarenta años y cuya peripecia vital dejaría boquiabierto a más de un aspirante a protagonista de novela negra.
 
Porque eso es, en definitiva, A tumba abierta: una auténtica novela negra basada en hechos reales y construida con los recuerdos, las vivencias, las denuncias y los silencios de un personaje, Lavandera, que tiene mucho de héroe y mucho de villano, un poco de caballero y un poco de monstruo, bastante de Quijote y bastante de Sancho.
 
Lavandera no es (él mismo lo deja claro en el libro) ningún santo. Las páginas de este testimonio nos describen a un personaje a la vez admirable y repulsivo; a un hombre enormemente violento que, al mismo tiempo, es capaz de un raro heroísmo y una enorme ternura; a alguien que se ha movido toda su vida en una frontera donde la delincuencia y la marginalidad se dan la mano con los personajes e instituciones más respetables. Huyendo de arquetipos y de maniqueísmos, la obra nos presenta, en definitiva, a una persona real, con sus luces y sus sombras, dentro de una sociedad tan ambigua y compleja como el propio personaje.
 
Porque A tumba abierta es extrañamente sincero en lo que al retrato del protagonista se refiere. Extrañamente sincero y enormemente duro. Se lo digo claramente: no compre este libro a menos que esté dispuesto a escandalizarse, porque Lavandera no nos ahorra ningún detalle (ni sexual ni violento) en lo que respecta al sórdido mundo de los prostíbulos asturianos, un mundo en el que un guarda de seguridad tan pronto tiene que abrir la cabeza de un cliente molesto como limpiar el vómito de un borracho o montarse una orgía con algunas de las pupilas. Unas confesiones sórdidas, descarnadas e impactantes, muy lejos de cualquier intención de presentar a Lavandera como un ciudadano ejemplar.
 
He dicho que las confesiones son extrañamente sinceras, y es verdad. Pero no totalmente sinceras. En las páginas del libro se adivinan silencios y contradicciones que revelan un cierto pudor del personaje en lo que se refiere a algunos aspectos de su pasado. Y analizando esa vida en su conjunto se adivina que hay algo más en los silencios que el mero interés de limar los aspectos más oscuros de su personalidad.
 
Las peripecias de Lavandera permiten intuir su contacto con los servicios del Estado, un contacto nunca explicitado pero siempre presente: su formación militar en los cuerpos especiales, su historial de mercenario, su título de guarda de seguridad, su extraña serenidad en un mundo de la noche en cuyas sombras a veces es imposible distinguir al policía del delincuente, al magistrado del convicto, al empresario del capo. ¿Trabaja o ha trabajado Lavandera para nuestros propios servicios secretos? Si no lo ha hecho, lo parece. Al analizar su testimonio en lo que al 11-M respecta, queda claro que Lavandera desempeña un papel mucho más complejo de lo que a primera vista podría creerse.
 
Poco nos puede decir Lavandera de muchos de los aspectos más fundamentales de la preparación de los atentados, porque el centro de la trama no estaba en Asturias, sino en Madrid, pero su testimonio nos revela que aquella trama asturiana que nos intentaron vender como un simple grupo de delincuentes comunes trabajaba, muy probablemente, por cuenta de la propia Policía. O, mejor dicho, por cuenta de los servicios de información. Lo que inevitablemente plantea la duda de si esa trama verdaderamente participó en la preparación de la masacre o fue, simplemente, "quemada" después del 11-M para ocultar la verdadera autoría de los atentados.
 
La persecución a Lavandera tras su denuncia de la trama revela un interés desmedido por acallar al personaje. Quizá no tanto por lo que pueda revelar del verdadero atentado cuanto porque deja al descubierto muchas de las cortinas de humo con que se pretendió envolver la verdad. Las amenazas a este testigo tienen también, como se intuye en el libro, un propósito ejemplarizante, como aviso para potenciales Amedos. Sin embargo, sus confesiones dejan claro que Lavandera no es un testigo dispuesto a callarse. Quizá por eso resulte tan molesto.
 
En resumen, se trata de un libro cuya lectura les recomiendo. Permite comprender el ambiente en que se movían muchos de los supuestos implicados en la masacre de Madrid: el mundo más cutre de la noche, donde ni por asomo cabría pensar que Al Qaeda reclutara a sus huestes. Les recomiendo que lean el libro y que traten de ir más allá de las meras palabras, para ponerse en la piel del personaje. Pero, antes de comprarlo, pregúntense a sí mismos si están dispuestos a emprender el viaje al fondo de la noche, con todas las consecuencias. Si están dispuestos a abrir los ojos a esa realidad que se oculta en los locales de alterne y en las selvas africanas azotadas por la guerrilla y por el hambre. Si están dispuestos a asomarse a los abismos de los que la gente bien no habla, aunque todos sepamos que están allí.
 
 
FRANCISCO JAVIER LAVANDERA Y FERNANDO MÚGICA: A TUMBA ABIERTA. LA ESFERA, 2006; 320 PÁGINAS.
 
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