La mitad del interés de esta hagiografía es el alarde de justificación de su autor, un "independiente de izquierdas" que adora al donoso sevillano y se pasa todo el libro intentando que no se le note. La otra mitad es su rica oferta de chismes sobre un González al que vemos hasta en traje de baño en sus años mozos, cuando sus amigos le llamaban el Mono y le decían: "Felipe, quítate la sotana antes de meterte en el agua" debido al felpudo de primate que le cubría de los pies a la cabeza .
Los nostálgicos del felipismo y los aficionados a la prensa rosa y a los chascarrillos de las secciones más esquinadas de la prensa diaria no quedarán decepcionados con la lectura de este jugoso mamotreto de vanidad y adulación. Las mil caras de Felipe González no es, en realidad, sino mil máscaras que encubren un mismo carácter, el de un adicto al poder que ha dedicado toda su vida a encaramarse en él y conservarlo. Incluso de una sucesión de testimonios tan superficiales emerge la motivación profunda que atraviesa la biografía de González.
El lector apenas encontrará en este libro de José García Abad información significativa que le aproxime a la dimensión histórico-política del personaje, en cambio saldrá empachado del exceso de cotilleo servil y la exaltación evangelista de quienes afirman que recibieron sus enseñanzas, fueron ungidos por sus manos o presenciaron sus milagros.
Es curioso que el autor, obsesionado por justificar su punto de vista y defender la autoridad de sus fuentes, no explique, en cambio, la clamorosa ausencia del testimonio de la esposa de Felipe González. Puestos a cotillear con su "querida secretaria", Pilar Navarro (a la que, sin que sepamos por qué, llama "Ana Navarro"); con su primera novia, Concha Romero; con su amigo más preciado, Juan Alarcón; con su hermano, Juan Manuel González Márquez, y hasta con su guardaespaldas, el autor habría encontrado datos y anécdotas más fiables conversando con quien ha compartido vida, hogar y peripecias humanas y políticas con él durante su etapa adulta; a menos, claro está, que nadie que conozca realmente al personaje quisiera prestarse a un proyecto intelectual tan poco dotado para la verdad y volcado, en cambio, en esparcir la leyenda turiferaria, lo cual, por otra parte, siempre es una garantía de éxito comercial entre los parroquianos; pero tiene escaso valor para los historiadores y sólo consigue entretener a los amantes del muy digno género de los ecos de sociedad.
El autor de esta biografía sentimental de González no es un observador cualquiera. José García Abad (Madrid, 1942) ha acompañado con su oficio periodístico el ascenso y la caída del felipismo, desde los tiempos en que un grupo de jóvenes sevillanos se fue a Francia a hacerse con la marca del PSOE, un partido histórico que devino en vegetal durante el franquismo y en el que, donde otros vieron una tradición revolucionaria y marxista, González vio una lanzadera práctica hacia el poder. García Abad fue redactor de Triunfo en aquellos años. Después dirigió proyectos periodísticos más o menos minoritarios, como Panorama Económico, El Nuevo Lunes y El Siglo de Europa. El éxito editorial le ha llegado con la biografía Adolfo Suárez, una tragedia griega y con La soledad del Rey, un balance político del reinado de Juan Carlos I.
Las mil caras de Felipe González se ofrece al lector como algo que no es: una biografía política del ex presidente, es decir, un intento de remontar el carácter del personaje a través del curso de sus decisiones históricas. No hay tal retrato, sino una sucesión de testimonios banales que perfilan el mito de un González mesiánico, superdotado y predestinado a dirigir el país. Da la impresión de que el proyecto ha desbordado a un biógrafo que analiza el objeto de su estudio con fidelidad sentimental y política, no con curiosidad intelectual y esfuerzo racional por la verdad.
El título encierra una justificación y un fraude. No hay mil caras, sino una única efigie, ni aparece por ningún lado el contraste de puntos de vista, sino una variedad de matices de una sola dimensión hagiográfica. El autor ha especulado con el método de la entrevista para ofrecer al lector la apariencia de una personalidad compleja y contradictoria que el personaje de esta biografía no tiene.
Es posible que Felipe González, tal y como se desprende de esta fallida aproximación, no sea más que un oportunista que tuvo muy claro desde joven que quería poder y ocupó un PSOE prácticamente deshabitado como plataforma para alcanzarlo. Un político hábil y seductor, sin más ideas que las que le sirven en cada momento para encaramarse. Uno de tantos políticos con instinto de poder, sin más principios que los estrictamente necesarios para alcanzarlo y conservarlo. Pero entonces, ¿por qué revestir al personaje de una aureola legendaria y providencial, de la que sólo dan testimonio sus parientes y allegados?