Aquel piso en el que ejercía como abogado había sido –lo supe entonces– sede del Club Liberal. Distribuían desde allí textos, la mayoría publicados por Unión Editorial, que difundían los valores de la liberad. Entre ellos, una pequeña joya que aún conservo como nueva: La economía en una lección, de Henry Hazlitt.
Hoy llega a mis manos la séptima edición de aquella traducción. Escrita hace sesenta y cinco años, esta obra desnuda muchas de las falacias económicas que aún hoy imperan. Su actualidad, el completo prólogo de Juan Ramón Rallo y una deliciosa semblanza del autor justifican sobradamente revisitar este clásico universal de la divulgación económica.
El prólogo del profesor Rallo no solo compendia el libro y explica su relevancia. Muestra también certeramente la relación entre los sofismas que enumera Hazlitt y la génesis y desarrollo de la crisis en que el mundo está sumergido. La falacia quizá más absurda, por contraintuitiva, es la que pretende que el ahorro, beneficioso para el que lo practica, perjudica al conjunto de la sociedad. Esta paradoja del ahorro socava la base de la economía libre, al implicar que el Estado debe gastar por nosotros, esterilizando así, en nombre del bien común, la conducta libre y provechosa de los agentes económicos. La creencia de que el consumo, en vez de la producción, estimula el crecimiento y, muy especialmente, la manipulación de los tipos de interés –referida en el penúltimo capítulo– conforman una política desquiciada en la que los esfuerzos individuales por progresar son imposibilitados por el Estado.
La semblanza de Henry Hazlitt –dictada por Llewellyn H. Rockwell jr. en una reunión del Mises Institute en 1994– descubre una apasionante aventura personal e intelectual. Su formación autodidacta, amplia y profunda, es ejemplo de que ser economista no consiste en predecir los acontecimientos, sino en conocer cómo funcionan las sociedades humanas. Por ello, es lógico que Hazlitt, además de ejercer intensamente el periodismo, estudiara y escribiese sobre infinidad de materias, desde filosofía moral hasta crítica literaria, pasando por el pernicioso determinismo freudiano. Entendiendo la acción humana espontánea como base de la economía, su lucha era por "el futuro de la libertad humana, es decir, por el futuro de la civilización".
El esfuerzo pedagógico de Hazlitt surge de una evidencia dramática: la influencia de las doctrinas económicas no se corresponde con su solidez y coherencia. Verdades evidentes son ignoradas, y "brillantes economistas condenan el ahorro y propugnan el despilfarro". Advertidos de las consecuencias futuras, alegan petulantes que, a la larga, todos muertos. Nada distinto hoy que ayer.
Por ello, la lección que da título al libro es contundente: la economía consiste en considerar todas las consecuencias de la acción política, no solo las inmediatas, y los efectos en todos los sectores, no en uno o varios grupos. Tal afirmación es guía suficiente para refutar los errores que amparan decisiones de nuestros gobernantes que asumimos sin discusión. Sus aplicaciones nos harán entender las acciones de "reformadores, especuladores sociales y filántropos": los que se empeñan en salvarnos de la ruina gastando nuestro dinero de forma contraria a la que nuestro sentido común dicta.
Y es que Hazlitt se pregunta: "¿Qué indujo a las gentes a suponer que lo que constituye prudencia en la conducta de las familias deja de serlo en el gobierno de un gran reino?". La respuesta: una "tupida red de falacias en cuyas mallas se debate todavía impotente la humanidad". Son posibles porque nos han convencido de que la economía sigue oscuras reglas que somos incapaces de entender.
Siguiendo esa lección única, Hazlitt repasa falacias aún vigentes. Así, explica que la destrucción no es fuente de riqueza. ¿Obvio? No tanto si un siglo y medio después de haberse formulado la parábola de la ventana rota aún creen muchos que la guerra puede acabar con la recesión, que un tsunami es ocasión para el desarrollo o, como recientemente sostuvo un premio Nobel, que una invasión extraterrestre ayudaría a aliviar nuestros males económicos.
Se trata de tener presente "lo que se ve y lo que no se ve", en palabras de Bastiat, el gran divulgador del siglo XIX. Las obras públicas, cuyo resultado disfrutamos, se acometen distrayendo recursos de otros fines que ya nunca podremos palpar. Los puestos de trabajo en el sector público se crean siempre a costa de otros que se perderán o no se llegarán a crear en el privado. El dinero que el Estado gasta nos priva del necesario consumo o ahorro personal, porque "no se ha descubierto aún el método para que la comunidad obtenga algo a cambio de nada". Los beneficios visibles y presentes de las decisiones políticas, en definitiva, se obtienen siempre a costa de otros que se conseguirían en otros sectores o en otro tiempo.
Pocas de las falacias advertidas por Hazlitt han sido superadas. El reparto del trabajo, las restricciones al comercio o las leyes de salario mínimo siguen siendo impunemente alegados, pese a la evidencia de que incrementan el desempleo. Hazlitt muestra de forma pedagógica cómo los sectores protegidos siempre lo son a costa de otros sectores, y que todos, en realidad, nos vemos empobrecidos por las restricciones a la producción.
Porque la producción, recuerda el autor, es la riqueza. Señaló Smith que se confunde dinero y riqueza: Ello permite a los políticos jugar con la inflación, aunque induciéndonos a confundir la creación de dinero en que esta consiste con la subida generalizada del nivel de precios que ocasiona. El falseamiento del sistema de precios provoca malas inversiones y desorganización de la economía, con efectos dramáticos. El dinero, advirtió Hayek, es un instrumento demasiado peligroso para dejarlo a la conveniencia de los políticos.
Sin resignarse, Hazlitt lamenta que ningún país sea "capaz de aprovechar la experiencia de otros, y ninguna generación de escarmentar ante las adversas enseñanzas legadas por sus antepasados". Baste para ilustrarlo, en este tiempo de salvamentos bancarios, su propia queja: "¿Cómo asumir el hecho de que el contribuyente asuma los riesgos mientras el empresario privado goza de las ganancias?". Poco hemos aprendido.
Pero el lector no especializado y el estudiante sí pueden aprender "Economía en una Lección". Considerar los efectos sobre toda la sociedad, y no un solo grupo, y a largo plazo, no solo a corto, nos hace más libres por fortalecernos contra los errores económicos "en su forma más frecuente, extendida e influyente". La intensa labor de pensadores serios y responsables, y la valiente tarea de divulgación de los valores de la libertad de empresas como Unión Editorial, han sido y son semilla contra la recurrente obsesión de los que se juegan nuestro futuro en frívolas florituras economicistas.
HENRY HAZLITT: LA ECONOMÍA EN UNA LECCIÓN. Unión Editorial (Madrid), 2011, 231 páginas.