Su padre fue un reconocido biólogo y su madre, que influyó mucho en su vida, militó en el partido comunista. Hawking, la persona que ha ingresado en la Royal Society a una edad más temprana, enseñó en Cambridge entre 1979 y 2009. Su mujer, la doctora en literatura medieval Jane Wilder, declaró en su día: "Si no hubiera sido por Dios, no habría podido sobrellevar la enfermedad de mi marido". Hawking, a quien se diagnosticó una atrofia neuromuscular irreversible y progresiva cuando contaba 32 años, siempre ha resaltado que Jane le cambió la vida: "Hizo que dejara de concentrarme en mi enfermedad para hacerlo en mi trabajo".
El libro más conocido de Hawking es A Brief History of Time, del cual se han hecho versiones en una treintena de idiomas y vendido diez millones de ejemplares (seguramente, se ha vendido mucho más que leído). En su último párrafo, Hawking decía que cuando se sepa por qué existimos y por qué existe el universo estaremos en condiciones de conocer "la mente de Dios", tal como habían dicho antes autores como Michael Faraday, Hugh Ross, Henry Schaefer y Frederick Burnham (1861-1947), quien, por su parte, dejó escrito: "Hoy es más creíble la idea de Dios que hace un siglo". Incluso ha habido ateos que, como el profesor Anthony Flew, luego de escribir y enseñar lo suyo sobre la inexistencia de Dios, han reconsiderado su postura –en el caso de Flew, sobre todo gracias a las investigaciones sobre el ADN– y se han pasado a las filas de los deístas, entras las que encontramos nombres como los de Thomas Paine, Voltaire, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin.
En su más reciente libro, The Grand Design, que ha escrito junto con Leonard Mlodinow, Hawking dice: "Dios puede existir, pero la ciencia puede explicar el universo sin necesidad de recurrir a un creador (...) Dada la existencia de la gravedad, el universo puede haberse creado a sí mismo". De más está decir que nada hay de objetable en cambiar de opinión: la historia de la ciencia es la historia de los cambios de opinión, puesto que el conocimiento se asienta, por así decirlo, en la provisionalidad y está abierto a posibles refutaciones, de ahí la sabiduría del lema de la Royal Society: Nullius in verba (no hay palabras definitivas). Sea como fuere, detengámonos siquiera un instante en la cuestión de la existencia de Dios.
Nosotros, que estamos leyendo estas líneas, provenimos de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etcétera; "etcétera", sí, pero, lo cierto es que no podemos llevar esa sucesión regresiva hasta el infinito, porque eso implicaría que no tuvimos un origen, ergo no podríamos estar leyendo estas líneas en estos momentos: sencillamente, no existiríamos. Por ende, una primera causa se torna inexorable. Esta primera causa se suele denominar Dios, Alá, Yahvé o sus equivalentes, y para nada es incompatible con la fundada conjetura del Big Bang, que fue un fenómeno contingente, mientras que a la primera causa la define la necesidad.
Por otro lado, la psique, el alma, la mente es inherente al ser humano; de lo contrario, si fuéramos kilos de protoplasma no habría proposiciones verdaderas o falsas, ideas autogeneradas, conjeturas y refutaciones. Si hiciéramos las del loro o no fuésemos sino máquinas, como sostiene el materialismo filosófico (o el determinismo físico, por recurrir a la terminología popperiana), no podríamos siquiera intentar una defensa del propio materialismo. Qué paradoja.
El premio Nobel de Física Max Planck dijo, en el transcurso de su conferencia "Religion und Naturwissenschaft":
Doquiera que miremos, no encontraremos en sitio alguno la menor contradicción entre religión y ciencia natural: antes al contrario, encontraremos un perfecto acuerdo en los puntos decisivos. Religión y ciencia natural no se excluyen, como algunos temen hoy día, sino que se complementan y se condicionan la una a la otra (...) los máximos investigadores de todos los tiempos, Kepler, Newton, Leibniz, han sido hombres penetrados de una profunda religiosidad.
Por su parte, el también premio Nobel (de Medicina) John Eccles dejó escrito en La psique humana lo que sigue:
Abrigo la esperanza de que la filosofía expresada [en este libro] contribuya a restituir a la especie humana la creencia en el carácter espiritual de una naturaleza que toda persona posee, superimpuesta a su cuerpo y su cerebro. (...) me he esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la creencia en la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce a Dios.
Y Albert Einstein proclamó:
Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior, que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios nace de la profunda emoción que proviene de [mi] convicción de la presencia del poder de una razón superior que se revela en el universo incomprensible.
Por supuesto que todo lo anterior suele ser arruinado, desfigurado, degradado por mentes calenturientas, desviadas y arrogantes que pretenden hablar en nombre de Dios y que dicen saber su pensamiento; mentes que, con semejantes manipulaciones, han sido y son causa de matanzas inquisitoriales y guerras santas que tantos estragos han causado a la civilización, en nombre del bien y de la misericordia divina. Tamaños energúmenos han hecho y hacen mucho para la desaparición de todo vestigio de religiosidad, con sus prédicas colectivistas, disolventes y supersticiosas, que a veces calan hondo en feligresías desprevenidas e inocentes. Sus discursos inescrupulosos constituyen una fábrica macabra de ateos en serie, y muchas veces anulan esfuerzos serios por demostrar la naturaleza y el significado de la religatio.