Sin embargo, navegando por internet descubro que Finlandia, aparte de 187.888 lagos, espectaculares auroras boreales, renos, saunas, teléfonos Nokia y muchos otros atractivos, posee uno de los índices de lectura más altos del mundo y vive una época de esplendor literario, tanto en calidad como en cantidad.
Anualmente se publican allí cerca de 14.000 títulos, de los que 4.500 son novedades; sólo en Islandia hay una tasa más alta de libros publicados per cápita. Además, las obras de los autores locales son cada vez más demandadas; también fuera del país (especialmente en Alemania, Suecia y Estonia). El Premio a la Mejor Novela Europea del año pasado fue para Purga, de Sofi Oksanen, y la Feria del Libro de Frankfurt dedicará su edición de 2014 a Finlandia. Sin duda, las letras finesas están de enhorabuena.
Daniel Katz es uno de los autores finlandeses más reconocidos: galardonado en 2009 con el Premio Nacional de Literatura de su país, es autor de Mi abuelo llegó esquiando, obra que publica en España Libros del Asteroide en una excelente traducción de Dulce Fernández Anguita y José Antonio Ruiz. Katz destaca por su originalidad en el muy heterogéneo panorama literario finlandés. Pertenece a una minoría, la judía, en un país eminentemente protestante, ha escrito cuentos, teatro y novelas y, antes de dedicarse en exclusiva a la literatura, desempeñó oficios bien diversos: excavador de túneles, intérprete (en una refinería de petróleo), profesor de historia...
Katz nos ofrece aquí la historia de una familia judía que bien podría ser la suya. También sus abuelos emigraron desde Rusia a Finlandia a principios del siglo XX, y en muchas de las anécdotas y reflexiones que nos brinda el narrador –su alter ego– se adivinan sus propias obsesiones, la búsqueda de su identidad y sus raíces, si bien el resultado de dicha búsqueda no parece satisfacerle completamente. Bajo la ironía y la aparente indiferencia con que comenta los acontecimientos, algunos de ellos terribles (la Shoá), se percibe una profunda amargura, incluso hay rechazo a su propia cultura. En estas páginas Katz no sólo repasa las peripecias de su familia, también el convulso último siglo de Finlandia, de Europa y de los judíos europeos.
El protagonista del libro es Benno, abuelo del narrador, un personaje marcado por su baja estatura (metro y medio) y su condición de judío. Benno es un luchador nato: sobrevive a los pogromos en su aldea bielorrusa natal, a la durísima academia militar rusa y a las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Sus aventuras y desventuras como corneta en el ejército del Zar durante esa contienda ocupan casi toda la primera parte, sin duda la más lograda, que recuerda en muchos aspectos a Las aventuras del buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek, si bien el de Katz es un sentido del humor mucho más negro y aún más surrealista que el del checo. Katz no nos narra los hechos en estricta sucesión, sino como historias breves, casi independientes. Son, realmente, una colección de anécdotas, las clásicas batallitas del abuelo (nunca mejor dicho): historias de guerra, sobre todo, pero también de amor (cómo Benno logró conquistar a la que sería su esposa, una bella finlandesa veinte centímetros más alta que él) y las sorprendentes aventuras de Salman, el padre de Benno, en su huida de Siberia a Finlandia: una epopeya en la que se mezclan el heroísmo, la mala suerte y una siniestra figura sospechosamente parecida a un conocido personaje del folclore finlandés.
En la segunda parte el protagonismo lo comparten Benno y la familia de su hijo Arje, que se halla en el frente durante la Segunda Guerra Mundial. Son historias de desarraigo las que se nos narran, ya que la familia es evacuada a una remota aldea junto al golfo de Botnia. Sirve esta circunstancia para la reflexión acerca de la tragedia de los judíos europeos, condenados a vagar de un país a otro, a ser rechazados, odiados y exterminados. Persiste el humor absurdo de la primera parte, pero mucho más seco y afilado: son sonrisas que se nos hielan en los labios.
En la tercera parte, quizá la más floja, asume el papel protagonista el nieto de Benno, para reflexionar sobre tres momentos clave en la historia de su familia: la accidentada circuncisión de su hermano pequeño, el poco o nada entusiasta matrimonio de éste y la sepultura de su abuelo. El nieto combina la narración de los hechos con anécdotas de su infancia durante la posguerra. Son capítulos éstos que, comparados con los anteriores, resultan un tanto decepcionantes. Tal vez influya el hecho de que el abuelo, el personaje más interesante de la obra, apenas aparezca, o que Katz se deje muchos cabos sueltos: así, no sabremos por qué la familia no huye de la aldea de pescadores en que se encontraba refugiada, cuándo muere Benno o a qué se debe el rencor hacia su padre que percibimos en el narrador.
Sea como fuere, estamos ante una obra muy destacable, amena y llena de aciertos, que nos invita a saber más de Finlandia, de su historia, de sus tradiciones y, sobre todo, de sus gentes; aunque el autor advierte de que sus personajes "nada tienen que ver con la realidad, pues en realidad tampoco han existido", nos resultan enormemente reales y familiares, pese a que a menudo sean exagerados, absurdos, incoherentes. O precisamente por eso.
DANIEL KATZ: MI ABUELO LLEGÓ ESQUIANDO. Libros del Asteroide (Barcelona), 2011, 240 páginas. Traducción de Dulce Fernández Anguita y José Antonio Ruiz.