Y apelo a ellos (los franceses) con fundamento, ya que Carlos Semprún ha escrito sus libros principalmente en francés, habiendo sido traducidos algunos por una servidora –Polvo de líneas y otros cuentos (Pre Textos) y Revolución y Contrarrevolución en Cataluña (Tusquets)–. En español escribió también su primer tomo de memorias (El exilio era una fiesta (Planeta), así como aquel libro que fue el buque insignia del pensamiento libertario: Ni dios ni amo ni CNT. Si añadimos su ensayo sobre Sartre: Vida y mentira de Jean-Paul Sartre (Nossa y Jara) –que no sería ocioso rescatar durante este año del centenario sartriano–, esta novela sería el cuarto libro escrito directamente en español, esfuerzo lingüístico que hay que tener en cuenta a la hora de juzgar esta novela.
Para que se hagan una idea de su amplia bibliografía, les diré que CSM es autor de más de setenta obras dramáticas (yo traduje también una de las más celebradas y representadas en Francia: El azul del cielo, sin que se haya publicado ni representado jamás en España) y de varias novelas, algunas traducidas también al español (por otros), como El año que viene en Madrid, Las barricadas solitarias, El día que me mataron y El ladrón de Madrid.
Hay que añadir que Carlos Semprún tuvo un considerable papel en la educación política de la generación sesentayochista, gracias también a su labor editorial, primero con ‘El Viejo Topo’, colección que dirigió en la editorial hispanoparisina Ruedo Ibérico, y después en ‘Acracia’ (editorial Tusquets), colección de ensayo en la que publicó lo mejorcito en materia de pensamiento antitotalitario de izquierdas (entre otras, obras de Cornelius Castoriadis, Claude Lefort y compañeros mártires). Para no mencionar otras batallas que libró a lo largo de su vida y de las que se hace precisamente eco esta novela.
Llegada a este punto, quisiera indicar que estamos ante una novela política, de marcado cariz autobiográfico, en la que se mantiene una tesis que el autor ha desarrollado ya en otros contextos: la de la inutilidad de la oposición comunista al advenimiento de la democracia. Asistimos a la evolución moral, política y profesional de los hermanos Soriano, unos “niños del exilio” (así se titula el primer capítulo) españoles que no fueron a él por decisión propia, aunque luego, en su edad adulta, se quedaran a vivir en Francia, el país de acogida; primero, porque ahí es donde desarrollarían sus respectivas profesiones de traductor (Lorenzo) y exitoso director de teatro (Pepe/Simón), y segundo porque, en el caso de Lorenzo, pensaron que podían acabar con el franquismo, arriesgando su vida en misiones secundarias, muchas veces absurdas. París es, pues, la ciudad donde los hermanos viven, aman (hay mucho sexo en la novela; Semprún es un maestro de la literatura erótica) y se dan de bruces con la realidad, muchas veces sin querer verla.
Pero por encima de los detalles autobiográficos, que sus lectores habituales reconocerán fácilmente, ya que la aventura literaria del autor ha corrido siempre pareja a su aventura revolucionaria, también es una novela generacional, la de una generación víctima de una alucinación colectiva que, en aras de la lucha contra el enemigo fascista, acabó apoyando a regímenes políticos comunistas tan malos, si no peores (esto desde luego es cierto en el caso de España), que aquellos contra los que habían combatido en casa.
Señalo de paso que esas “aventuras” a las que de manera irónica alude en el título son tan “prodigiosas” como las que llevaron a don Quijote a perseguir endriagos, follones y malandrines, sólo que en este caso en vez de combatirlos, los ayudaban. Cuando, ya en la democracia, y una vez muerto Franco en la cama, Javier Domingo (porque otra de las características posmodernas de esta novela es la de incorporar personajes reales a la narración ficticia, incluido el propio autor, a quien Lorenzo recordaba de una “velada de poesía y música –y hasta canciones–, organizada por un tal Carlos Semprún, particularmente grotesca”, pág. 109), instalado ya en España, le llama para que se incorpore a una sociedad ávida de adelantos de todo tipo que, ingenuamente, se suponía iban a traer ellos, Lorenzo acude y se encuentra, de bruces, con otro tipo represión peor que la franquista, fundamentada en el apoyo de los “camaradas” a ETA y al terrorismo.
Aunque la trama transcurre de manera unitaria, con unos personajes principales que la recorren de cabo a rabo, la secuencia narrativa es discontinua, de manera que la acción conjuga dos planos, presente y pasado. El primero, que también es el último, sirve para recapitular y poner al día al lector de todos los asuntos poco claros que transcurren en el segundo. Así es como nos enteramos, por ejemplo, de lo que ha ocurrido realmente con algunos personajes cuyo destino resultaba incierto en algún momento de la novela y que luego, tras esa explicación dialogada, queda meridianamente claro. Si han entendido lo que quiero decir, y espero que así sea, se darán cuenta de que este libro no se puede leer al bies o en diagonal, como es tan frecuente en nuestros días.
En conclusión, y ya exclusivamente desde el punto de vista literario, se puede afirmar que Semprún ha realizado un esfuerzo de escritura y de estructura tan considerable como satisfactorio. Por ejemplo, la figura del autor teatral Boris Cohen, judío de origen centroeuropeo cuya madre desapareció misteriosamente en París, en 1941, cuando él era un niño, y cuyo recuerdo, recuperado en una fotografía descubierta en el desván, le persigue obsesivamente, es un verdadero logro literario. De hecho, este personaje se cruza en las vidas de los hermanos Soriano y sirve de contrapunto al de Lorenzo, hasta el punto de que funciona como una alternativa a su personalidad, algunos de cuyos aspectos suple al final, o mejor dicho, sustituye.
Para terminar diré que es casi seguro que esta necesaria denuncia a la inoperancia de cierta lucha irritará a algunos –en particular, a los antiguos “camaradas”–, pero seguro que divertirá, incluso conmoverá, a muchos más.
Carlos Semprún Maura, Las aventuras prodigiosas, Barcelona, Seix Barral, 2004, 349 páginas.