Heinlein, tras un parón debido a sus problemas de salud, retomó en este tomo a uno de sus personajes favoritos, Lazarus Long, protagonista de la novela corta Los hijos de Matusalén, que versa sobre un proyecto iniciado en el siglo XIX por un millonario que murió joven y que consistía en incentivar los matrimonios entre personas de familias longevas para así aumentar la esperanza de vida. Lazarus (cuyo nombre real es Woodrow Wilson Smith), el más anciano entre las "Familias Howard", las lidera en su huida de un mundo celoso de su existencia y ansioso por extraerles el inexistente secreto de su larga vida.
En Tiempo para amar, nos encontramos con un Lazarus que ya ha cumplido dos milenios –gracias no sólo a sus genes sino a los diversos tratamientos que permiten extender indefinidamente la vida– y que desea acabar con su existencia al no encontrar ya nuevos alicientes para seguir viviéndola. Sin embargo, las autoridades del planeta donde había elegido terminar sus días impiden su suicidio por la fuerza y le convencen para que acepte relatar la historia de su vida mientras buscan alguna novedad que le anime a seguir vivo. La primera y más extensa parte de la novela se convierte así en un trasunto de Las mil y una noches en la que Lazarus, en el papel de Sherezade, relata diversas historias –que nunca se sabe si son ciertas o inventadas– sobre su larga vida al presidente del planeta Secundus, entre las que destaca La historia de la hija adoptada. En la segunda parte, y disculpen si les desvelo quizá demasiado, Heinlein nos muestra qué ha sido finalmente lo que le hizo recuperar la ilusión de vivir.
Si en casi todas las novelas de Heinlein existe un personaje que ejerce de alter ego del autor, Lazarus es posiblemente el único que además es el protagonista de la acción, lo que desvela el afecto que Heinlein le tenía. Woodrow Wilson Smith no es el hombre que fue Heinlein, pero posiblemente sí el que hubiera deseado ser. Por eso resultan especialmente interesantes, para los aficionados al autor, el par de capítulos que recopilan los "extractos de los cuadernos de Lazarus Long", colecciones de aforismos y "perlas de sabiduría" donde se encuentran tanto consejos prácticos del estilo "dile siempre que es hermosa, sobre todo si no lo es" como, sobre todo, ideas sobre casi todo.
Un par de ejemplos. Heinlein, digo, Lazarus, considera que "la pobreza ha sido siempre el estado normal del hombre" y que los avances que han permitido superar ese estado han sido obra de una pequeña minoría "con frecuencia despreciada, muchas veces condenada y casi siempre teniendo en contra a todas las personas bien pensantes". Si se reprime y se le impide crear a esa minoría, la sociedad vuelve a ser pobre. "Eso se conoce con el nombre de 'mala suerte'". También considera contradictoria la creencia ecologista de la bondad de la naturaleza y la maldad de lo "artificial", pues implica que "el hombre y sus artefactos no forman parte de la 'naturaleza' pero los castores y sus presas, sí". Sin embargo, va más allá y observa que amando las presas de los castores y odiando las del homo sapiens, los ecologistas lo único que demuestran es su odio a la raza humana, es decir, a sí mismos. Algo que no obstante considera comprensible en su caso, pues son "una panda patética".
Sin embargo, en esta novela cobran más peso sus ideas sobre la familia, la sociedad y el sexo y sus tabúes, especialmente el incesto. Considera a este último como algo evitable no por razones morales sino genéticas, y cree que en un mundo en que los riesgos de tener hijos con enfermedades genéticas pueden estudiarse con precisión, sólo esos riesgos pueden y deben determinar con quien se acuesta uno, no el grado de consanguineidad. Así, en las familias del futuro que describe, el sexo aparece como una fantasía hippy, sin tener en cuenta que tabúes universales como el incesto lo son no por razones culturales sino, ay, genéticas. Sería interesante saber si Heinlein seguiría manteniendo estas posturas con los avances que el estudio de nuestro cerebro está desvelando la ciencia estos últimos años. Lo malo es que los personajes de la novela quedan así en muchos casos perjudicados en su credibilidad, porque no parecen humanos. Claro que, en algún caso, no lo son.
En definitiva, esta novela puede y debe recomendarse a los fanáticos de su autor y a aquellos que tengan interés en conocer sus ideas. Sin embargo, como obra de ficción no está entre lo más granado de Heinlein. Y si las únicas ideas que le merecen la atención son las políticas, La luna es una cruel amante será una opción más adecuada. Por cierto, y hablando de la bibliografía del autor, es muy de agradecer que la editorial publique al final de la novela un detallado listado de sus novelas y las traducciones que han tenido al español, sean o no de La Factoría de Ideas. Detalles como éstos son los que hacen coger afecto a una editorial.
Robert Heinlein: Tiempo para amar. La Factoria de Ideas, Madrid, 2005, 533 páginas.