Las tesis y conclusiones básicas pueden resumirse en los siguientes puntos:
1. La jerarquía eclesiástica tuvo un peso mucho mayor del que suele reconocérsele, y no siempre benéfico, en la gestación de la Transición. Contribuyó más que nadie a debilitar al franquismo y a promover a sus enemigos. Estos eran fundamentalmente los marxismos, los separatismos y el terrorismo, que en los años treinta habían intentado erradicar el catolicismo de España mediante métodos brutales, por los que nunca manifestaron la menor pesadumbre. Ya en la Transición, el episcopado desempeñó un papel mucho más discreto. La política eclesiástica entre los años 1964 y 1975 tendría un alto coste para la Iglesia y nunca le ganó la gratitud de sus beneficiarios: aparentemente cosechó lo que había sembrado. La sociedad se descristianizó en gran medida, una tendencia general europea, quizá ayudada aquí por la propia acción eclesiástica.
2. La Transición se planteó como una pugna entre el franquismo reformista y el antifranquismo rupturista. Esta evidencia clave queda nublada o desvirtuada en la mayoría de las historias e interpretaciones de la época, lo cual desenfoca el proceso y enturbia su comprensión.
3. El origen franquista de la Transición resulta poco discutible, no sólo por sus personajes (el Rey, Fraga, Torcuato, las Cortes, los Gobiernos de Suárez...) sino por cambiar "de la ley a la ley", reconocimiento implícito de la legitimidad del régimen anterior, y no del Frente Popular, como deseaban los partidarios de la ruptura. La salida reformista evitó seguramente convulsiones como las que acompañaron la Transición de 1930-31.
4. La paradoja de una democracia procedente de una dictadura se resuelve fácilmente. Con la muerte de Franco, su régimen podía considerarse agotado y la mayor parte de su clase política así lo entendió, considerándolo una respuesta extraordinaria, y por tanto transitoria, a una crisis histórica extraordinaria. Al contrario de la leyenda corriente, se trató de una dictadura no totalitaria sino autoritaria, evolutiva, con bastante libertad personal, un estado relativamente pequeño y economía básicamente de mercado. Por eso las transiciones en otros países han sido más fáciles allí donde la dictadura se parecía a la franquista, y más difíciles donde tenía más elementos de totalitarismo.
5. Aunque la Transición gozó de un ambiente favorable en Usa y Europa Occidental, fue un proceso eminentemente interno, a partir del desarrollo y las fuerzas políticas españolas. La mayor intervención exterior quizá se registró en relación con el PSOE, para convertirlo en la gran alternativa de izquierda en España. Por ello puede decirse que la española es una de las pocas democracias europeas actuales nacidas de sus propias condiciones sociales y no de la actuación de Usa en la II Guerra Mundial.
6. La Transición navegó, por así decir, entre la Escila del franquismo continuista y la Caribdis del antifranquismo rupturista. Este último aspiraba a saltar sobre cuarenta años de historia para enlazar con la supuesta legitimidad de un Frente Popular en realidad antidemocrático. En cuanto al búnker continuista, y contra la versión más generalizada, fue muy débil y sin alternativa política, y sólo cobró peligrosidad debido al desorden y al terrorismo de izquierda: sin ellos no habría habido, seguramente, conspiraciones militares ni el golpe del 23-F.
7. La oposición rupturista constituyó, también contra cierta leyenda, un riesgo para la Transición mucho mayor que el búnker, al que alimentó con sus radicalismos. Dicha oposición puede dividirse entre la que practicaba el terrorismo y la que no lo hacía, y en ninguno de los dos casos era democrática. La identificación entre antifranquismo y democratismo es uno de los mitos causantes de mayor confusión. El totalitarismo de la ETA o el Grapo no precisa aclaración, pero poco se entenderá olvidando que el otro sector rupturista, agrupado en torno al PCE y el PSOE, era adepto a ideologías profundamente antidemocráticas, a las que sólo renunció, muy a medias, porque, tal como observó Fernández Miranda, esos partidos sólo aceptarían la democratización si se sentían débiles. No debe perderse de vista que las ideologías totalitarias –la estaliniana y la nacionalsocialista, por ejemplo– han estado siempre dispuestas a utilizar las ventajas de la democracia liberal como instrumento para destruirla, según hizo el PSOE durante la república, debido a su marxismo.
8. En cuanto al PSOE, y de modo similar a como ocurrió en la república, se convirtió en un partido decisivo, en gran medida gracias al olvido de su trayectoria, pues el propio franquismo había culpado ante todo al PCE. El Partido Socialista –está hoy plenamente documentado– fue el agente principal en la destrucción de la legalidad republicana causante de la guerra civil. La ideología inspiradora de aquellas conductas sólo fue abandonada por el PSOE en 1979, y lo fue de modo muy parcial y sin sustituirla por otras ideas. Por tanto, mantuvo y mantiene una carga totalitaria, muy semejante en sus líneas generales a la de la ETA, pues ambos se consideran socialistas y visceralmente antifranquistas, entre otras cosas. Rodríguez Zapatero ha afirmado que su partido mantiene íntegras las viejas tradiciones, lo cual ayuda a entender sus movimientos anticonstitucionales recientes.
9. Sobre el ejército, otro mito corriente le achaca una tutela conminatoria sobre la Transición. Idea contradictoria porque, como el resultado fue un régimen de libertades, el ejército habría sido al mismo tiempo adverso y favorable a él. La cúpula militar había vivido la guerra y conocido el Frente Popular, por lo que prefería la continuidad del franquismo, actitud compartida en grado algo menor por la oficialidad joven. Pero unos y otros carecían de vocación intervencionista en política, y aceptaron la reforma, siempre que la violencia terrorista y los ataques a la unidad nacional no se hicieran demasiado amenazantes. Lo cierto es que el desorden y la incertidumbre llegaron bajo Suárez a niveles tan altos que causaron máxima alarma no sólo a los militares sino a gran parte de los políticos y de la población, hasta desembocar en el revelador episodio del 23-F. Por otra parte, de haber estado el ejército dividido como en 1936, habría sido más fácil que se impusiera –con mayor trauma– el rupturismo, que, hoy está claro, no era en absoluto democrático. Pero las fuerzas armadas permanecieron esencialmente unidas, y ese mero hecho disuadió a muchos políticos de aventuras azarosas.
10. Por lo que respecta al terrorismo, a lo largo del siglo XX ha tenido en España una incidencia política superior a la de cualquier otro país europeo, y, en su carácter de rupturismo radical, la tuvo extraordinaria en la Transición. Generó permanente inseguridad y descrédito de la democracia, y en varios momentos estuvo cerca de provocar una involución. El terrorismo de ultraderecha, muy inferior en sangre y peligrosidad, y políticamente más torpe, constituyó una respuesta al de izquierda, ambos con intención desestabilizadora. La ETA, muy destacadamente, ha acompañado a la democracia como un corrosivo de ella. Su peligro procede, aún más que de sus propias acciones, de las muy variadas complicidades que ha encontrado so capa de "solución política". Sólo cuando el Gobierno de Aznar aplicó claramente la "solución policial", la ETA fue acorralada y neutralizada en gran medida. Sin embargo, volvería a primer plano desde 2004, cuando el Gobierno de Rodríguez Zapatero volvió a la "solución política" a una escala nunca antes vista, justificando de hecho los crímenes anteriores de la ETA y recompensándolos con unas concesiones políticas inauditas contra el estado de derecho, la Constitución y la integridad del país. Puede decirse que, a través de la "solución política", la ETA ha condicionado la democracia mucho más profundamente de lo que la mayoría de los analistas han querido ver.
11. La prensa, en especial la autodenominada progresista, influyó notablemente, ya en vida de Franco, para orientar a la opinión pública y condicionar la política. Su papel no siempre fue positivo, a causa de su apego a la demagogia radical y rupturista, su propensión a un sentimentalismo ideológico hueco, a una propaganda favorable a la ETA y a los radicalismos y dictaduras también autodenominados progresistas fuera de España; o a banalizar la historia del país y difundir teorías infamantes contra ella, etc. El episodio Solzhenitsin volvió a poner al descubierto toda una concepción ideológica de muchos periódicos. Como lado positivo, la mera invocación periodística a la democracia surtió efectos beneficiosos, pero en opinión de quien esto escribe pesó más la carga negativa. Los medios de comunicación han llegado a ser motejados de medios de confusión, y algo de eso tienen, con las debidas excepciones.
12. Rasgo importante de la Transición, no muy estudiado, fue una rápida inversión de valores y costumbres, en su mayor parte perjudicial (droga, alcoholismo, delincuencia, crisis familiar, etc.), que define un fuerte retroceso en la salud social del país.
13. Visto en perspectiva, probablemente el diseño más razonable de la Transición fuera la reforma pensada por Fraga, que la oposición iba aceptando una vez desbaratados sus iniciales ímpetus de ruptura. El diseño de Torcuato, más complicado y con más riesgos, mantenía sin embargo los principios "de la ley a la ley" y "debilidad de la oposición". Por el contrario, una vez Suárez llegó a dirigir el proceso, la reforma tomó rumbos que la historia posterior demostraría muy inciertos.
14. El juicio dominante sobre Suárez ha pasado de ser muy desfavorable a convertirle en el héroe y factótum de la democracia. Tal bandazo en la opinión obedece, en parte, a la comparación con el período felipista; en todo caso, los elogios últimos han sido harto desmesurados. Suárez tuvo importantes aciertos puntuales, como la derrota de la huelga general de noviembre de 1976 o la legalización del PCE, pero su línea general resultó, cuando menos, desafortunada. Buscó difuminar el origen franquista de la Transición y de él mismo, sumándose, al menos por omisión, a las desvirtuaciones de la izquierda y de los nacionalistas regionales. Su manejo de la crisis económica fue mala y la del terrorismo peor; molestó innecesariamente al ejército y, llevado por su afán de esfumar el pasado, impidió acuerdos con AP para contrapesar el empuje creciente de la izquierda y los nacionalistas, lo cual repercutió en la desintegración de la propia UCD; gobernó con excesivo personalismo y a menudo al margen de la "luz y taquígrafos", siguió una política exterior ambigua y, por fin, llevó al país a la crisis que abocó a su dimisión y al golpe del 23-F.
15. Resultado fundamental de la gestión de Suárez fue una Constitución bastante contrahecha: en conjunto, y gracias en buena medida al impulso previo de Fraga y Torcuato, puede calificarse de positiva, pues declara la unidad de España y las libertades; pero sus defectos son grandes y preñados de amenazas. Diversos mandatos constitucionales nunca se cumplieron, y otros facilitan la corrosión del sistema. Corrosión convertida, en los últimos años, en franca demolición.
16. El problema mayor creado por la Constitución fue el de unas autonomías transformadas –junto con el terrorismo y a menudo en alianza o complicidad con él– en el talón de Aquiles de la democracia, generadoras de incertidumbre y crispación constantes. Se creyó que las autonomías traerían la paz civil a Vascongadas y la integración de los nacionalismos catalán y vasco en el quehacer nacional, pero esas expectativas no se cumplieron, o sólo muy a medias. En su afán por atraerse a los nacionalismos, Suárez les dio, entre otras, la baza crucial de la enseñanza, utilizada de inmediato como instrumento de propaganda de los separatismos, de aversión a España y de vulneración de los derechos de los castellanohablantes, generalmente mayoritarios.
17. Otro defecto de la Constitución es haber facilitado una degeneración partitocrática, con tendencia a extremismos que socavan cuanto hay de común entre los españoles. Los partidos tienden a ampliar su esfera de acción hasta pretender determinar los comportamientos privados, incluso íntimos, de los ciudadanos, y reducen la esfera de lo que Isaiah Berlin ha definido como "libertad de", es decir, la libertad personal frente a las intromisiones del poder (estar "libres de" tales cosas). Los partidos han interpretado abusivamente las decisiones populares, por ejemplo convirtiendo las autonomías en palancas para proseguir hacia la desintegración de España, a la que no quieren reconocer como nación; han creado problemas y reivindicaciones por su cuenta, ajenas a las preocupaciones o inquietudes de la ciudadanía; tienden, casi todos, a eliminar o condicionar la independencia judicial, y últimamente desafían dictámenes de una judicatura a su vez desprestigiada por la política contra Montesquieu...
18. Exceptuando a Fraga y a Torcuato, los políticos que en el Gobierno o en la oposición llevaron la Transición adelante dejan una impresión de mediocridad, oportunismo a ras de tierra y algunos de simple ignorancia. ¿Cómo fue posible, entonces, que realizaran una labor histórica de tal alcance y en principio tan difícil? Creo que debe darse a las iniciales gestiones de Fraga y de Torcuato un valor bastante mayor que el que comúnmente reciben. Pero, sobre todo, el postfranquismo empezaba con un enorme capital político acumulado los años anteriores, en el que conviene insistir: un alto nivel de prosperidad y la evaporación de los destructivos odios de los años treinta. Al contrario de la república, la gente votó de preferencia a los políticos y partidos de apariencia más moderada, lo fuesen en realidad o no (las técnicas de imagen y la prensa juegan un papel no pocas veces torticero o engañoso). Esa sociedad reconciliada facilitó lo esencial de la tarea reformista y obligó al PSOE y al PCE a moderarse a su vez, renunciando, al menos de cara a la galería, a viejas señas de identidad totalitarias. Hoy suele presentarse la realidad al revés, como si la Transición hubiera reconciliado a los españoles: fue la reconciliación previa lo que facilitó la transición a unos políticos en su mayoría frívolos y de vuelo corraleño.
19. Aunque debe considerarse la Transición como un hecho en conjunto positivo, sus evidentes desaciertos, que podían haberse corregido con la experiencia, se han agravado con el paso del tiempo. La clave del rupturismo era un antifranquismo ciego a los hechos, y una falsa visión histórica de la república y el Frente Popular; y ambas concepciones ideológicas no hicieron sino expandirse ante la falta de resistencia, cuando no colaboración, de la derecha. Este dato, en el que se ha reparado poco, ha ido minando y deslegitimando los logros de la Transición. El antifranquismo ha terminado por convertirse en la cobertura justificativa de todo tipo de acciones anticonstitucionales y antidemocráticas. Así, si la democracia proviene del régimen de Franco, la mayoría de las amenazas contra ella provienen del antifranquismo: el terrorismo y las complicidades con él, las oleadas de corrupción, los separatismos y la vulneración de derechos ciudadanos en las "nacionalidades", los ataques a Montesquieu, es decir, a la división de poderes, y, por fin, el hundimiento de la Constitución por medio de hechos consumados como los nuevos estatutos del Gobierno de Rodríguez Zapatero y del PP, que ya no son de autonomía, sino de estado asociado y que no responden en absoluto a necesidades o exigencias sociales, sino a intereses partitocráticos.
20. A partir de la matanza del 11-M, todavía en campaña electoral, el PSOE, sin oposición real del PP, ha procedido a una acelerada destrucción del espíritu y materia de la Transición. Su instrumento ha sido la llamada Ley de memoria histórica, planeada para deslegitimar radicalmente al franquismo y, en consecuencia, la Transición, la democracia y la monarquía que proceden de él. Al firmar Juan Carlos dicha ley, se declaraba implícitamente ilegítimo él mismo, pues había ceñido la corona por voluntad de Franco. Irónicamente, él no juró la Constitución, sino sólo las Leyes Fundamentales del Movimiento.
21. Así se ha cumplido todo un ciclo histórico: la democracia salida de la Transición ha llegado a su fin, en medio de una profunda crisis política y económica. Quizá la salida más razonable fuera una reforma de la Constitución que eliminase sus muchos rasgos problemáticos para reafirmar, entre otras cosas, las libertades públicas, la división de poderes y unas autonomías restringidas, no opuestas a la unidad nacional. Recuérdese que Felipe González subió al Gobierno sobre una ola de esperanza popular en la corrección de los desaguisados de Suárez, y que, tras la decepción correspondiente, Aznar llegó, a su vez, con la expectativa de una regeneración democrática en profundidad, que no se produjo, o sólo a medias. Salvo el período de Aznar, puede decirse que la evolución de la derecha ha sido la claudicante inaugurada por Suárez, emulada luego por Fraga y por fin, y salvo el período de Aznar, impuesta de lleno por Rajoy. Existe un descontento extendido, pero falto de cauce, cegado por unos partidos que de un modo u otro se benefician de la situación. Quizá surjan nuevos partidos, o la ciudadanía cree nuevos cauces, o presione sobre los existentes para forzarles a rectificar. Hoy por hoy el vaticinio es imposible.
Se ha extendido entre la gente la idea de que uno de los mayores problemas para España es la baja calidad de sus políticos. A ellos suele gustarles invocar el tópico de "mirar al futuro y olvidar el pasado", revelador de su inconsistencia y no muy fino caletre. Mirando al pasado pueden aprenderse lecciones muy provechosas; el futuro no puede verse ni enseñar nada. Mirar al futuro sin analizar el pasado constituye el camino más seguro hacia el desastre.
NOTA: LA TRANSICIÓN DE CRISTAL, publicado por Libros Libres, sale a la venta el próximo martes, día 23. Este sábado, a las 16:30, PÍO MOA acudirá a LD Libros para presentarlo a los oyentes de esRadio.