Durante el mes de mayo de 1956, en un país sometido, las calles polacas comenzaron a entrar, lentamente, en ebullición. La tormentosa primavera de hace 50 años dio lugar a un verano caliente; a finales de junio los trabajadores polacos fueron a la huelga y, apoyados por estudiantes e intelectuales, tomaron las calles. Todo ello en nombre de la libertad y la dignidad de una nación demasiadas veces sometida. El PCUS solucionó el problema de la única forma que sabía hacerlo, en Berlín, Praga o Budapest; los tanques aplastaron la revuelta a sangre y fuego. Hubo que esperar más de treinta años, hasta 1989, para que esos mismos tanques fueran aplastados, por lo menos en nuestro continente.
"La Revolución de la Libertad" fue un ciclo de conferencias dedicadas al aniversario del fin del régimen carcelario soviético; José María Aznar, Ana Palacio y José María Lassalle reunieron un excepcional plantel de políticos e intelectuales de todo el mundo. Reto indudable; difícil es encontrar en nuestro país ciclos que reúnan a Helmut Kohl, Giovanni Sartori, Francis Fukuyama o André Glucksmann junto a Richard Perle, Nicolas Baverez, Bronislaw Geremek o Christopher DeMuth. Hoy, las conferencias y ponencias de todos ellos se nos ofrecen en una cuidada edición, CD incluido, donde el lector encontrará también a Huerta de Soto, a Carlos Alberto Montaner, a Guy Sorman o a Joseph Weiler. El lector que ojee el índice descubrirá complacido cómo buena parte del pensamiento político liberal-conservador se da cita en estas 140 páginas.
La Revolución de la Libertad no fue casual, recuerdan los autores. La gran denuncia de la que parte el libro es la de la interpretación progresista de los acontecimientos de 1989: el Muro no se derrumbó solo, como no se levantó solo. Paradojas de la historia, fue la primera revolución genuinamente marxista: el pueblo se levantó contra el poder. Pero no lo fue en nombre de ningún mito ni ídolo político, ni tuvo que ser protagonizada por comandantes, padres de los pueblos o vanguardias del proletariado; fue el triunfo de la libertad cotidiana de las personas en cada calle y plaza del Este de Europa lo que se impuso al incapacitado aparato del Estado, y clavó una estaca en el corazón de la teoría leninista.
En la era de la laxitud intelectual y moral, de la "Educación para la Ciudadanía" y la "Alianza de Civilizaciones", este libro es ante todo una invitación a llamar a las cosas por su nombre. Principio que diferencia al estadista del impostor, al preocupado del oportunista. "Reagan era una figura bastante inusual y de principios muy claros: para él sí quería decir sí, y no quería decir no (Helmut Kohl). Contra todos, Reagan denunció que la URSS era "el Imperio del Mal".
"Nuestro departamento de Estado y la CIA, horrorizados por el borrador del discurso de Reagan, le advirtieron de las serias repercusiones que podría acarrear en el ámbito internacional". Y las tuvo, pero en una dirección inesperada: "Ese sería el discurso que haría saltar de alegría a Natan Sharansky y a sus compañeros reclusos, y aterrorizaría a los líderes soviéticos" (DeMuth). Mientras muchos reían en Europa, en los sótanos de la Lubianka la noticia alentó tanto como desalentó en los despachos del Kremlin; la disidencia no estaba sola.
Pero llamar a las cosas por su nombre parece aburrido en el Occidente del bienestar televidente; aún hoy, parece ser sólo posible en quienes han sufrido y combatido los regímenes criminales. Es el caso de Carlos Alberto Montaner, que enumera los diez errores teóricos marxistas, aún defendidos hoy, o de Gemerek, que ofrece una idea de Europa viva y poderosa, frente a una Europa opiácea, la de Chirac o Zapatero. Ésta parece convertirse poco a poco en un cadáver político, como anuncia Joseph Weiler en su intervención sobre la ya sepultada Constitución Europea.
Enfrentarse a los retos exige saber quién se es, y de dónde se viene. Cuestiones que a la tísica Europa parecen importarle poco y le acercan al suicidio cultural, político, demográfico. El proyecto de Europa carece sentido sin la defensa de su libertad, afirma Geremek; "Europa se enfrenta al dilema de su identidad". El "no tengáis miedo" dirigido por Juan Pablo II a los obreros de los astilleros Lenin de Gdansk podría valernos también a todos nosotros, herederos del 11 de Marzo tanto como de la yihad de las viñetas.
Alejada del miedo tanto como de la preocupación, Europa sufre desgana, aburrimiento, hartazgo de sí misma. Y precisamente en el momento menos oportuno. La conmemoración que FAES hace de la Revolución de la Libertad sólo tiene sentido cuando ésta se encuentra de nuevo amenazada ante el proyecto totalitario, que a golpe de Al Yazira y suicidas-bomba busca asentarse desde Córdoba a Yakarta. La lección de la historia para el español y el europeo del siglo XXI es que o se defiende la libertad, o ésta se pierde irremediablemente. Y tal defensa será en cada batalla o no será.
Batalla que hoy se libra en Irak. Si la progresía europea y americana denuncia una oscura conspiración entre neocons y neoreacs, el lector podrá encontrar la defensa real que Richard Perle hace de la estrategia norteamericana en Oriente Medio e Irak; no hay nada de qué avergonzarse cuando se derroca al genocida de Bagdag. Si el progresismo biempensante se place cuando el colectivismo vuelve a Iberoamérica y cuando el islamismo trata de extenderse, Sorman, Perle y DeMuth, presidente del influyente American Enterprise Institute, son claros y rotundos: la democracia es un bien universal. El único antídoto, recuerda incansable Glucksmann, ante el nihilismo del siglo XXI.
Pero cuando Europa se vuelve contra sí misma y mira para otro lado es que el yihadismo va ganando: "Esta es una guerra que no vamos a ganar si no nos damos cuenta de que estamos realmente en peligro" (Sartori). Cómodamente situada en la abundancia y el hedonismo, Europa desconoce que el mundo es un caos geopolítico que amenaza con tragársela. Nicolas Baverez traza las líneas maestras de este caos de crisis y conflictos, y advierte: "La libertad es una conquista perpetua, no un terreno en el que asentarse definitivamente". No, por lo menos, en épocas inciertas. Y el filósofo Glucksmann nos recuerda que "la lucha contra el nihilismo nos exige a todos tener el valor de abrir los ojos, el deseo de llamar las cosas por su nombre, desenmascarando así al mal tal y como es".
Pero no todo son negros nubarrones, en la medida en que el optimismo histórico de Francis Fukuyama parece indicar que la historia camina lenta pero resueltamente hacia la democracia, pese a ser atacada constantemente. Democracia liberal que no sólo es atacada en Bagdag, Caracas o Pekín. ¿Cómo no asentir con el liberal hispano que se echa las manos a la cabeza ante el panorama político español? El profesor Huerta de Soto muestra la incoherencia intelectual del régimen que cayó en medio mundo hace veinticinco años, y que se extiende a sus continuadores y a sus aduladores de hoy; éstos se sientan hoy en el sillón de La Moncloa, haciendo política en nombre de la Historia.
Por ello, en plena era de la geopolítica del caos, es necesario convenir con Sartori: "Nuestro problema más serio es que la izquierda sigue creyendo que la democracia liberal es una democracia capitalista malvada". Idea que hoy parece instalada en los medios de poder de nuestro país. Hoy como en el siglo pasado, culpar a Estados Unidos de todos los males es un dogma extendido por el mundo, y une a idólatras de la historia tanto como a redentores islamistas. Ante ello, los autores del libro se muestran dispuestos a dar la batalla de las ideas.
Y es que, como afirma Huerta de Soto, "nuestra única posibilidad radica, como siempre, en el poder de las ideas y en la honestidad intelectual de la juventud"; es decir, claridad tanto moral como intelectual. A ello parece ir dirigida la obra, justo cuando el poder político en nuestro país camina en dirección contraria.
Óscar Elía Mañú, analista del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).