Lo que más llama la atención en estas páginas no es el contexto, esa posibilidad de un enfrentamiento armado entre rivales ideológicos, sino que los personajes principales, los buenos, son... ¡militares y de derechas! Algo desde luego inconcebible para los guardianes de lo políticamente correcto; de ahí que el responsable de la edición en español escriba un prólogo en el que parezca estar pidiendo disculpas por haber publicado semejante engendro y advierta de que, en el epílogo, OSC critique los extremismos de uno y otro signo.
Ah, bien. ¿Habrían sido necesarios tanto el epílogo como el prólogo si los malos hubieran sido fundamentalistas cristianos, o algo similar?
Imperio es el resultado de la colaboración de Card con una empresa, llamada Chair Entertainment, que le pidió un guión plausible para un videojuego que tuviera como escenario una guerra civil en Estados Unidos en un futuro cercano, así como la posibilidad de publicar una novela. El libro apareció a finales de noviembre de 2006, aunque aún tardaría más de año y medio en llegar a España. El videojuego está todavía en desarrollo, y los derechos para la gran pantalla ya han sido adquiridos (lo cual, de todas formas, no quiere decir que necesariamente vaya a rodarse una película).
No es ni mucho menos el primer contacto de Card con el mundo de los videojuegos, por los que siempre ha sentido un vivo interés. Aquellos que recuerden la clásica aventura The Secret of Monkey Island quizá se sorprendan al saber que los divertidos diálogos que servían para diferenciar a los maestros de esgrima de los que simplemente tenían una espada en la mano estaban escritos por este maestro de la ciencia ficción ("He hablado con simios más educados que tú". "Me alegra que asistieras a tu reunión familiar diaria"). Y en su novela más autobiográfica, Niños perdidos, su alter ego es programador de videojuegos.
Pese a declararse demócrata, lo cierto es que, ideológicamente, Card es mucho más parecido a un conservador cristiano (él es mormón), con sus firmes convicciones morales –contrarias, por ejemplo, al matrimonio homosexual–, su defensa a ultranza de la guerra contra el terror y su desconfianza hacia el libre mercado. De hecho, en los dos primeros capítulos de esta novela pretende dejar claras las diferencias entre los militares que arriesgan sus vidas para defender la libertad y la democracia y los progres de universidad, para quienes "el desacuerdo es la forma más elevada de patriotismo". La trama comienza a desarrollarse una vez presentados no tanto los principales personajes –que, en parte, también– como los dos bandos.
Y la historia, como no podía ser menos en una novela de política-ficción, es principalmente la de una conspiración francamente inverosímil, como suele suceder con todas ellas, pero políticamente incorrecta hasta la médula. Porque, tras el asesinato del presidente y el vicepresidente, se desata la insurrección de la Restauración Progresista, que proclama que el presidente asesinado no era legítimo porque no había sido elegido en las urnas (¿les suena Florida y las protestas progres desde entonces?) y logra el apoyo de varios estados azules (demócratas), que se declaran al margen de la jurisdicción de Washington. Se trata de una revuelta dirigida por un rico hombre de negocios que ha financiado a casi todas las organizaciones de extrema izquierda del país; un Soros al que se le hubieran saltado algunos tornillos más que al real, pongamos.
Desgraciadamente, y pese a un comienzo espectacular y un desarrollo que te hace seguir leyendo durante un par de cientos de páginas sin parar, la novela sufre un serio bajón en la segunda parte, cuando, en lugar de centrarse en el comienzo y las razones para el golpe de estado, así como de los esfuerzos a nivel estratégico por detenerlos, Card pasa a contarnos las peripecias de algunos de los protagonistas en una misión crítica para descubrir la base oculta de los malos. Ahí pierde mucho fuelle, y no logra remontar ni siquiera al final, donde, en un intento de alcanzar un mayor realismo, Card deja muchas dudas y cabos sueltos, esos que en las películas y en novelas peores que ésta quedan siempre atados y bien atados.
El principal fuerte de Card en todos los géneros que ha tocado: el cuidado que pone en la creación de los personajes, no brilla aquí como en otras obras suyas, quizá porque se centra excesivamente en unas escenas de acción que parecen pensadas para el cine o para el videojuego del que nacieron estas páginas. Eso no quita para que algunos de ellos, especialmente el matrimonio protagonista, logren la empatía del lector, por lo menos del no sectario y del afín ideológicamente a los buenos.
En definitiva, se trata de un libro que gustará a quienes disfruten del género. A quienes no somos excesivamente aficionados, nos deja con un regusto agridulce. Pero hay que reconocer que leer sobre unos héroes y unos villanos tan políticamente incorrectos supone un cierto placer perverso, del que no habría que privarse.
ORSON SCOTT CARD: IMPERIO. Ediciones B (Barcelona), 2008, 338 páginas.
Ah, bien. ¿Habrían sido necesarios tanto el epílogo como el prólogo si los malos hubieran sido fundamentalistas cristianos, o algo similar?
Imperio es el resultado de la colaboración de Card con una empresa, llamada Chair Entertainment, que le pidió un guión plausible para un videojuego que tuviera como escenario una guerra civil en Estados Unidos en un futuro cercano, así como la posibilidad de publicar una novela. El libro apareció a finales de noviembre de 2006, aunque aún tardaría más de año y medio en llegar a España. El videojuego está todavía en desarrollo, y los derechos para la gran pantalla ya han sido adquiridos (lo cual, de todas formas, no quiere decir que necesariamente vaya a rodarse una película).
No es ni mucho menos el primer contacto de Card con el mundo de los videojuegos, por los que siempre ha sentido un vivo interés. Aquellos que recuerden la clásica aventura The Secret of Monkey Island quizá se sorprendan al saber que los divertidos diálogos que servían para diferenciar a los maestros de esgrima de los que simplemente tenían una espada en la mano estaban escritos por este maestro de la ciencia ficción ("He hablado con simios más educados que tú". "Me alegra que asistieras a tu reunión familiar diaria"). Y en su novela más autobiográfica, Niños perdidos, su alter ego es programador de videojuegos.
Pese a declararse demócrata, lo cierto es que, ideológicamente, Card es mucho más parecido a un conservador cristiano (él es mormón), con sus firmes convicciones morales –contrarias, por ejemplo, al matrimonio homosexual–, su defensa a ultranza de la guerra contra el terror y su desconfianza hacia el libre mercado. De hecho, en los dos primeros capítulos de esta novela pretende dejar claras las diferencias entre los militares que arriesgan sus vidas para defender la libertad y la democracia y los progres de universidad, para quienes "el desacuerdo es la forma más elevada de patriotismo". La trama comienza a desarrollarse una vez presentados no tanto los principales personajes –que, en parte, también– como los dos bandos.
Y la historia, como no podía ser menos en una novela de política-ficción, es principalmente la de una conspiración francamente inverosímil, como suele suceder con todas ellas, pero políticamente incorrecta hasta la médula. Porque, tras el asesinato del presidente y el vicepresidente, se desata la insurrección de la Restauración Progresista, que proclama que el presidente asesinado no era legítimo porque no había sido elegido en las urnas (¿les suena Florida y las protestas progres desde entonces?) y logra el apoyo de varios estados azules (demócratas), que se declaran al margen de la jurisdicción de Washington. Se trata de una revuelta dirigida por un rico hombre de negocios que ha financiado a casi todas las organizaciones de extrema izquierda del país; un Soros al que se le hubieran saltado algunos tornillos más que al real, pongamos.
Desgraciadamente, y pese a un comienzo espectacular y un desarrollo que te hace seguir leyendo durante un par de cientos de páginas sin parar, la novela sufre un serio bajón en la segunda parte, cuando, en lugar de centrarse en el comienzo y las razones para el golpe de estado, así como de los esfuerzos a nivel estratégico por detenerlos, Card pasa a contarnos las peripecias de algunos de los protagonistas en una misión crítica para descubrir la base oculta de los malos. Ahí pierde mucho fuelle, y no logra remontar ni siquiera al final, donde, en un intento de alcanzar un mayor realismo, Card deja muchas dudas y cabos sueltos, esos que en las películas y en novelas peores que ésta quedan siempre atados y bien atados.
El principal fuerte de Card en todos los géneros que ha tocado: el cuidado que pone en la creación de los personajes, no brilla aquí como en otras obras suyas, quizá porque se centra excesivamente en unas escenas de acción que parecen pensadas para el cine o para el videojuego del que nacieron estas páginas. Eso no quita para que algunos de ellos, especialmente el matrimonio protagonista, logren la empatía del lector, por lo menos del no sectario y del afín ideológicamente a los buenos.
En definitiva, se trata de un libro que gustará a quienes disfruten del género. A quienes no somos excesivamente aficionados, nos deja con un regusto agridulce. Pero hay que reconocer que leer sobre unos héroes y unos villanos tan políticamente incorrectos supone un cierto placer perverso, del que no habría que privarse.
ORSON SCOTT CARD: IMPERIO. Ediciones B (Barcelona), 2008, 338 páginas.