Más útil que la "propaganda por el hecho", esa acción violenta que busca minar la moral del enemigo, es la guerra psicológica, nos dice Newcourt-Nowodworski, pensando en el terrorismo actual. Ya Lenin decía que la desintegración de la moral y de la fibra espiritual de una nación es el paso previo para el golpe final. Y Hitler, en Mein Kampf, apuntaba que ese mensaje para controlar voluntades sin que el receptor lo note tiene su propia técnica. El secreto está en dirigirse a las masas, apelar a las emociones antes que a la razón, con eslóganes comprensibles aun para los más bajos niveles intelectuales, manejando un reducido puñado de ideas que han de repetirse continuamente.
La propaganda negra nazi, como la comunista, daba más importancia a la eficacia del mensaje que a la verdad, y propagaba mentiras a través de canales indirectos para que, cuando el adversario lo descubriera, se pudiera negar con facilidad.
El objetivo de la propaganda negra es minar las creencias y la confianza del enemigo, dividir su sociedad. Goebbels se aprovechó del apoyo que los comunistas franceses dieron a Hitler a partir de 1938 por orden de Stalin. Radio Humanité fingía ser comunista desde el comienzo de la ocupación nazi, y decía que el enemigo no eran los alemanes, sino la burguesía francesa, que "poseía todo el poder y explotaba al pueblo".
Los alemanes ganaron la batalla del terror a los franceses utilizando la propaganda negra (y la perdieron ante británicos y soviéticos). El terror propagado por los medios falsamente franceses, nazis en realidad, logró que dos tercios de la población de París dejara la ciudad ante el avance alemán. Habían conseguido laminar la moral nacional francesa de forma devastadora.
La propaganda británica no le fue a la zaga. Sefton Delmer basó su modelo en lograr que sus medios alcanzaran crédito como fuentes fidedignas, aunque no lo fueran, y aportar más informaciones e interpretaciones que comentarios. Veracidad y objetividad falsas para corromper la moral alemana. Así, un medio reputado daba una noticia falsa mezclada con otras verdaderas justo en el momento adecuado para volcar la opinión o crear pánico.
Una de las reglas de Delmer era: "¡Nunca debemos mentir por accidente, ni por dejadez, sólo a propósito!". El relato de las técnicas y operaciones de los servicios de inteligencia y propaganda convierten este libro, en ocasiones, en una auténtica novela de espionaje.
Newcourt-Nowodworski era un muchacho cuando participó en aquella guerra psicológica para derrumbar naciones. A este bagaje añade una buena investigación archivística y un excelente ritmo narrativo. Al final de esta obra se pregunta por qué no se consiguió más sólo con la propaganda. Y responde con dos conclusiones:
1) La eficacia de la labor propagandística depende del conocimiento exacto de la psicología del receptor. En este caso, la inteligencia alemana no comprendió la del pueblo británico. Por ejemplo, los ataques groseros a Churchill sólo sirvieron para que los británicos le tomaran como símbolo de la resistencia.
2) Una sociedad es fuerte cuando tiene un sistema de valores sólidos y resistente a las adversidades. En este sentido, la alemana de los años 30 lo era. Newcourt, sin aplaudir dichos valores, cosa que compartimos, alude a una cultura política que, en general, no apreciaba la libertad o la democracia, sino la jerarquía, la disciplina y el sentido de pueblo.
Las enseñanzas del libro de Newcourt, finalmente, se dirigen hacia la actualidad. ¿Tiene hoy Occidente un sistema de valores sólido y capaz de enfrentarse a la guerra declarada por el islamofascismo? La propaganda negra es, en definitiva, una obra que no sólo ilumina el pasado.