El autor ejercita la crítica sin piedad alguna; un ejemplo demoledor de ese sano ejercicio son los comentarios, en la primera parte, sobre las revistas del corazón, que consiguen crear una humanidad artificial para consumo de imbéciles que jamás serán sensibles ni a la seriedad ni al humor.
Pero recomiendo la lectura de La posibilidad de una isla porque Houellebecq plantea aquí problemas morales y políticos muy actuales y, sobre todo, porque habla de España. En esta novela aparece España en vivo y en directo. Aparece hasta la Guardia Civil. Aparece David Bisbal y una mujer española representativa de la generación X, desinhibida y promiscua, que rara vez utiliza ropa interior. Aparecen las nuevas formas de vida de los españoles, y sus conflictos generacionales. Aparecen descripciones interesantes de los garitos de prostitución de las carreteras españolas, y retratos exactos y tristes de sus visitantes. Houellebecq, como el que no quiere la cosa, muestra con desparpajo nuestros cambios culturales, nuestra flojera intelectual y hasta nuestros desvaríos morales.
Es una novela escrita de un modo tan provocador, sugerente e inteligente que rebasa permanentemente las obviedades y el lenguaje políticamente correcto de nuestros creadores y novelistas. No entro en la valoración de la calidad literaria del texto, sino en su oportunidad política. Más aún: considero que tiene un lenguaje más pertinente que las ciencias sociales hispánicas y la narrativa española de hoy para captar e interpretar la realidad política de España, en particular, y Europa, en general.
Dudar de que, a veces, la literatura, no digamos el cine, puede captar mejor los problemas políticos que las ciencias sociales o los saberes políticos es una ingenuidad. Un prurito doctrinario del que está de vuelta de la nueva ciencia política, o sea, de quien sabe que la novedad no se capta sin un método clásico y "novedoso" a la vez, que no puede ser otro que el de la sagrada literatura. La creación literaria nunca ha necesitado transfusión de otros saberes para captar la realidad. La literatura es una dimensión imprescindible de la vida pública.
Por eso, cuando hablamos o escribimos de la novela de Houellebecq podemos prescindir de las relaciones, ficticias o reales, del autor con la secta raeliana, o como se llame. No interesa. Sólo la novela se sobrepone a la "vida" del autor. Sólo la novela, sin necesidad de hablar de su autor, habla, escribe, en fin, crítica de modo acertado, a veces genial, una civilización sin pulso. Por lo tanto, el mensaje de la novela no puede ser otro que el schopenhaueriano, o sea, una forma real y pesimista de comprender al hombre de hoy y, sobre todo, al hombre que vendrá. Mensaje, sí, pesimista, pero absolutamente razonado y visible. Novela muy bien estructurada: continua alternancia entre el relato de la vida de Daniel 1, el hombre de hoy, y los Daniel 24 y 25, que viven dos mil años después, que lo leen y comentan. Son los hombres y sus clones.
He aquí la obra de un francés, Michel Houellebecq, que escribe desde San José, en Almería, sobre paisajes naturales y urbanos de España. La geografía física española está tan presente como la humana. Ejemplos de la primera son los recuerdos, que van, por ejemplo, desde el cabo de Gata hasta Lanzarote, pasando por el pico de Mulhacén y Sierra Nevada, Zaragoza y Madrid. Sí, Houellebecq escribe en francés con una clave genuinamente española, que sin embargo han descuidado por completo nuestros correctos y vacíos narradores. Este francés atípico ha escrito una novela interesante para España. A falta de una narrativa fuerte española, que ni de lejos se aproxima a la británica actual, propongo leer este libro como si se tratara de unos nuevos "episodios nacionales".
Por supuesto, al lado de esa clave española, la obra de Houellebecq representa una de las críticas más serias que pueden hacerse en la actualidad a una sociedad por su falta de pulso moral. Los problemas morales –derivados especialmente de la clonación– que plantea no son menos graves que los problemas políticos de una sociedad sin valores morales. En este punto, la crítica a la sociedad francesa es implacable.
Por lo demás, comparto la acertada crítica de Houellebecq a una civilización, la europea, sin pulso. El pesimista diagnóstico sobre la especie humana, sin embargo, va acompañado, a veces, de una propuesta clásica: afirmación, por un lado, de la fuerza del amor frente a los impulsos primarios y reivindicación; por otro, del ansia de inmortalidad. Vuelta a la genuina religión.
No puedo dejar pasar, aunque sólo sea para terminar, una crítica. Me refiero a su lenguaje escaso, que hace que, a veces, el estilo se resienta hasta la vulgaridad.