De ahí que partir de cero para cambiar tales instituciones suponga una "fatal" arrogancia y resulte dañino para las sociedades. El orden social es demasiado complejo para que una concepción determinada se imponga como verdad absoluta. La sociedad, mal que le pese a la izquierda, es la suma de individuos, cada uno con sus metas, valoraciones personales y conocimientos, que no están escritos en ninguna parte y afloran en cada una de las acciones individuales.
Decir lo que deben hacer millones de personas implica coartar la libertad de los individuos e implica la posibilidad de que una mente pueda captar toda la información dispersa de la sociedad y manejarla de tal forma que coordine las acciones de todos. Esa coordinación, como señala Infantino, sólo puede ser espontánea y no dirigida. Dirigirla equivaldría a tratar a los humanos como animales carentes de juicio, cosa que resulta imposible.
Si algo está claro es que los hombres que se califican de dioses yerran, porque en el fondo somos muy ignorantes. Sólo mediante las normas y costumbres que nos rodean podemos conseguir lo mejor de los demás e interactuar con ellos sin agredirnos mutuamente, porque somos seres dotados de derechos inalienables.
En esta excelente explicación de cómo el orden social es claramente evolutivo y cómo el resultado de las acciones de millones de individuos genera resultados imprevistos, el autor compara Esparta con Atenas, Platón y Marx con Adam Smith, Hume y Hayek, en un brillante recorrido por la historia del pensamiento. Infantino contrapone a unos y otros y hace hincapié en la importancia de que no se imponga una teoría del bien y del mal: aboga por que modestamente se reconozca lo que hay, las normas que rigen una sociedad abierta.
Estas normas, más que prescribir lo bueno y obligar a la gente a actuar de una forma u otra, determinan lo que no puede hacerse; con ello se pretende conseguir que las acciones de las personas, al buscar éstas sus propios fines, redunden en beneficio de los demás y creen las condiciones para que florezcan la prosperidad y la felicidad individuales.
La conclusión a que nos conduce esta obra es la siguiente: "Si no tenemos la ciencia del Bien y del Mal, si además sabemos que la moral no es una creación consciente de nuestra razón y si tenemos en cuenta la dispersión de nuestros conocimientos, la misión del legislador sólo puede consistir en descubrir normas que (…) permitan que cada uno pueda libremente elegir y actuar en orden a resolver los problemas que surgen de nuestra condición".
El libro de Infantino es una interesante introducción al pensamiento liberal-conservador, una corriente de ideas fundamental para combatir las premisas del pensamiento único que triunfa en todo el mundo: el socialismo.