Está muy extendida la falsa idea de que Oriente Medio sería poco menos que un paraíso si el estado de Israel no existiese. Sin embargo, la realidad es muy otra. Los palestinos no constituyen una entidad homogénea, están –muy– divididos en multitud de grupos sociales, políticos y, principalmente, religiosos.
La minoría cristiana, en la que se centra el libro que presento, ha estado siempre sometida a la mayoría musulmana. Sumisión que se ha manifestado de diversos modos a lo largo de la historia y que en la actualidad parece haber llegado a un punto de no retorno. Recientemente se publicaban en estas mismas páginas algunas reflexiones sobre el acoso y la caza a los que se ven sometidos los cristianos de Tierra Santa en particular y aquellos que viven en el mundo islámico en general. Jean Rolin, en esta obra a medio camino entre la crónica periodística y la literatura de viajes, nos acerca a la vida cotidiana de esos cristianos palestinos que sufren persecución y que se enfrentan a un futuro tenebroso si las cosas siguen igual.
La edición española llega con ocho años de retraso, y lo hace seguramente a lomos del interés que ha despertado el mundo árabe en los últimos meses a raíz del estallido de la mal llamada "primavera árabe". El libro, por tanto, nace viejo, aunque no exento de utilidad para aquellos que ignoren la precariedad en que vive la minoría cristiana palestina, comunidad en un tiempo próspera que lucha ahora por la supervivencia, amenazada por los israelíes por ser árabe, perseguida por la mayoría musulmana palestina por ser cristiana, arrinconada por sus propias iglesias (católica y ortodoxas, principalmente), obsesionadas como están con no herir susceptibilidades judías o islámicas. La suya es, pues, una existencia al límite y literalmente entre la espada y la pared.
Los personajes, reales, que aparecen en estas páginas cuentan cómo son sus vidas cotidianas, cuáles son sus miedos, las múltiples amenazas que han de afrontar, sus pobres esperanzas. Lo hacen con reparo, con cautela, nada es como se presenta en Palestina. No quieren ofender a quienes quieren aniquilarlos, sus hermanos de raza; recelan de Occidente, aun sin saber por qué y en qué modo; algunos, los menos, combaten al que creen, equivocadamente, que es su mayor enemigo, Israel, sin querer reconocer, aunque lo sepan, que su principal amenaza habla su propia lengua y lleva su misma sangre. Esta actitud es sorprendente y cuesta aceptarla, pareciera que han preferido ser como aquella oveja llevada al matadero de la que nos habla el profeta Isaías en lugar de seguir el consejo de Jesucristo, en el evangelio de Mateo, de ser astutos como serpientes y sencillos como palomas.
Ignorados por todos, luchan por sobrevivir en unas circunstancias cada vez más hostiles; y desde 2003, fecha de la edición original, las cosas han cambiado, mucho y a peor. ¿Qué habrá sido de los protagonistas del libro, a los que no siempre se da nombre para no añadir más peligro al que ya soportan por el hecho de ser diferentes? Algunos habrán muerto; otros, la mayoría, seguramente han emigrado hacia algún lugar del odiado Occidente. Vivir en la propia tierra pidiendo constantemente perdón por ser lo que se es o huir para poder desarrollar una existencia digna: no cabe más alternativa. Pocos se alzarán, de la manera que sea, para reclamar el puesto que les corresponde. Son pocos, carecen de recursos y se ven abandonados por sus correligionarios que, siguiendo la vil política del apaciguamiento, prefieren conservar un mero recuerdo histórico de su fe en las piedras de los templos y descuidan a las personas, verdaderos templos de Dios según el cristianismo, que habitan la tierra en la que todo empezó.
Es desesperante ver cómo, ante tal situación, no cabe más remedio que la resignación o la emigración. Ambas, más pronto que tarde, acaban equivaliendo a la desaparición. Entonces se escucharán los lamentos y se buscará al culpable, que, tratándose de Oriente Medio, no podrá ser otro que el chivo expiatorio que carga con las culpas propias y ajenas desde 1948.
Libros como éste ayudan a despertar conciencias, a realizar juicios más equilibrados sobre los problemas de Palestina, a no olvidar que en Oriente Medio no sólo están enfrentados judíos y árabes; también y principalmente están enfrentados los propios árabes, por ejemplo, por cuestiones religiosas: la división musulmanes-cristianos se da en Palestina y en todos los países árabes con población cristiana: Egipto, Líbano, Irak, etc.
No corresponde a un periodista ni a un crítico ofrecer soluciones concretas a los conflictos; pero sí están obligados a informar de modo que animen a quienes lean sus escritos a crear una conciencia crítica de lo que pasa en el mundo, de cómo malviven, en este caso concreto, los árabes cristianos de Palestina. Sin tantas contemplaciones con el islam, con sus falsas primaveras, con sus engendros pseudodemocráticos y con sus idolatrados líderes, las cosas irían de otro modo. Desechemos la falsa ilusión del diálogo, que exige al menos dos interlocutores, con quienes no aceptan más que monólogos y adoptemos posiciones más eficaces, aunque sean dolorosas y políticamente incorrectas –bendito término–. Ellos, los fundamentalistas, seguirán intentando lograr sus objetivos; nosotros, o defendemos nuestra causa o, simplemente, seremos los siguientes en ser fagocitados por culpa de nuestra indiferencia.
JEAN ROLIN: CRISTIANOS. Libros del Asteroide (Barcelona), 2011, 165 páginas.