Es su voluntad inmunizarse contra la clausura de la palabra dogmática y sabe, como los maestros del Talmud, que una verdadera comprensión es una interpretación activa.
Argentino, latinoamericano, Forster es un pensador inscrito en la tradición intelectual de la Escuela de Frankfurt e influido radicalmente por la obra de Walter Benjamin, a cuyo pensamiento se acercó a través de Adorno y de la revisión crítica de la herencia de Hegel y Marx y de algunas fuentes judaicas. Inspirado en el judaísmo legalista de la interpretación y cumplimiento de las mitsvot, pero también en la visión apocalípitica que espera la llegada del Mesías para que se realice la promesa de un mundo redimido, Forster es un heresiarca de izquierdas al que no le duelen prendas a la hora de pensar sobre los referentes de la tradición intelectual conservadora alemana (Spengler, Schmitt, Heidegger y Jünger, principalmente), porque
iluminan zonas de nuestro ser y de nuestra sociedad que las buenas concienciasno quieren ver;
igualmente, no duda en revisitar el pensamiento religioso y místico (a partir de las investigaciones de Scholem) y denunciar la banalidad imperante en la sociedad contemporánea y su "perturbadora ausencia de espiritualidad".
Como a Steiner, Benjamin facilita a Ricardo Forster la entrada en un mundo interpretativo donde se conjugan la intuición del místico, la escritura del poeta y la reflexión del científico. De él aprende a leer sin dogmatismo, a interrogar al texto sin violentarlo y a relacionarse con la dimensión sagrada de las palabras. Le proporciona una visión cosmopolita y universal, lo conecta con la Cábala y lo sitúa en un territorio donde se combinan teología y lingüística, en el seno de una tradición de interpretación que sabe que los comentarios (a la Torah) implican una metamorfosis del texto, la construcción de un nuevo plano de sentido.
Pero no es un fanático, no se engaña ni engaña al lector. En el ensayo "El Estado de excepción: Walter Benjamin y Carl Schmitt como pensadores del riesgo", Forster anota los extremos y los riesgos del pensamiento benjaminiano. Señala la reivindicación que hizo Benjamin de la influencia de Schmitt –quien había hablado del parasitismo del pensamiento judío respecto del espíritu alemán– en El origen del drama barroco alemán, así como de la imbricación de ciertas tradiciones intelectuales de derecha en su pensamiento. Porque, y esta es una de las hipótesis de Forster, tanto Schmitt como Benjamin criticaban el parlamentarismo liberal y la democracia burguesa, algo que a uno le condujo al fascismo y a defender el estado de excepción para garantizar el orden, y al otro a defender la dictadura del proletariado y la revolución.
Paul Celan es reinterpretado aquí a partir del libro Poesía contra poesía, de Jean Bollack, quien rechaza tanto las interpretaciones en clave místico-religiosas como algunas tradiciones hermenéuticas que han caído como una losa sobre el poeta. De acuerdo con este análisis, la poesía de Celan no busca la redención de la cultura y la lengua alemanas, como sí lo hizo la de su amiga Nelly Sachs. No pretende el perdón y la reconciliación, que inevitablemente conducirían al olvido y a la profanación de la memoria de los asesinados. Tampoco quiere la salvación o el cobijo bajo las alas del Talmud o la Cábala, ni el regreso a la religión de los ancestros. El judaísmo de Paul Celan es de orden material y opera desde dentro de la lengua alemana, situando al lector ante una palabra poética que revela la barbarie que anida en la propia civilización. Implica la interpretación política y la denuncia del fascismo, como es obvio, pero también del nibelungoizquierdismo capaz de movilizar los recursos de "un visceral antisemitismo a la hora de justificar su opción antiimperialista y revolucionaria".
De menor calado son los artículos sobre Borges y Benjamin, Adorno y Scholem. En "Walter Benjamin y Borges: la ciudad como escritura y la pasión de la memoria", Forster abunda en la impronta que las ciudades (Berlín y París, en el caso de Benjamin; Buenos Aires y Ginebra, en el de Borges) dejaron en la palabra de esos escritores, que convocaron en el presente urbano "los fantasmas del pasado (...) la decadencia en medio del esplendor". En "Gershom Scholem y la profanación de la lengua", además de plantear la disparidad de criterios de Franz Rosenzweig y Scholem sobre el sionismo (rechazado por el primero y firmemente defendido por el segundo), subraya la trascendencia que ha tenido la secularización de la lengua hebrea en el mundo contemporáneo: esa profanación ha llevado a una desespiritualización que ha comprometido el fondo del lenguaje y, por ende, del hombre: "La lengua convertida en charla vacía, en instrumento de dominación, se vuelve figura del mal allí donde se ha perdido su sentido esencial, su compromiso con la verdad". En "Lecturas de Adorno: elogio del anacronismo" destaca la vinculación del filósofo a una tradición intelectual que iba más allá de las fronteras disciplinarias.
Donde se crece el pensador argentino es en el artículo "Entre la ruina y la espera: viaje al mundo de las almas", el más personal y crítico, el más comprometido, impensable sin los anteriores. Nada que ver con una vuelta de tuerca retórica o con el exhibicionismo estilístico. Porque es la condición humana contemporánea lo que Forster pone sobre el tapete, utilizando como punto de partida el análisis del tratamiento que dieron los medios de comunicación a la agonía de Juan Pablo II. Un camino de pérdida de sentido, de un imaginario cultural dominado por los medios audiovisuales, de alianza entre medios de comunicación, cine y política de masas que había sido inaugurado por el dominio de la forma, destacado por Nietzsche, y que la "sagacidad de Goebbels, la genialidad artística de Leni Riefensthal [habían sabido] plasmar". La pérdida del alma. El silencio. El fin de la interpretación.
RICARDO FORSTER: LOS HERMENEUTAS DE LA NOCHE. Trotta (Madrid), 2010, 166 páginas.