
Al contrario que los obispos de las diócesis vascas, cuyas pastorales relativas al terrorismo han abusado siempre en sus análisis de los tópicos de la ideología nacionalista (equiparación del sufrimiento de los presos etarras con el de sus víctimas, llamadas constantes a la superación del llamado "conflicto político", etcétera), tanto Juan Pablo II como la Conferencia Episcopal Española han sido saludablemente, cristianamente claros a la hora de enjuiciar el fenómeno de la violencia terrorista.
El anterior Pontífice condenó siempre, sin ningún tipo de matización, no sólo esta violencia física, sino la ideología que le da sustento. Así lo dejó claro en multitud de actos de carácter diplomático oficial, y en sus visitas pastorales a nuestro país. La Conferencia Episcopal Española, por su parte, dio a la luz el 22 de noviembre de 2002 la instrucción pastoral Valoración del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias, en la que se refería al terrorismo de la ETA como "una realidad intrínsecamente perversa, nunca justificable" y, lo que es tal vez más importante, advertía de que "quien quisiera servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos cometería una gravísima inmoralidad"; para concluir con un nítido "no se puede ser neutral ante el terrorismo".
El documento, aunque no lo mostrara expresamente, era la respuesta de la Conferencia Episcopal a la pastoral conjunta que los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria hicieron pública en junio de ese mismo año para oponerse a la ilegalización de Batasuna mediante la Ley de Partidos, entonces en discusión, y ahondar en su ya tradicional ambigüedad, con apelaciones al fin de la violencia a través del diálogo sin condiciones (no mediante la victoria del Estado de Derecho), a las supuestas torturas de los presos etarras denunciadas por sus organizaciones pantalla y a la preexistencia de un conflicto de dimensiones históricas como origen del terrorismo. Un totum revolutum que los hisopos de Monseñor Setién y sus sucesores no se han cansado nunca de asperjar.

La cuestión del terrorismo etarra y el nacionalismo vasco es el eje central del libro que recientemente ha publicado un ramillete de intelectuales cercanos al Foro el Salvador, vista desde la perspectiva de la tregua anunciada por la banda terrorista y la negociación que el Gobierno español pretende llevar a cabo. En él se ofrecen interesantes estudios antropológicos, históricos, teológicos y políticos, vertebrados a través de la convicción inequívoca de que frente al terror no cabe la ambigüedad, sino la condena expresa que exige el compromiso auténticamente cristiano.
Se trata de una colección de breves ensayos con el objetivo de abordar el problema terrorista desde múltiples ángulos. En conjunto, constituye un compendio esencial para comprender su origen, su desarrollo y las perspectivas que cabe esperar tras el anuncio de tregua de la banda armada. Especialmente recomendables son el estudio de Jesús Laínz (autor de un espléndido libro –Good Bye Spain– sobre la historia del nacionalismo vasco), titulado, precisamente, "Doce preguntas sobre el nacionalismo vasco", y los capítulos debidos Jaime Larrínaga, ex párroco de la localidad vasca de Maruri, obligado al exilio por la presión nacionalista y presidente del Foro.
Por su claridad, valentía y decoro cristiano, es una obra que conviene estudiar, especialmente ahora que el clima político, entre el reparto de rosas blancas y los continuos alegatos al inicio del proceso de paz, amenaza con nublar el entendimiento sobre la cualidad moral de los que finalmente intervendrán en ese festival del talante.