En toda obra literaria de calidad hay una mezcla de lógica interna y simbolismo, no se olvide que la literatura procede directamente del mito. Cuando la lógica falla o se fuerza en exceso, la obra queda frustrada, como lo parecía en el caso de Calixto y Melibea por el hecho de que el mero casamiento habría disuelto todo el conflicto. No obstante, sí había una causa profunda de fricción en las diversas actitudes de los amantes.
Como todas las grandes obras, La Celestina es intemporal y susceptible de muchas interpretaciones, a la vez que está ligada a su tiempo, del que ofrece una imagen que no podríamos hallar en los documentos burocráticos, con todo lo importantes que estos son.
La imagen ofrecida por el arte dista mucho de ser el retrato de una sociedad, como se ha pretendido a menudo, partiendo de un marxismo elemental. De seguir esa pretensión, cualquier mediano estudio socioeconómico con abundante estadística superaría en valor a las obras de arte, y estas solo tendrían interés para el especialista, al modo que una herramienta agrícola de otros tiempos y hoy inútil. Así, cometeríamos un grave error al tratar de entender el franquismo de los años 40 por medio de La colmena, lo mismo que si intentáramos juzgar la España de los Reyes Católicos a partir de La Celestina. La literatura no suele ocuparse de lo que es normal en una sociedad, sino de lo extraordinario; y, paradójicamente, a través de sus personajes y sucesos fuera de lo común nos habla de lo permanente e intemporal en el ser humano, por lo que una obra de arte lograda puede ser apreciada en cualquier tiempo y país. Pero también es verdad lo contrario: de una forma sutil, la literatura nos trae asimismo algo del espíritu de la época y la sociedad en que se compuso. Estas paradojas vuelven tan difícil la crítica literaria como fácil la tentación de hacerla mediante unos pocos tópicos, generalmente de raíz marxista, con cuya planilla todo parece quedar aclarado.
El libro de Baltanás sobre el teatro compuesto por los hermanos Machado va eliminando algunos de esos tópicos, empezando por el de la oposición entre Antonio y Manuel, con ninguneo del segundo por razones estrictamente políticas (pedestremente políticas), que en vano se quieren presentar a veces como estéticas. De hecho, los dos hermanos colaboraron y se entendieron muy bien hasta que la Guerra Civil los separó; cada uno eligió un bando, con fervor más o menos sincero, pero poco interesante desde el punto de vista literario. Los dos, como tantos otros, saludaron con alegría la república –seguramente les alegró menos su caótico devenir–, pero rehusaron explícitamente asestar "lanzada al moro muerto o burla, más o menos sarcástica, del caído", en este caso del antiguo régimen. A pesar de lo cual una de sus obras, La prima Fernanda, ha solido ser interpretada precisamente en esa clave, como trabajo de circunstancia y crítica política.
Según explica Baltanás, aunque el tema político esté presente, forma sólo el entorno de una historia humana muy frecuente en cualquier situación política; se trata de una historia transcurrida en un "pequeño mundo parasitario donde la tragedia –choque de virtudes o de valores– es imposible por falta de héroes, y no menos imposible el drama, porque lo elemental humano tampoco alcanza allí un mediano vigor". Ciertamente, se podría interpretar así, en su mediocre mezcla de "picarismo y trivialidad", el ambiente de la restauración. Pero también el de la república, con sus héroes grotescos y su picaresca exacerbada. Y aun más el de la clase política actual, suma de mil raterías chabacanas, que a duras penas podría tratarse, a no ser en plan de farsa. La prima Fernanda, sin embargo, no es una farsa, sino que está construida sobre el lema "No hay amor que no destruya cuanto hay en la vida nuestra de ficticio". Lo que ocurre es que lo ficticio –los intereses y fijaciones vulgares– pesa mucho más que el amor en casi todos los protagonistas, y al final "no pasa nada".
El tema de fondo viene a ser muy parecido en las restantes seis obras (Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, Juan de Mañara, Las adelfas, El hombre que murió en la guerra, La Lola se va a los puertos y La Duquesa de Benamejí): el conflicto entre el amor entregado y otros intereses (incluido entre estos el erotismo), "entre el yo y el otro y del yo consigo mismo", "dos movimientos que a veces marchan juntos en el alma humana en la misma dirección, y otras veces, no pocas, en sentido distinto y hasta opuesto", como observa Baltanás. Con esta perspectiva, las obras de los hermanos Machado escapan a los enfoques un tanto corraleños con que a menudo han sido examinadas.
Siempre queda por explicar, claro está, en qué consiste el amor auténtico, y hasta qué punto redime o libera de todo lo ficticio, lo inauténtico en la vida humana. La misma idea de autenticidad, aunque fácilmente intuible, resulta muy difícilmente analizable. Y en estas brumas, atacadas por la literatura, se desenvuelve el destino humano desde que se quiso saber demasiado sobre el bien y el mal.
ENRIQUE BALTANÁS: LA OBRA COMÚN DE LOS HERMANOS MACHADO. Renacimiento (Sevilla), 2010, 229 páginas.
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