Dos preguntas nos asaltan de continuo cuando nos echamos a la cara semejante libelo. La primera es previsible, a saber: ¿cómo es posible que alguien que trabaja para un imperio mediático, para un multimillonario que ha crecido a la sombra de Franco y de los sucesivos gobiernos del Señor X, critique el capitalismo y califique a cualquiera que disienta de sus ideas de "ultraliberal", cuando no directamente de acólito de una gran corporación? La segunda es aún más preocupante. Si la globalización es capitalismo sin límite, ¿cómo es que los estados establecen impuestos progresivos, restringen la libertad de horarios comerciales, subvencionan a los sindicatos, multan a Microsoft o impiden que la gente escape del sistema obligatorio de salud y pensiones?
El lector que no se haya dejado atosigar con tan pertinentes preguntas se encontrará con una obra en la que lo único positivo es la prosa del autor: Estefanía, francamente, escribe bien. Pero con su buena prosa ofrece un retablo del mundo tan pesimista como Matrix y tan falso como el talante de Rodríguez Zapatero.
Su definición de capitalismo da buena cuenta del respeto que siente Estefanía por la veracidad:
"Este es un sistema en el que la acumulación es la virtud absoluta, tanto si se trata de riqueza como de poder (…) Es como si el capitalismo global hubiese perdido todo sentido del miedo desde que no tiene un enemigo vivo (desde 1989, con la autodestrucción del socialismo real) y se soportasen sin tensión niveles de desigualdad que antes hubieran resultados intolerables".
Cualquiera que se tome la molestia de analizar las virtudes de un empresario observará que el afán de lucro es un motor de sus decisiones, pero igual de relevantes son su amor al trabajo y su deseo tanto de crear empleos como de ser su propio jefe. Y, para satisfacer al consumidor, verdadero soberano en el mercado, mal que le pese a los progresistas de salón, el empresario debe actuar con prudencia, cumplir los contratos, cuidar de su propiedad, aprender a escuchar, resistir la tentación de mentir o engañar y estar atento a las oportunidades y cambios que se producen.
Por supuesto, Estefanía no tiene ningún interés en leer análisis como los de la profesora Deirdre N. McCloskey, de la Universidad de Illinois, que en su libro Virtudes burguesas ha estudiado cómo la ética es esencial en el mercado.
A Estefanía se le escapa otra mentira cuando habla de la desigualdad. Para entendernos, si en 1981, según Naciones Unidades, el 40,4% de la humanidad vivía con un dólar o menos al día y en 2001 se había reducido ese porcentaje a la mitad, es decir, al 20,7%, ¿dónde está ese retroceso del capitalismo de que habla? Es más, como ha confirmado el Banco Asiático de Desarrollo, en dicho continente han escapado de la pobreza más de 300 millones de personas desde 1990, lo cual confirma que el capitalismo extiende el bienestar a todos.
De hecho, la ONU explicó cómo las únicas áreas del mundo que han caído en el índice en los últimos años han sido el África Subsahariana, Rusia y varios países del Este; precisamente aquellos países donde, como es bien sabido, el mercado arroja los más pobres a la mendicidad o a la prostitución.
En lugar de comentar extensamente estas cifras tan positivas y gritar más de un hurra por cada logro del capitalismo, "la mano de Polanco" prefiere escarbar en las pasiones más bajas del ser humano y convocar a la envidia como si del dios de la lluvia se tratara. Con sólo comparar el dinero que tienen Bill Gates y otros potentados con los ingresos totales que años antes disponían los más ricos del momento, el maestro Estefanía saca la calculadora y concluye que "la desigualdad es una característica central de este sistema, el precio que hay que pagar por el funcionamiento eficaz del mismo".
El análisis sesgado impide ver que lo único que prueban estos datos es que si un 20% de la población posee el 70% de la riqueza es porque la ha creado. En un estudio esencial, titulado Mitos sobre ricos, José Ignacio del Castillo señala que
"sólo es posible comprender la fortuna de casi todos los empresarios de la lista Fortune por su capacidad para generar beneficios futuros, y éstos sólo podrán ser generados si se les deja vivir y funcionar. ¡Qué colosalmente se equivocan quienes piensan que riqueza y renta son magnitudes equivalentes y que es posible despiezar la primera para incrementar la segunda!".
Como no podía ser menos, Estefanía se vale del caso Enron para desprestigiar el capitalismo. Átense los machos: según Estefanía, el "contrato social implícito que hay en las sociedades" (sic), que "exige la provisión de protecciones sociales y económicas básicas" y "oportunidades razonables de empleo", "se rompe cuando se producen casos como los de Enron y compañía".
Evidentemente, Enron actuó fraudulentamente porque creó un entramado de empresas que iban ocultando sus deudas y así inflaban su cuenta de resultados. Pero que eso suceda no quiere decir que el capitalismo haya sido el responsable.
Al igual que la existencia de policías corruptos no significa que todos los agentes de la ley lo sean, tampoco el hecho de que existan ejecutivos delincuentes confirma que todos los directivos se dediquen a engañar a los accionistas y a acumular fondos en Jersey. Pero es que, además, ese tipo de actos son considerados punibles en todos los países, empezando por EEUU: el fundador de Enron y su sucesor al frente de la compañía han sido declarados culpables de conspiración y fraude.
No es de extrañar que, siendo tan acusado su anticapitalismo, Estefanía considere El capital de Marx el "primer intento sistemático de comprender el capitalismo".
Con La mano invisible de la mano de Polanco se prueba el famoso dictum de Revel: "La primera de las fuerzas que dominan el mundo es la mentira". Y la hipocresía. Así se explica que gentes como Estefanía, que ostentan cargos importantes en grandes corporaciones, carguen contra las mismas. Pero no son hipócritas cuando defienden la extensión del Estado, ya que lo que pretenden es que éste otorgue beneficios y privilegios a los suyos y a los de su cuerda.
El poder del que nunca hablará Estefanía se oculta en la sombra y, como dijo otro célebre pensador francés, es "inmenso y tutelar, absoluto, regular, previsor y suave".