Y, por supuesto, siempre puede recurrir al argumento ad hominem, esto es, el asalto directo a la buena fe del autor, que es, de lejos, la modalidad de refutación más habitual y, por lo general, más divertida.
La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo, de Moncho Tamames, es muy fácil de rebatir. Por cuatro sencillas razones: los datos que emplea son falsos; los argumentos, inconsecuentes; las conclusiones, contrarias a la lógica, y la mala fe, manifiesta.
Naturalmente, no recomiendo el libro de Tamames a nadie. A no ser, claro, que usted sea de esos que llevan el pañuelo palestino, escuchan a la Electrica Dharma, pintan grafitis antisistema, tienen más de dos piercings y odian a la policía hasta que vienen unos delincuentes violentos y les revientan el concierto radical. Si pertenece a esta variedad de izquierdista, ahórrese el dinero: hay muchas fuentes donde puede leer todo el contenido de este libro, pero mejor explicado y más barato. Sólo tiene que buscar "noam chomsky" o "le monde diplomatique" en el siempre socorrido Google.
La diferencia más importante entre La Cultura del Mal y la mayoría de los libros antiamericanos que se pueden encontrar en las secciones de actualidad de las librerías españolas es que los otros muestran un poco de tolerancia y comprensión hacia la gente estadounidense. El típico antiamericano hace gala de la amistad que siente para con el norteamericano corriente; lo que odia, dice, es el Gobierno y el sistema económico, no las personas. Salta a la vista que este tipo típico o está engañando a sus lectores o se engaña a sí mismo, porque olvida decir lo obvio: la sociedad que odia la conforman los estadounidenses, que escogen a sus gobernantes y desarrollan el sistema económico vigente en su país. Pero el antiamericano típico por lo menos tiene la decencia de esconder su odio hacia los norteamericanos.
Moncho Tamames no tiene esta decencia. Su libro está lleno del odio más puro hacia los estadounidenses. Tres citas bastan para ilustrarlo: "La amistad no parece existir ya de una forma natural en EEUU"; "Al estadounidense en general sólo le importa una cosa: ganar dinero"; "Ellos mismos han perdido el sentido de la sinceridad". Entre los muchos adjetivos despectivos que inflige a todos los norteamericanos brillan con luz propia los siguientes: subnormales, fetichistas, ruines, falsos, puritanos, reprimidos, frustrados, aburridos, extremistas, corruptos, malintencionados, ignorantes, injustos, salvajes, energúmenos, incultos, repelentes, cursis... y así hasta el infinito del insulto. Así pues, no estamos ante un autor neutral, y su obra no puede servir a nadie que quiera aproximarse a la verdad, sino a los que deseen ingerir propaganda demagógica.
Si vamos a las fuentes que cita, la gran mayoría no son precisamente neutrales, sino autores que han hecho del antiamericanismo una profesión bien remunerada: Anthony Giddens, Howard Zinn, Emmanuel Todd, Michael Moore, Ramón Vilaró, Frey Betto y una conjura de locos vendedores de teorías conspirativas sobre el asesinato de Kennedy. (Lo hizo Oswald. Si no lo crees, lee Case Closed, de Gerald Posner).
Aparte de semejante nómina de antiyanquis profesionales, dice valerse de diarios como El País, La Vanguardia y El Mundo; de la revista alemana Der Spiegel y la española La Clave; de los servicios informativos de la cadena Ser, Tele 5, TVE y Antena 3. Fascinante. Apenas cita medios norteamericanos o británicos. Es difícil tener alguna idea sobre un país si se depende de los medios extranjeros. Y lo que es peor, Moncho Tamames apenas sabe inglés. En su libro, además de otros errores, confunde "it's" con "is", no sabe la diferencia entre "spring break" y "spring term", piensa que los norteamericanos dicen "fab", atribuye a los policías americanos la ininteligible frase "don't make any mistake" y generalmente demuestra poca familiaridad con la lengua del país que critica.
En lo referente a los datos con que apoya su tesis, la mayoría son falsos o exagerados, o ambas cosas.. Por ejemplo, cita a la ONG Help Line USA como fuente de este notición: "El 9% de las mujeres norteamericanas son violadas cada año". ¿Es esto posible? Claro que no, especialmente con la mano dura policial norteamericana, que el propio Tamames critica en otra sección. Lo que ha hecho éste es coger un dato ("cada minuto 1,3 mujeres son violadas"), ya claramente falso, proporcionado por dicha ONG feminista, hacer unos cálculos y llegar al disparate. Según datos del FBI, en 2001 la tasa de violaciones fue de 31,8 por cada 100.000; o sea: el 0,318% de las mujeres estadounidenses son violadas cada año. El argumento que Tamames deriva de este "dato" es que "incide, primera y principalmente, [en] el estereotipo de hombre anglosajón embrutecido y mal follado por logros propios".
Otro ejemplo más. Tamames expone un texto muy hippie que ocupa dos páginas enteras del libro y que no voy a citar porque es la misma sandez ecologista-sandía que ya ha oído usted mil veces. Lo gracioso es que lo atribuye a un tal "Chief Seattle", un jefe indio. Bueno, según Urban Legends Reference Pages, fue escrito por un guionista de cine de Hollywood en 1971. Según Tamames, data de 1819; además, incluye una referencia a los blancos malvados que matan búfalos desde un tren. El primer ferrocarril fue construido en Inglaterra en 1830, y recorría la famosa línea Stockton-Darlington. El argumento que Tamames deriva de este "hecho" es que los yanquis "creen, incluso, que el mundo pertenece, o debe pertenecer, a EEUU y no que EEUU pertenece al mundo".
Ya hemos visto que los datos que manipula Tamames son falsos, y los argumentos que deduce de ellos inconsecuentes; y lo serían incluso si los datos fuesen ciertos. Entonces, por supuesto, su conclusión también tendrá que ser equivocada. Y lo es. Tamames dice a sus lectores que EEUU es la peor sociedad de toda la historia. Concluye que la URSS (que Tamames defiende, probablemente debido a la influencia paterna) y la Alemania nazi, en comparación con las barbaridades de la sociedad estadounidense, cometieron pecadillos.
¿Qué acción sugiere a sus lectores? No propone montar una revolución al estilo de Che Guevara porque Moncho y sus lectores están demasiado contentos con la sociedad en que viven, tan cómodamente. Tampoco está dispuesto Moncho a la desobediencia civil estilo Gandhi, probablemente porque sería necesario hacer un esfuerzo intenso y dar con los huesos en la cárcel durante algún tiempo. No, lo que recomienda es hacer un boicot a los productos estadounidenses. Se trata, pues, de una contestación consumista a algo que se pinta como peor que Stalin y Hitler.
No lucharemos con nuestros cuerpos: son demasiado valiosos para arriesgar; tampoco rechazamos nuestra sociedad, aliada de EEUU, que nos protege de cualquier peligro; ni el consumismo, ya que nuestra protesta consiste en consumir productos de procedencia no estadounidense. Bien es cierto que Moncho nos da permiso para comprar ciertos productos informáticos de EEUU, porque sólo allí se producen.
Esto será porque, según la tapa del libro, la tarea profesional de Tamames "ha estado intermitentemente ligada a la industria discográfica y publicitaria"; "actualmente –se nos informa–, es directivo de una empresa europea de productos multimedia". Fascinante. Moncho presume de haber visitado muchas veces EEUU y Gran Bretaña, centros neurálgicos de la industria publicitaria y discográfica. Lo que me ha hecho pensar en que, a pesar de que conoce "a fondo" esos dos países pero no está trabajando en ninguno de ellos, detrás de La Cultura del Mal se esconde un desabrido resentimiento; es decir, que no ha tenido éxito en su vida profesional; que, en definitiva, no le quieren. Es más fácil odiar a un país que amarlo, y Tamames odia al Reino Unido casi tanto como a los Estados Unidos.
Otro dato que me ha hecho pensar sobre el odio africano que Tamames profesa por americanos y británicos me lo ha regalado él mismo. Dice que pasó un año en un instituto de Cheyenne, Wyoming. Cheyenne no es precisamente el centro de la civilización mundial. Es una ciudad provinciana parecida a Teruel o Soria, pero sin el encanto de éstas.
Por lo que cuenta, Moncho lo pasó muy mal allí. Se queja mucho del aburrimiento, y si se es un joven urbano acostumbrado a la vida acelerada de los niños burgueses españoles (discotecas, cubatas y pastillas hasta las seis de la madrugada), Cheyenne es, efectivamente, muy aburrida. Moncho se queja amargamente de la falta de alcohol en Cheyenne, y lo hace varias veces, cosa que, combinado con lo que cuenta la foto de la tapa, me hace pensar que este particular le es muy importante.
Si un joven español tiene la suerte de poder estudiar un año en Wyoming, lo natural es que se interese en conocer a la gente sencilla del lugar, en aprender cómo funciona su sociedad y, sobre todo, en hablar su idioma. Esto, claro, sería mucho pedir para un ocioso adolescente europeo de clase alta.
Moncho Tamames, La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo, Madrid, Espejo de Tinta, 340 páginas.