La lógica que maneja Harford es claramente económica, puesto que se apoya en un análisis de coste-beneficio y en la continua atención a los incentivos que nos brinda la vida. Pero ¿realmente esto es todo? ¿La vida se reduce a utilizar la calculadora cada vez que decidamos hacer algo?
La primera respuesta razonable sería un "no" rotundo. ¿Acaso alguien piensa que el amor se puede explicar con la economía? Aunque cueste aceptarlo, Harford defiende con entusiasmo esta tesis; pero, más que en la economía, el autor del best-seller El economista camuflado se apoya en la biología evolucionista para defender que las mujeres buscan hombres responsables que puedan ocuparse de sostener a la familia, mientras que los hombres desean encontrar mujeres que puedan criar a sus hijos, para lo que la juventud y la salud es fundamental. Es evidente que algo de esto hay, pero resulta un tanto pobre una teoría que se queda ahí, sin profundizar en las claves de la atracción, el deseo y el cariño.
A Harford no le importa, porque, en su afan de aparecer como prestidigitador, de asombrar al público con efectismos, prefiere plantear nuevas tesis, como la de que el divorcio ha mejorado la integración de las mujeres en la vida laboral porque éstas, al plantearse que el matrimonio no es para toda la vida, se han preocupado por "conservar opciones profesionales a modo de seguro de divorcio". Tal idea parece que tiene más sentido que la anterior; ahora bien, la causa principal de la incorporación de la mujer al mercado no es ésta, sino, probablemente, el deseo de realización personal y de independencia económica, cuestiones que Harford omite aquí deliberadamente.
En otro de los capítulos más esperados, Harford intenta dar una explicación convincente al hecho de que los jefes cobren más de lo que sus empleados creen que deberían cobrar. Una vez más, vuelve a hacer gala de una gran capacidad expositiva para exponer cómo no se recompensa el trabajo duro, porque si así fuera todos sabrían que trabajar más que el prójimo les garantizaría un aumento de sueldo. En cambio, lo que realmente parece que motiva al trabajador a emplearse más a fondo es conocer el sueldo que perciben los directivos.
La idea es nueva para cualquiera que trabaje en una empresa. Todo empleado con deseo de prosperar tratará de ascender y emular a sus jefes. ¿Es racional hacerlo? Claramente. Pero ¿acaso esto explica el sueldo que cobran los que mandan? Parece que no.
Otro de los campos donde la economía puede resultar interesante para entender el mecanismo de los costes en el comportamiento humano es el del crimen. El autor parece prometer una teoría omnicomprensiva de los delitos, pero simplemente presenta interesantes análisis, de casos muy concretos, que parecen dar a entender algo que a todos nos resulta familiar, esto es, que cuando las penas por delinquir son graves, el número de infracciones desciende.
Lamentablemente, Harford no va más allá de los experimentos que otros economistas han realizado, algunos de los cuales resultan notables, como la influencia que tiene la posición de los cajeros en su productividad (si se pone a los cajeros vagos de espaldas a los más trabajadores, la productividad de los primeros parece que se incrementaría). Y no puede hacerlo porque su metodología es la de un aprendiz de científico que cree que se halla en una laboratorio donde puede analizar la sociedad, aunque al menos tiene un poco de modestia y no se atreve a ir más allá de compartir sus observaciones, pero sin dar una teoría; todo lo contrario que esas personas que si son científicos.
Jugar al cientismo, como denominaba Hayek a la pretensión arrogante de creer que la economía es una ciencia como la física o las matemáticas, conduce a falsas conclusiones y a no contemplar el papel de las costumbres, de las instituciones que, como el mercado, permiten a los hombres cooperar y obtener sus fines individuales. Por mucha racionalidad que desplieguen, la división del trabajo no la pensó nadie, como tampoco nadie pensó ex novo el lenguaje. Al carecer este libro de una reflexión como la de Hayek sobre qué es el mercado, todo lo que nos deja Harford es una obra divertida que contiene páginas interesantísimas, como las que se detienen en el papel de la teoría de juegos en el póquer y en la Guerra Fría, pero que no deja de ser una cosa amena que no cambiará ni la forma de pensar del lector ni dará a éste clave alguna para actuar en la vida.
Es una lástima que Harford no haya estado a la altura de su primer libro, donde sí se brindaba al lector una especie de "economía en una lección". El número de autores que seguirán esta nueva moda de ensayo económico aumentará notablemente, y seguro que tendremos ocasión de volver a reseñar títulos que prometen oro y no nos dan más que unas cuantas páginas doradas… sin nada más que el brillo como consolación.