Levin, experto en Derecho Constitucional, acomete aquí una de las tareas más necesarias en democracia: exponer los problemas del Poder Judicial, detallarlos, documentarlos y buscar soluciones. Men in black (nada que ver con la película) es una seria llamada de atención tanto para la ciudadanía como para los líderes norteamericanos sobre el estado de la Justicia. Porque el buen funcionamiento de toda democracia pasa por la necesaria independencia de los poderes del Estado. Uno de ellos, el judicial, tiene como misión hacer cumplir la ley y la Constitución de forma independiente y adecuada. La politización de la Justicia resulta nefasta para la libertad y la democracia.
El propósito de cualquier código legal en el marco de una democracia debe estar dirigido al establecimiento de un arreglo operativo que encauce la vida de la comunidad gobernada. El objetivo es que –por encima de preferencias ideológicas o políticas– se alcance la verdadera justicia bajo el marco legal constitucional, elegido por la mayoría de los ciudadanos y sus representantes.
Levin parte de la base de que el esfuerzo de los individuos que componen un Estado democrático debe ser crear y asegurar un sistema judicial justo y honesto. Y en este libro ejemplifica, para el caso norteamericano, cómo una de las pestes en democracia es la manipulación de los poderes del Estado, especialmente la politización del Poder Judicial. Estados Unidos, pese a ser la democracia más antigua, asentada y próspera del planeta, ha conocido en los últimos años varios problemas judiciales.
Lo que Levin muestra en los bien documentados catorce capítulos de la obra es que el activismo judicial ha ido adquiriendo en EEUU cotas impensables; y quienes lo ejercen, una autoridad excesiva y un protagonismo superior al que inicialmente le otorgaron los Padres Fundadores. Al hilo de varios casos, Levin ilustra que muchos jueces (erróneamente metidos a políticos) han sido y siguen siendo auténticos "radicales con toga". Sin importarles muchas veces lo que marcan las leyes, han subvertido los principios básicos de la Constitución liberal de los Estados Unidos para filtrar en sus decisiones sus propias preferencias e imponerlas a la sociedad.
Men in black da pruebas contundentes de todo ello, desde decisiones de mediados del siglo XIX hasta las más actuales, incluida la famosa y polémica Roe vs. Wade (1973) sobre el aborto, que vuelve estos días a la palestra. Levin afirma que los Padres Fundadores nunca plasmaron en sus documentos la idea de que la república norteamericana debería dar tanta supremacía a las decisiones del Tribunal Supremo, y denuncia que algunos magistrados se han convertido en una suerte de tiranos vitalicios que interpretan a su modo y preferencia la Constitución. No olvidemos que los nueve miembros del Supremo son elegidos –por el presidente de la nación, con la aprobación del Senado– de por vida.
Levin refiere múltiples casos polémicos, sin perder ningún detalle, y da cuenta de los modos en que el Supremo ha ido transformando la innata forma representativa de gobierno por la ciega aceptación a las preferencias, dictados, gustos y prejuicios de una oligarquía de jueces.
Las páginas de Men in black resultan ser, así, una disección ejemplar de varias áreas de la vida pública donde los magistrados han antepuesto el sectarismo al cumplimiento del articulado de la Constitución y de la ley. El razonamiento cuidadoso que subyace en estas páginas nos lleva a una lectura apasionante y recomendable.
Nuestro autor afirma que muchas de las decisiones del Tribunal Supremo han sido muy ajustadas, aunque a menudo volcadas –lamentablemente– hacia el lado anticonstitucional. Así ocurre, por ejemplo, con la obligada exclusión –en ocasiones– de las referencias a la religión o a Dios de los lugares públicos, hecho que atenta contra la Constitución. Los sectarios jueces "progresistas" se amparan en la necesaria separación de Iglesia y Estado para dictar en contra de cualquier aspecto a favor de lo religioso. Sin embargo, como bien argumenta Levin, esos mismos jueces olvidan la raíz religiosa y la centralidad de un Dios Creador, que está en la base de todos los documentos fundacionales de la nación, en sus instituciones y hasta en los billetes de dólar.
Baste indicar que EEUU se fundó sobre un concepto claro, y recogido en sus papeles fundacionales: que los derechos de los hombres y mujeres vienen directamente de Nuestro Creador ("Our Creator"), al que llamamos Dios ("God"); como ciudadanos, los americanos aceptan ceder alguna parte de esos derechos a sus representantes en un Gobierno limitado para que organice una sociedad democrática y libre. Así queda indicado en la Declaración de la Independencia y en varios documentos de los Padres Fundadores. De ahí que, como apunta Levin, los jueces que expulsan la manifestación religiosa de la vida pública norteamericana atenten contra las bases de la nación y de la misma Constitución.
En esa misma línea de activismo judicial encontramos toda la trifulca de acciones legales apoyadas en la Primera Enmienda sobre la libertad de expresión, que se ha ensanchado sectariamente para permitir, por ejemplo, que algunos jueces no intervengan ante la quema de la bandera norteamericana, o que se cercenen las acciones contra individuos ligados o cercanos al terrorismo.
Levin desgrana una por una muchas de las decisiones tomadas por el Supremo: así, la llamada "Acción Afirmativa" –marbete que resulta ser, a estas alturas del siglo XXI, un cuestionable sistema de cuotas al servicio de lo políticamente correcto–; lo mismo apunta sobre las leyes referidas a la práctica del aborto, a partir de un supuesto derecho a la intimidad para silenciar el inalienable derecho humano y constitucional a la vida de un inocente, sobre el matrimonio entre homosexuales y sobre otras cuestiones que verifican que también EEUU está acechado por decisiones judiciales ligadas al activismo radical de las izquierdas.
Men in Black revela el modus operandi de unos jueces que han ido tomando pasos para sustituir lo que dice la Constitución –apoyada en los valores de la democracia liberal– por sus preferencias "progresistas". Esto ha llevado al Poder Judicial a una paulatina movilización hacia los gustos de las izquierdas, que Levin advierte entre muchos de los senadores del Partido Demócrata, presionados por grupos anticonservadores, organizaciones de izquierda y otras alianzas que animan a los "filibusteros" de la Cámara Baja.
Sólo así se explica que un juez tan reconocido como Robert Bork fuera rechazado hace años por el Senado –entonces mayoritariamente del Partido Demócrata– y no alcanzara nunca el Supremo. Lo mismo podríamos decir de las pegas puestas a Clarence Thomas antes de ser elegido. En la actualidad estamos viviendo lo que ya pronosticó Levin en su libro, a la luz del durísimo interrogatorio a John Roberts por parte de algunos senadores "progresistas". En estos próximos meses presenciaremos el siguiente escándalo judicial, cuando haya que cubrir otra de las vacantes al Supremo. Como apunta Levin, el obstruccionismo y la manipulación procederán de la progresía, que intentará eliminar cualquier nominación del presidente –ahora Bush–, aunque sea lo que marca y pide la Constitución.
Men in black conecta con otros libros como el del juez Napolitano, y merecería una seria lectura por parte del público español interesado. Es más, falta un texto así para el caso español, que permita comprobar con detalle la catástrofe judicial, que en nuestro país es mucho más visible. Si Levin se asusta al constatar en EEUU el sectarismo de algunos jueces, imaginemos qué diría al conocer que en el sistema judicial español a los jueces los eligen, cada poco tiempo, los partidos políticos, en conchabanza de lesivas consecuencias. Baste una mirada a cuestiones que resultan claves: desde el silencio y la ineficacia investigadora en el 11-M a la política antiterrorista, pasando por otros tantos asuntos que debilitan cada día las bases de la Constitución.
Mientras la erosión de una vieja democracia como la norteamericana encuentra siempre vías de recuperación –justo las que ahora inicia, con la nominación de un nuevo presidente del Supremo–, en España seguimos dependiendo de legislaturas y pactos entre partidos –a veces muy minoritarios– para concretar la composición de los tribunales.
El libro de Levin resulta más que útil para entender la importancia del Poder Judicial y para trasladar la problemática a lo que ahora vive –y sufre– la democracia española.