De Afganistán pueden decirse muchas cosas; por ejemplo, que ha sido un territorio marcado por la violencia. De hecho, como queda bien expuesto en el recorrido histórico que realiza Jones aquí, tan sólo entre 1933 y 1963 ese país se vio inmerso en un periodo relativamente extenso de estabilidad política y paz. También puede decirse que aquello es un territorio más que una nación, o, en cualquier caso, que las instituciones centrales a las que nosotros estamos habituados son o inexistentes o muy débiles: el poder no sólo está repartido entre el centro y las provincias, sino entre las diferentes etnias y tribus. Todo esto es importante, porque trasladar las experiencias occidentales y nuestra lógica política a Afganistán, sin más, es un ejercicio condenado a un estrepitoso y doloroso fracaso.
Jones expone las diferencias esenciales de la vida afgana a lo largo de distintos periodos en que los extranjeros han querido estar allí presentes o controlar el territorio. Pero el grueso de su ensayo está orientado a explicar qué es lo que ha pasado en los últimos ochos años, desde la intervención fulgurante de las tropas especiales americanas en octubre de 2001, que acabó con el régimen talibán y la posterior huida de Bin Laden. Y su objetivo es intentar aportar algo de claridad y sensatez estratégica frente a lo que se percibe pueda llegar a ser una debacle militar occidental.
En ese sentido –y dejando de lado en este momento su narrativa histórica, altamente pedagógica–, Jones parte de dos premisas básicas: 1) la insurgencia actual no es el fruto de la desesperación ante la falta de perspectivas económicas, sino producto y exponente de una batalla religiosa; 2) la debilidad tradicional del gobierno central impide toda solución que no tenga en cuenta la descentralización y repartición peculiar del poder en el país.
En consecuencia, lo que Jones viene a defender es que, frente a la yihad, en Afganistán no se puede luchar sólo en suelo afgano, aunque sea imprescindible hacerlo. Las bases están en Pakistán, y es ahí donde hay que llevar el combate. Igualmente, conseguir la cooperación de los países del Golfo para frenar la llegada de yihadistas árabes a suelo afgano es un imperativo si se quiere conseguir la victoria. En todo caso, lo primero es la frontera con Pakistán y las zonas descontroladas en el noroeste de este país.
Jones considera que centrar todos los esfuerzos políticos y económicos en el gobierno de Kabul es una opción que no conduce a nada. A su juicio, hay que identificar a y pactar con los señores tribales (que no de la guerra), que son quienes deciden en sus feudos en todos los asuntos importantes.
Lo más urgente y directo es combatir la corrupción, que es de orden estructural y suele estar relacionada con la producción y exportación de opio. Con corrupción no puede haber legitimidad ni confianza, valores esenciales para la vida pública.
En términos de debate, lo más relevante de este libro su aparente choque frontal con las tesis que ahora defienden los mandos militares americanos y de la OTAN en Afganistán. En su reciente informe, el general McChrystal llama a la adopción de una nueva estrategia en la zona: por lo que se ha podido saber, pide más tropas y un redoblado esfuerzo en la defensa de la población civil de los núcleos urbanos. Algo parecido, hay que subrayarlo, a lo que intentaron los soviéticos a mediados de los 80, sin éxito alguno. De acuerdo con Jones, lo que habría que apuntalar son las áreas rurales, caldo de cultivo de los terroristas, ideales para bandidos, criminales y productores de opio.
En suma, esta es una obra de referencia para todos los que están preocupados por la deriva de la intervención militar de la OTAN en Afganistán, así como por el futuro de este país y del terrorismo yihadista. Su lectura arroja mucha luz sobre los límites de lo posible y, desde luego, obliga a una reflexión sincera a nuestros líderes políticos si verdaderamente quieren explicarnos por qué mueren nuestros hombres y mujeres en esas tierras tan lejanas.
SETH G. JONES: IN THE GRAVEYARD OF EMPIRES. AMERICA'S WAR IN AFGHANISTAN. Norton (New York), 2009, 414 páginas.
Jones expone las diferencias esenciales de la vida afgana a lo largo de distintos periodos en que los extranjeros han querido estar allí presentes o controlar el territorio. Pero el grueso de su ensayo está orientado a explicar qué es lo que ha pasado en los últimos ochos años, desde la intervención fulgurante de las tropas especiales americanas en octubre de 2001, que acabó con el régimen talibán y la posterior huida de Bin Laden. Y su objetivo es intentar aportar algo de claridad y sensatez estratégica frente a lo que se percibe pueda llegar a ser una debacle militar occidental.
En ese sentido –y dejando de lado en este momento su narrativa histórica, altamente pedagógica–, Jones parte de dos premisas básicas: 1) la insurgencia actual no es el fruto de la desesperación ante la falta de perspectivas económicas, sino producto y exponente de una batalla religiosa; 2) la debilidad tradicional del gobierno central impide toda solución que no tenga en cuenta la descentralización y repartición peculiar del poder en el país.
En consecuencia, lo que Jones viene a defender es que, frente a la yihad, en Afganistán no se puede luchar sólo en suelo afgano, aunque sea imprescindible hacerlo. Las bases están en Pakistán, y es ahí donde hay que llevar el combate. Igualmente, conseguir la cooperación de los países del Golfo para frenar la llegada de yihadistas árabes a suelo afgano es un imperativo si se quiere conseguir la victoria. En todo caso, lo primero es la frontera con Pakistán y las zonas descontroladas en el noroeste de este país.
Jones considera que centrar todos los esfuerzos políticos y económicos en el gobierno de Kabul es una opción que no conduce a nada. A su juicio, hay que identificar a y pactar con los señores tribales (que no de la guerra), que son quienes deciden en sus feudos en todos los asuntos importantes.
Lo más urgente y directo es combatir la corrupción, que es de orden estructural y suele estar relacionada con la producción y exportación de opio. Con corrupción no puede haber legitimidad ni confianza, valores esenciales para la vida pública.
En términos de debate, lo más relevante de este libro su aparente choque frontal con las tesis que ahora defienden los mandos militares americanos y de la OTAN en Afganistán. En su reciente informe, el general McChrystal llama a la adopción de una nueva estrategia en la zona: por lo que se ha podido saber, pide más tropas y un redoblado esfuerzo en la defensa de la población civil de los núcleos urbanos. Algo parecido, hay que subrayarlo, a lo que intentaron los soviéticos a mediados de los 80, sin éxito alguno. De acuerdo con Jones, lo que habría que apuntalar son las áreas rurales, caldo de cultivo de los terroristas, ideales para bandidos, criminales y productores de opio.
En suma, esta es una obra de referencia para todos los que están preocupados por la deriva de la intervención militar de la OTAN en Afganistán, así como por el futuro de este país y del terrorismo yihadista. Su lectura arroja mucha luz sobre los límites de lo posible y, desde luego, obliga a una reflexión sincera a nuestros líderes políticos si verdaderamente quieren explicarnos por qué mueren nuestros hombres y mujeres en esas tierras tan lejanas.
SETH G. JONES: IN THE GRAVEYARD OF EMPIRES. AMERICA'S WAR IN AFGHANISTAN. Norton (New York), 2009, 414 páginas.