El Licenciado tuvo en una ocasión en su corral una gallina dorada y repompolluda que comieron por error sus familiares, y era capricho suyo sustituirla por ciertas gallinas constantinopolitanas, de origen bizantino, tan hermosas y sabias que, entre otras virtudes, cacareaban en griego, y en vez de carcaponer decían jaire, como los gallos; en vez de quiquiriquí decían eureka.
Mas no era fácil dar con ellas. Gracias a sus contactos con la curia romana, y a los servicios de un soldado de Flandes, el Licenciado consigue hacerse con un ejemplar único de esa especie única, gallina que había sido la favorita de la esposa favorita del Sultán de Constantinopla, y su intención era regalársela cuando se casara a su sobrina Catalina, la cual acababa de quedarse huérfana y un poco como a su cuidado.
Por uno de esos azares que entreteje el Destino, la fementida gallina hizo la travesía en pleno fragor del combate naval de Lepanto, y sus huevos, aderezados en tortilla, salvaron la vida de un febril soldado español que componía versos y que, entonado por ese milagroso refrigerio, recuperó la salud pero perdió el uso del brazo izquierdo, tras luchar denodadamente contra el turco. Dicho soldado acabaría recalando en Esquivias y convirtiéndose en el pretendiente y futuro marido de la sobrina del Licenciado.
A estas alturas habrán adivinado que estamos hablando de Cervantes, que doña Catalina es la mujer con la que contraería un matrimonio abocado al fracaso, que el personaje de Quijada es el modelo apócrifo de Don Quijote y que las gallinas van a servir de humorístico telón de fondo de una historia cargada de melancolía y reconcomios: la vida de don Miguel de Cervantes Saavedra.
El indudable protagonismo de las gallinas, símbolo de llaneza y de domesticidad, introduce un matiz marcadamente iconoclasta que no se compadece con las solemnidades que pudieran desprenderse de la importancia histórica de los personajes, ni de los principales ni de aquellos a los que Jiménez Lozano enreda en esta "muy verdadera historia", como puedan ser Teresa de Jesús o El Greco.
Por último, creo que es importante aclarar que esta novela, en contra de lo que pudiera parecer, no tiene nada que ver con la celebración del IV Centenario de la publicación del Quijote, si no es la oportunidad de su fecha de aparición. Es evidente que se podría haber publicado en cualquier otro momento, cosa que no puede decirse de mucha de la literatura producida en torno al Quijote y a Cervantes a lo largo del pasado año. Dudo además que haya sido escrita con ese propósito. No es un pastiche al uso, como alguna novela que pretende continuar la de Cervantes, ni un trabajo de ocasión; es, simplemente, una novela más de este escritor, ante la cual ninguno de sus lectores habituales va a sentir extrañamiento alguno, pues ni la época ha sido ajena a su prosa en el pasado ni tampoco el estilo, que, por mucho que se adecue a los tiempos narrados, no se aleja demasiado del que emplea en menesteres más contemporáneos.
Ya trate de Cervantes, o de Jonás, o de Fray Luis, la prosa de Jiménez Lozano no se pone nunca "estupenda", porque procede directamente del legado natural de nuestra lengua, de lo que la poetisa Anna Ajmátova llamaba, para la suya rusa, la "poesía materna".