Pero Olalla también nos advierte de que en el devenir de la ciencia es imprescindible la presencia de hombres y mujeres punteros, hitos propulsores de cambios inesperados, pioneros capaces de dar el último paso cuyo calibre supera al de todos los gigantes que le precedieron. Y reconstruye la biografía de uno de ellos: Max Planck.
Pocas ideas han revolucionado tanto el mundo de la ciencia y, por ende, el resto de las disciplinas del saber como la física cuántica. Y pocas teorías han producido tantos dolores de cabeza a quienes, desde el interés amateur o desde las filas de la investigación profesional, se han adentrado en el mundo de lo más pequeño, de las leyes que gobiernan el comportamiento de los átomos y de las partículas subatómicas a través de lo cuántico. Más de un físico reconocido hoy en día ha confesado que jamás acabará de entender bien los postulados de esta disciplina novedosa, nacida en los albores del siglo XX gracias, sobre todo, a la aportación del alemán Max Planck.
A pesar de su complejidad y su aspecto de saber esotérico, en realidad la física cuántica es el modelo sobre el que se ha fundado prácticamente todo lo que tenemos hoy en día. Sin Planck no tendríamos ordenadores, televisores, naves espaciales… Sin él quedaría aún una frontera por traspasar, un mundo por descubrir, una terra incognita ajena al conocimiento humano a modo de arcano que la naturaleza reservara para siempre: el mundo de lo diminuto.
Adentrarse en el conocimiento de la física cuántica y poder entender, siquiera someramente, sus leyes es una aventura biográfica paralela a la propia vida de Max Planck, un físico alemán inmensamente inteligente, osado, amante de la música y excursionista adicto a la naturaleza para el que la Física no era simplemente una ciencia. Se trataba, más bien, de un conocimiento cercano al arte. De hecho, en numerosas ocasiones declaró que gracias al estudio de esta disciplina podía desarrollar toda su creatividad y su temperamento original, en mayor medida incluso que cuando se sentaba frente al piano.
Desde su cargo de director del Instituto de Física Teórica de Berlín, Planck iba a convertirse en una de las personas más influyentes en la física de su país y, por lo tanto, de todo el mundo occidental. Enseguida dio muestras de ser cualquier cosa menos el típico científico que se encierra en su laboratorio para describir ristras de ecuaciones en la pizarra. Jamás dejó de investigar, es cierto, pero siempre tuvo tiempo para dedicarse a uno de los aspectos de su trabajo que más le gustaban: las relaciones sociales.
Fue un auténtico universalista, obsesionado con estar al tanto de todos los avances que se producían en su rama en cualquier país. Contactaba con sus colegas de un lado a otro del planeta, asistía a cuantos congresos podía y elaboró una red de físicos plurinacional. Además, siempre estuvo atento a la promoción de nuevos valores y se preocupó de la política científica.
Llevaba, casi, una vida de ministro, pero tuvo tiempo para elaborar la teoría científica más revolucionaria de la historia moderna: la física cuántica. ¿Cómo lo hizo?
Carlos Olalla nos desvela parte de la aventura humana que yació bajo este pedazo de historia de la ciencia. Una aventura plagada de éxitos y desgarros pareja al devenir de su Alemania natal, sometida a los envites de las guerras mundiales y el periodo nazi y tachonada de desgracias personales.
Sin duda, parte de lo que le debemos hoy a Planck hubiera sido imposible sin el poderoso espíritu combativo que le sustentó hasta en los peores momentos de su vida y que se refleja en las páginas de estas pequeña biografía.