
La forma de esta novela es ejemplar; parece escrita bajo la mirada atenta de un profesor de estilo que corrige, corrige y corrige hasta dejar limpia la página que, a su vez, tiene que ser examinada por un tribunal de profesores de gramática.
El resultado es obvio: un texto perfectamente inteligible y limpio como una patena. Todo está en su sitio. Todo está a nuestra disposición. Todo es habitable. Las primeras páginas parecen contener las últimas. Todo es sólido. Y, sin embargo, el edifico académico es frío. La forma es perfecta, sí, pero fría. También la trama roza lo exacto, a veces asistimos a la resolución de algunos problemas como si hubieran estado previamente planteados por una computadora o similar.
La geometría que determina esta novela tiene más que ver con el racionalismo, con esa especial manera de abordar lo real al margen de los sentimientos, que con la geometría sobre la que se construye el arte de torear. Sí, el autor ha leído mucho sobre toreros y toros, incluso se pone en la piel de gente que ha sentido de lo que va este complejo y ancestral asunto, pero su geometría taurina, su estética, no responde a la de un torero, un hombre, que se pasa la vida por la cintura con gallardía y temple, aunque a veces rectifique las distancias por miedo a perecer.

Y, sin embargo, es toda esa frialdad, la que tanto aman los personajes clave de esta novela, el principal estímulo para seguir leyendo. Para terminar informándose sobre la vida de Manolete, los negocios más o menos sucios de un magnate de la comunicación, el sobrevivir de unos escritores en formación, el deambular nihilista de unos treintañeros en un país, en unas ciudades, en unos ambientes, que a veces son presentados como si estuvieran en Eslovaquia. Sí, sí, Madrid, Córdoba, El Comercial, Reina Victoria, la Gran Vía, Chicote, etcétera, etcétera, aparecen continuamente en la novela. Nadie dirá que no están correctamente descritos, o sea, escritos, pero quedan al margen de la novela. De la vida. Parecen de cartón piedra.
Nadie piense que esto es una crítica. A mí no me gusta, pero reconozco que Pérez Azaústre ha conseguido una novela brillante, o sea, fría, sin una idea, sin un pensamiento, sobre España. He ahí la principal falla. La vida de una nación parece muerta. No existe. Ni siquiera un hispanista podría haber escrito una novela tan fría sobre España. Una novela sobre Manolete sin la historia de España es toda una proeza. Y que nadie diga, por favor, que eso está resuelto con el encuentro, en México, entre Indalecio Prieto y Manolete.
Pérez Azaústre es un adelantado de la novela que nos viene encima en los próximos años. Falso cosmopolitismo bajo el cartón piedra de una falsa tradición.
JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE: LA SUITE DE MANOLETE. Alianza Editorial (Madrid), 2008, 412 páginas.