Natural de Bañolas (Gerona), Boix heredó de su abuelo el gusto por la lidia en un tiempo en que lo taurino era, antes que una impureza españolista, una cláusula de catalanidad. Su virtuosismo a la flauta travesera, que tantos recelos ha alimentado a sol y a sombra, no es puramente nominal. No en vano pertenece al quinteto que secunda las galanuras de Jerôme LaVoix, una suerte de crooner transpirenaico a medio camino entre Bobby Vinton y Tonino Carotone. A su promiscuo currículum se añade ahora Toros sí, un orgulloso alegato protaurinogalardonado con el Premio De Hoy. El subtítulo, "Una defensa razonada",es la única muesca retórica en una obra que alterna la rumbosa pedagogía y el arrebato airado.
Toros sí es, por emplear un símil futbolístico, una tauromaquia de circunstancias: las propias de un arte que, como Boix reitera de punta a cabo, ha sufrido en Cataluña un proceso de aniquilación cuyos primeros embates fueron la ley de protección animal de 1988 y la declaración de Barcelona como ciudad antitaurina (2004). A semejanza del célebre poema de Niemöller, los taurinos catalanes apenas se sintieron aludidos por lo que, en aquel entonces, se consideró una sucesión de escaramuzas más o menos pintureras que no tenían más finalidad que el contento de la turba nacionalista. Cuando, el 28 de julio de 2010, el Parlamento catalán prohibió las corridas de toros,no había nadie más que pudiera protestar. De ello se ocupa la primera parte del ensayo, "En defensa propia", en lo que constituye un sobrio itinerario (tanto más estremecedor por cuanto se halla desprovisto de alharacas) del acoso y derribo de que ha sido objeto la Fiesta por parte del régimen, que no ha reparado en gastos, omisiones y falacias para tallar la identidad cultural catalana a su imagen y semejanza.
En este sentido, Boix recuerda que la Generalitat, luego de prohibir el Carmen de Salvador Távora (espectáculo que incluía la lidia de una res), fue condenada a indemnizar al dramaturgo sevillano con casi medio millón de euros, dispendio imputable, a juicio del autor, a los caprichos derivados de la ingeniería social. Respecto a las omisiones, la responsabilidad recae casi por entero en la televisión y la radio autonómicas, que proscribió en su libro de estilo la información taurina, así hubiera 20.000 aficionados en La Monumental jaleando a José Tomás o José Antonio Morante recorriera a hombros la avenida Diagonal. Únicamente el puñado de animalistas que se arraciman frente a la plaza para tildar de asesinos y torturadores a los aficionados suelen merecer veinte o treinta segundos de condecoración catódica. En cuanto a las falacias, el blindaje de los correbous no fue sino la burla conclusiva de quienes, durante la tramitación de la ILP, apelaron de manera vergonzante a razones de índole animalista.
Es corriente en Cataluña que los autores de esta clase de alegatos velen los nombres propios a fin de evitar que ciertos encuentros devengan en encontronazos. No es el caso de Boix, cuyas andanadas están desprovistas de lubricante. En el anexo dedicado a quienes ejercieron de cómplices de la prohibición, al sinnúmero de cínicos que, fingiendo estar en la trinchera de la libertad, condujeron la fiesta al cadalso, Boix se ocupa fundamentalmente de dos individuos: Pedro Balañá Forts, actual patriarca del clan Balañá, y David Pérez, el sedicente socialista taurino. Del primero, al que ya sólo le incumbe la indemnización que pueda rebañar de la Generalitat (cifrada en unos 300 millones de euros), señala que, como poco, es corresponsable de la prohibición en virtud de su incuria; del segundo, que neutralizó la movilización de los aficionados arguyendo que tenía en el saco los votos de los socialistas, y que por ello mismo la fiesta no corría ningún peligro, cabe rescatar el sms que el autor le envió en cuanto el Parlamento aprobó la prohibición:
Felicidades por la parte que te toca, maldito traidor.
Hechas las presentaciones, el apoderado de José Tomás reserva el grueso de su ensayo a una serie de "Cavilaciones tauromáquicas" donde, por boca de un conferenciante virtual llamado Mariano Villegas (y que no es sino un trasunto del eminente noctívago y docto aficionado Mariano de la Cruz, al que Jaume Boix, hermano de Salvador, y Arcadi Espada dedicaron una monumental entrevista poco antes de su muerte, acaecida en 1999); por boca de ese personaje, decía, Boix despliega las entrañas del rito del toreo y las coteja con su memoria sensible. El resultado es un tratado de una delicadeza superlativa, una tauromaquia irónicamente demodé en que la voz atildada, soberbia y luminosa de don Mariano se funde con la escritura de alto voltaje del yo Salvador, pródiga en resabios lorquianos de puro indómitos. En ese trance, expuesta la pechera y suelto el verbo, el bañolense hunde el mentón y maldice las corridas televisadas, y deja los oles huérfanos de tilde, y traza un dique majestuoso entre el populacho y el matador, y, aplastado por el cielo de Cádiz, comete la humanísima imprudencia de encomendarse a una estrella fugaz, no vaya a ser que la tierra engulla la sangre del torero herido y las luces del vestido no vuelvan a encenderse jamás.
El pase de pecho que ha de abrochar la reseña lo ejecutará el propio autor. Sólo de ese modo no pecará de rutinario:
En Cataluña se ha impuesto desde el poder político un modelo cultural excluyente para con los toros, por más que la tauromaquia llevara viva y enraizada en todo el territorio más de quinientos años, al tiempo que se han potenciado deliberadamente otras actividades, ya fueran genuinas o inventadas, en nombre de la creación de cierta singularidad nacional, de país normal. Se ha tratado, y se trata aún hoy, de crear conciencia nacional potenciando especialmente la diferencia respecto al resto de España.
SALVADOR BOIX: TOROS SÍ. UNA DEFENSA RAZONADA. Temas de Hoy (Madrid), 2011, 253 páginas.