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EDUCACIÓN

'La escuela contra el mundo'

Gregorio Luri Medrano es un navarro afincado en Cataluña que ha sido profesor en los tres niveles educativos: en primaria, en bachillerato y en la universidad. Es doctor en Filosofía y también licenciado en eso que se llama Ciencias de la Educación, en cuyas facultades me imagino que, tras escribir este libro, no será demasiado bien recibido. Aunque eso, a mi juicio, es un timbre de honor.


	Gregorio Luri Medrano es un navarro afincado en Cataluña que ha sido profesor en los tres niveles educativos: en primaria, en bachillerato y en la universidad. Es doctor en Filosofía y también licenciado en eso que se llama Ciencias de la Educación, en cuyas facultades me imagino que, tras escribir este libro, no será demasiado bien recibido. Aunque eso, a mi juicio, es un timbre de honor.

La escuela contra el mundo tuvo su primera versión en catalán (L'escola contra el món, La Campana, Barcelona 2008). La traducción al castellano es del propio autor, lo cual es una garantía, y más teniendo en cuenta que traduce a su lengua materna. No se le cuelan casi catalanismos, y es de agradecer la prosa clara, eficaz, amena y hasta con una nada desdeñable dosis de chispa, en ocasiones. Por tanto, en este aspecto, los lectores pueden estar tranquilos: Luri escribe bastante bien.

De entrada hay que decir que La escuela contra el mundo (que lleva como subtítulo "El optimismo es posible") es un ensayo sobre educación que se sitúa radicalmente en contra de los planteamientos político-pedagógicos que han llevado a la enseñanza española (y no solo a la española) al desastre. Por eso, sorprende –y seguramente pueda erizar el cabello de muchos lectores de LD– que la versión catalana del libro fuera presentada por Jordi Pujol, en un acto al que acudió el propio conseller del ramo, Ernest Maragall, que dicen las crónicas que traía el libro leído, anotado y subrayado. El hecho de que don Jordi, que votó y defendió la Logse, ahora, una vez fracasado el engendro, y ya en el papel de jubilata, se signifique en contra dice mucho de la cara dura del personaje. Pero arrepentidos los quiere Dios. De lo de Maragall, el hermanísimo, no sé qué decir. A estas horas estará recogiendo los efectos personales de su despacho, y no cabe duda de que ha dejado la enseñanza catalana en una situación tan lamentable como cuando la cogió. O peor.

Así que, por lo visto, Gregorio Luri tiene buena relación con el establishment catalán. De hecho, su libro, que es muy valiente al enfrentarse a numerosos tabúes educativos y políticos, no toca el asunto de la inmersión lingüística y soslaya cualquier referencia a que el catalán, por decisión política, se ha convertido en la única lengua vehicular del sistema educativo de esa comunidad autónoma, pese a que una mayoría de la población –incluido Luri– no lo tiene como lengua materna.

A mí ese silencio me fastidia un poco, qué quieren que les diga. Pero renuncio a condenar por ello una obra que tiene suficientes virtudes como para compensarlo con creces. Además, quiero que conste que, si bien el libro no es un alegato antinacionalista, tampoco tiene, pese a la presentación pujoliana, ni una sola línea en defensa del nacionalismo catalán. Luri, por lo que parece, proviene de la izquierda, o mejor dicho, de ese vago progresismo universitario tan general en su generación (nació en 1955); pero sin duda ha sabido salirse a tiempo del molde progre.

Para empezar, en el título, Gregorio Luri quiere hacer ver cómo la escuela, el sistema educativo actual, se basa en unos principios ideológicos que no solo están de espaldas a la realidad, sino que la niegan y la contradicen. La escuela se sitúa contra el mundo cuando soslaya aspectos como la competencia, la economía y la preparación para la responsabilidad social, de forma que los mensajes buenistas que el niño recibe en la escuela entran en discordancia con lo que ocurre fuera de ella. O cuando trata de evitar al alumno las frustraciones, sin darse cuenta de que precisamente la escuela ha de consistir en un entrenamiento para saber sobreponerse a ellas.

Aunque a la gente ajena a la enseñanza le resulte extraño, lo cierto es que en las facultades de Pedagogía, en las escuelas de Magisterio y en los cursos de Adaptación Pedagógica que han de pasar los licenciados que quieren acceder a un puesto de profesor de instituto se suele negar algo que repugna al más elemental sentido común: la transmisión de conocimientos. Uno supone que enseñar es, sobre todo, transmitir conocimientos. Y no parece que haya nada malo en ello, ¿verdad? Pues bien, la pedagogía dominante nos dice que no, que de ninguna manera, que la escuela ha de dedicarse a una porción de cosas diversas, y que entre ellas el asunto de la transmisión del conocimiento tiene, en el mejor de los casos, un papel marginal. De hecho, muchas corrientes pedagógicas progresistas simplemente consideran ese aspecto de la transmisión como algo reaccionario que es preciso evitar.

Luri está en la línea de autores como Mercedes Ruiz Paz, Inger Enkvist, Javier Orrico, Ricardo Moreno Castillo, Alicia Delibes, Mercedes Rosúa, entre otros, que ya van formando un corpus ideológico de algo que se puede llamar pedagogía del contenido. Reclama la importancia de conceptos como los conocimientos, la memoria, la voluntad (que la pedagogía modelna sustituye por eso más ambiguo e irresponsable de motivación), el esfuerzo, la disciplina, la constancia o la concentración. Y rechaza el relativismo, el multiculturalismo o la asunción acrítica de las nuevas tecnologías como panacea para la mejora de la enseñanza.

Por eso, Luri, que conoce el paño, dedica un capítulo a explicar el nacimiento, el desarrollo y las variantes de esta pedagogía progresista que nos abruma. Por cierto, conviene dejar claro que el origen de la pamema pedagógica es norteamericano, como el de tantas memeces progres asumidas sin rechistar por las huestes antiyanquis. Así, Luri va derribando, a veces con la piqueta de la ironía, todos los muros del edificio de esas autodenominadas ciencias de la educación, que, a diferencia de las ciencias de verdad, no resisten la menor prueba empírica. Y lo hace no solo con un conocimiento profundo del monstruo, sino con un adecuado manejo de la documentación estadística disponible. Entre otras cosas, del informe PISA, del que Luri recuerda que solo pretende medir "competencias básicas elementales". Y aun así, salimos muy mal parados.

Pero Luri, pese a todo, es optimista. Y sus propuestas de mejora parten de la idea dar valor –no solamente de forma retórica– a maestros y profesores. Porque la pedagogía progresista, basada en el constructivismo, sitúa al alumno en el centro del proceso educativo. Según esto, el profesor no ha de enseñar: es el alumno el que debe construir su aprendizaje, y el profesor es solo una especie de asistente, de mediador, de orientador o de motivador. Nunca, dicen tales pedagogos, el maestro será una figura de autoridad, ni en el sentido clásico ni en el disciplinario. Y así nos va. Por eso Luri sostiene que cualquier reforma de la enseñanza fracasará si no conseguimos buenos maestros y profesores. Parece obvio, pero es algo que frecuentemente se soslaya.

Ahora que se ha hecho común entre los altos cargos educativos, centrales o autónomicos, gastarse nuestros dineros en viajar a Finlandia, para traer de allá las recetas de su éxito, Luri nos previene contra los plagios educativos y contra la confianza en recetas milagrosas. Y, por otro lado, aunque se habla mucho del éxito finlandés en el informe PISA, nos recuerda éxitos menos cacareados y mayores en algunos aspectos que el nórdico. Por ejemplo, el de Corea del Sur, el de Flandes, el de Baviera o el de Singapur. Estos casos, que cuentan con sistemas educativos muy diferentes, coinciden en la gran importancia social que se da al conocimiento y en la adecuada selección del profesorado entre lo mejor de cada promoción.

En España será difícil que logremos algo parecido. Recuerdo que la madre de una alumna (y esta anécdota es mía, no de Luri) me trataba de convencer para que no suspendiera en 2º de Bachillerato a su hija. La muchacha tenía una nota bajísima en Lengua, entre otras cosas porque escribía muy mal, con infinidad de faltas de ortografía, de puntuación y de sintaxis, inaceptables no ya en un bachiller, sino en cualquiera con estudios primarios. Yo trataba de hacérselo entender a la madre. Hasta que, con tono lastimero, me dijo: "Pero si ya lo sé. Pero a usted qué más le da. Si, total, ella lo que quiere es ser maestra".

En fin, lean a Luri. Su optimismo no es demencial ni propagandístico, como el zapaterino. Y además resulta terapéutico.

 

GREGORIO LURI: LA ESCUELA CONTRA EL MUNDO. CEAC (Barcelona), 2010, 287 páginas.

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