Hoare se centra en la historia de la caza de la ballena en los siglos XIX y XX, y traza un interesante paralelismo entre el auge de la industria ballenera y el lado más mítico de la historia estadounidense. No se queda en eso, sin embargo, ya que el tipo de ensayo que practica es libérrimo, así que se deja llevar por donde le piden sus vivencias e investigaciones.
Es precisamente la capacidad de investigación de Hoare el mayor valor de Leviatán, donde se nos ofrecen datos y descripciones fascinantes: del proceso de caza y limpieza de la ballena, de la presencia física o simbólica de ésta en distintas culturas, de lo que han escrito de ella naturalistas y exploradores... En estos pasajes, la inmediata, sencilla prosa de Hoare es cautivadora:
A estas alturas, la cubierta estaba bañada en aceite y se había convertido en una gran pista de patinaje; los hombres corrían el riesgo de resbalar y caer por la borda en unas aguas infestadas de tiburones. La vida era algo provisional e imprevisible: otros podían morir aplastados por pesados trozos de carne de ballena, o abrasados por aceite hirviendo, o rajados por los cuchillos de descuartizar. Comparado con los peligros de trinchar la ballena, la revisión de esperma era una tarea muy popular. Se recogía en cubas y los marineros apretaban los grumos del aceite que se coagulaba al enfriarse por no recibir ya el calor corporal de la ballena. Algunos incluso se metían en las cubas como si fuera un lagar en el que pisar la uva (...).
Hoare no se conforma con estos aciertos y trata de introducir largas reflexiones de mayor profundidad, entregándose a la filigrana de forma y fondo. Su ambición supera a su capacidad como prosista, y la caída en el melodrama es excesiva. "Lo que para mí fue una excursión quizá salvó la vida de una ballena". No puede evitar dejarse llevar por el entusiasmo, y en ocasiones roza lo frívolo. Sus comparaciones entre la ballena y el humano pasan de lo simpático a lo exagerado con demasiada facilidad. A propósito del uso de la ballena para fabricar nitroglicerina, escribe: "El mismo impulso que permitió la carnicería en el frente occidental pareció animar la matanza en los océanos del mundo". Tampoco beneficia a la narración las tesis de facultad de filología que a veces parece estar pergeñando el autor, con sus rebuscadas lecturas sexuales o raciales de Moby Dick, por ejemplo.
El modelo de ensayo que propone, tan deslumbrante y ajeno a corsés y estructuras de cualquier tipo, le viene a ratos demasiado grande. Un estilo que Muñoz Molina ha comparado con el de Sebald y el de Chatwin, y en el que sólo unas pocas grandes mentes pueden sentirse plenamente cómodas, controlando un ensayo sin sistema. Hoare es brillante con ciertos tipos de narración, y es una lástima que sienta la obligación de dar mayor empaque a su libro con una serie de reflexiones que ponen en evidencia que su talento como pensador no está a la altura de su capacidad expositiva. La gran baza de estas páginas, que permite la aparición de Melville, Hawthorne, pequeños museos ingleses, serpientes marinas, naturalistas victorianos y decenas de cosas más, es a la vez su gran peligro: la dispersión excesiva. Junto con material muy bien elegido encontramos ideas someras y mal expuestas.
A pesar de esta irregularidad, de que pasemos a menudo de lo sublime a lo irritante ("Ah, el mundo. Oh, la ballena", tiende a repetir el autor con énfasis), Leviatán es un libro muy recomendable, con un mar de datos y anécdotas presentado en la mejor tradición del ensayo anglosajón. Hoare sabe transmitir lo fascinante del mundo de las ballenas, y consigue que le perdonemos que su entusiasmo a veces se desborde ("Ningún escritor, ni antes ni después, ha tenido un tema más épico", dice refiriéndose a Moby Dick). Su trabajo resultará muy del agrado de los amantes de la historia, las ciencias naturales, la literatura; de los cazadores y los conservacionistas y los curiosos en general. Porque Leviatán está lleno de perlas, aunque a veces haya que bucear para encontrarlas.
PHILIP HOARE: LEVIATÁN O LA BALLENA. Ático de los Libros (2010), 500 páginas. Traducción: Joan Eloi Roca.