Para justificar su utilización partidista de la lengua han inventado una serie de mitos que, desgraciadamente, aún perviven, incluso entre la izquierda. En el libro que comentamos, cada una de las patrañas difundida por el nacionalismo en materia lingüística queda refutada. Como de costumbre, repasar la historia permite refutar los clichés al uso. Por ejemplo, es un hecho comprobable, como señala Irene Lozano, que, durante los años en que el Imperio Español dominó Sudamérica, las lenguas dominadas, especialmente el náhuatl y el quechua, salieron fortalecidas.
En este sentido, la autora despliega un grado notable de erudición, y recuerda que no fue hasta un decreto de 1902 cuando se reconoce el español como lengua oficial en nuestro país. No obstante, en realidad la institucionalización política del español no llegó hasta la Segunda República, al socaire del estatuto catalán, en el que se reconocía al catalán como lengua propia. Del escrupuloso estudio de esta obra se desprende que no es posible sostener que en la historia de España se negaran los derechos a otras lenguas distintas del castellano, salvo durante el franquismo.
Junto con esta batería de hechos históricos, Lozano emprende una reconstrucción sucinta pero penetrante del uso de la lengua por parte del movimiento romántico, así como de la influencia de estas ideas en el nacionalismo. Al parecer, teóricos como Herder fueron los primeros en erigir las lenguas como bastiones del espíritu nacional de cada pueblo.
Cada lengua, de este modo, conlleva una visión del mundo que convierte a las personas en miembros de un colectivo que busca, como dicen nuestros nacionalistas, "autodeterminarse". Con sólo hablarla, hasta el foráneo puede expiar el pecado de haber nacido en otro territorio. Incluso "maketos" como Duran i Lleida y Carod Rovira, aun no siendo catalanes de pura cepa, han llegado al Parlament catalán.
En España, esta visión romántica permite explicar cómo el nacionalismo ha fundamentado el derecho de los pueblos a autodeterminarse en la identidad que otorga la lengua. Por supuesto, el monopolio educativo ha sido fundamental para lograr semejante despropósito. A tal fin, la historia se rescribió, y se contrató a profesores que ejecutaron en las aulas uno de los más escandalosos lavados de cerebro que se conocen hasta la fecha.
Como había muchos ciudadanos que ya habían pasado por la escuela, se ideó otro sistema complementario para seguir con la desespañolización total: repartir prebendas y garantizar trabajo a quienes demostraran su adhesión al proyecto nacional. El esfuerzo mereció la pena, y una gran mayoría de los ciudadanos consideró que los únicos legitimados para ejercitar el poder eran los nacionalistas.
Desmontar semejante cúmulo de despropósitos no va a ser nada fácil. Dados los tiempos que corren, quizá resulte imposible. Aun así, saber en qué fallamos y recordar que la libertad se está vulnerando resulta cuando menos tonificante. Por eso, el libro de Irene Lozano Lenguas en guerra es tan recomendable; aunque, bien es cierto, si usted es un buen catalán o vasco, leerlo puede perjudicar gravemente su salud: ¡está escrito en la lengua del Imperio!