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LA LENGUA EXILIADA

La desilusión es el principio de la edad adulta

Imre Kertész es un superviviente de Auschwitz y de la dictadura comunista húngara. Es un héroe intelectual. "La lengua exiliada", el trabajo que da título a este libro, es una de las reflexiones más hondas que uno haya podido leer recientemente sobre el Holocausto y el comunismo. Concluye con una frase inolvidable: "Y si ahora me preguntan qué me mantiene aquí en la Tierra, qué me mantiene con vida, responderé sin vacilar: el amor".

Imre Kertész es un superviviente de Auschwitz y de la dictadura comunista húngara. Es un héroe intelectual. "La lengua exiliada", el trabajo que da título a este libro, es una de las reflexiones más hondas que uno haya podido leer recientemente sobre el Holocausto y el comunismo. Concluye con una frase inolvidable: "Y si ahora me preguntan qué me mantiene aquí en la Tierra, qué me mantiene con vida, responderé sin vacilar: el amor".
Imre Kertész.
Esta frase es sólo una prueba de que estamos ante un extraordinario ensayo, mitad creación narrativa, mitad análisis riguroso sobre la propia obra literaria; mitad novela, mitad reflexión sobre la condición humana en los regímenes totalitarios. Hay otra gran frase en el libro, que sintetiza la vida y el pensamiento de su autor: "Las situaciones desesperadas presentan la ventaja de que uno puede excavar en ellas la libertad sin límites que esconden".
 
Extraer amor y libertad de donde sólo existe odio y esclavitud es el principal cometido de este texto, en realidad, de toda la obra de Kertész. Asistir a la explicación, a veces a la maravillosa narración, de los distintos pasos de ese proceso es uno de los privilegios que tendrá el lector La lengua exiliada. En primer lugar, Kertész nos enseña que sin independencia interior resulta imposible alcanzar la exterior. En segundo lugar, ha creado un lenguaje lineal, puramente artístico y literario, para hablar del Holocausto; un lenguaje que termina con todas las patrañas, "justificaciones" y excusas de quienes escriben sobre Auschwitz desde el presente. Kertész ha conseguido crear el tiempo de tal modo que expresa lo que sucede sin conocer qué tenía que pasar. Es ejemplar y honrado, en tercer lugar, cuando explica que nada puede esperarse de quien no es capaz de sustraerse al lenguaje vigente del "nosotros" totalitario de Auschwitz y la Hungría comunista: en un lenguaje sin Yo ni Tú, como diría Celan, no hay vida.
 
Extraer amor y libertad del odio y la esclavitud nazi y comunista es algo más que una intención, incluso más que un potente estimulo nietzscheano; es una filosofía, una manera de pensar que no puede desgajarse de una forma de existencia. ¿Cómo llamaríamos a esta filosofía? ¡Estoicismo vitalista! ¡Vitalismo! Poco importa el nombre: lo decisivo es la propia biografía que se destila de estos textos vitalistas, de este inquebrantable amor a la vida, que tanto recuerdan la gran filosofía hispánica, siempre dispuesta a mostrar que la libertad no es otra cosa que "la esperanza –diría María Zambrano– rescatada de la fatalidad".
 
Todo el libro, especialmente los relatos autobiográficos, obedece a esa argumentación a favor de un concepto vitalista de la existencia. No sólo se trata de hacer de la necesidad virtud, como la gran filosofía estoica nos enseña, sino de extraer la vitalidad de la crueldad. La prueba de esa argumentación es la exposición pública a que somete Kertész su propia existencia.
 
Él, en efecto, no es sólo un superviviente, de los campos de concentración nazis, primero, y, después, de su continuación en la dictadura comunista húngara, sino que ha conseguido sobrevivir a ello mediante la elevación a arte literario de toda esa crueldad. Mostrar literariamente, y como si fuera de paso, la continuidad del totalitarismo nazi en el comunista no es hazaña menor de este libro de este premio  Nobel húngaro.
 
Kertész es algo más que un escritor superviviente del nazismo y el comunismo. Es un judío húngaro que no sólo ha logrado sobrevivir, sino que ha conseguido plasmar literariamente, elevar a arte, toda aquella fatalidad, en la que otros únicamente hallarían neurosis, desolación y suicidio. En cierto sentido, ha superado existencialmente, quizá también literariamente, a Primo Levi, a Jean Améry, a Paul Celan y a otros tantos que consiguieron también obras de arte del terror nazi pero sucumbieron a la maldad totalitaria, como otros prófugos de la muerte. Lo salvó del suicidio, confiesa paradójica y vitalmente Kertész, la cruel dictadura comunista húngara:
Empiezo a comprender que me salvó del suicidio (…) la "sociedad", que tras la vivencia del campo de concentración demostró en la forma del llamado estalinismo que no podía ni hablar de libertad, liberación, gran catarsis, etcétera, de aquello que los intelectuales, pensadores y filósofos de otras regiones del mundo más afortunadas no sólo mencionaban, sino en lo que a buen seguro también creían; me salvó la sociedad, que me garantizaba la continuación de una vida esclavizada y que de este modo excluía también la posibilidad de cometer cualquier error.
Ser un judío no creyente que no habla hebreo ni yiddish, ser un húngaro no nacionalista, tener un lenguaje prestado que, en cierto modo, envidia la lengua de Goethe, son otras tantas fatalidades de las que Kertész hace emerger amor y libertad, o sea cultura, grandiosa cultura para una Europa Occidental que hace tiempo perdió las referencias de la gran literatura encarnada en la vida, en el proceso de racionalidad pública.
 
Es verdad que su origen judío marca la reflexión sobre el holocausto que le tocó vivir como prisionero de Auschwitz y Buchenwald, pero no es menos verdad que su impresionante cultura, adquirida en su proceso de creación literaria, le permite una de las reflexiones más maduras que yo haya leído sobre el resurgir del antisemitismo. He aquí una muestra, con la que concluyo, de la que no sale muy bien parado el comunista Saramago:
Tengo la impresión de que el antisemitismo, que durante muchos años ha sido tenido a raya, emerge del pantano del subconsciente como si fuese una erupción de lava con olor a azufre. Tanto en Jerusalén como en Berlín, veo en la pantalla del televisor las manifestaciones contrarias a Israel. Veo sinagogas incendiadas y cementerios judíos profanados en Francia (…) Vi al escritor portugués Saramago en la televisión: inclinado sobre una hoja de papel comparaba con Auschwitz el proceder de Israel contra los palestinos, demostrando que no es consciente de la escandalosa irrelevancia del paralelismo que utiliza ni de que el concepto conocido por el nombre de Auschwitz, que hasta el día de hoy tenía un significado bien definido en el consenso cultural europeo, en la actualidad puede utilizarse, sin más ni más, de manera populista y para fines igualmente populistas.
 
IMRE KERTÉSZ: LA LENGUA EXILIADA. Taurus (Madrid), 2007, 168 páginas.
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