Quizá la respuesta más sencilla pase por reconocer directamente que el ecologismo no es una ciencia (sí lo es la ecología), y que la confusión entre ambos términos tiene raíces que van más allá de la simple similitud fonética.
Ángel Guerra y Santiago Pascual, doctores en Biología, expertos ecólogos y amantes de la naturaleza ambos, han desentrañado las causas de esta mistificación generalizada y, lo que es más importante, sus efectos sobre la divulgación correcta de la ciencia. Lo hacen en un libro breve e intenso escrito desde la premisa suprema del rigor intelectual, con ciertos rasgos de nostalgia y que no huye de las dificultades.
Los autores nos alertan desde las primeras páginas de que el uso del término ecología ha experimentado una gigantesca y peligrosa inflación desde la segunda mitad del siglo pasado. La terminología ecológica se ha popularizado por obra y gracia de un tándem peligroso, el conformado por los grupos ecoactivistas (poco dados al rigor) y los medios de comunicación, demasiado entregados a la transmisión acrítica de los mensajes de los primeros.
Como resultado, la ecología ha llegado al gran público desnuda de su ropaje científico, vaciada de todo su rigor académico y restringida sólo a aquellos temas que tienen que ver con el impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente. "En cierto modo –sostienen los autores– la Ecología se ha trivializado tanto que hoy en día es sólo sinónimo de limpieza y recuperación" de paisajes, animales o plantas.
Para estos biólogos, ecólogos y amantes de la naturaleza, tamaña trivialización duele. La ecología es una ciencia inveterada, basada en un añejo y profundo respeto por el medio y un conocimiento objetivo de las complicadas relaciones entre los seres humanos y el resto de las especies vivas. Se trata de un legado demasiado importante como para dejarlo en manos de activistas políticos de la izquierda rojiverde, economistas y gobernantes deudores de la corrección política, intelectuales enamorados de causas perdidas, buscadores varios de vidas subvencionadas y gentes por el estilo. Así las cosas, Guerra y Pascual denuncian el divorcio entre ecologismo y ciencia sin ambages:
La metodología y la retórica del movimiento ecologista no han sido siempre impecables (…) Los que trabajan en hacer realidad un nuevo ethos en la gestión global de la naturaleza han tenido dificultades a la hora de establecer alianzas con los (auténticos) profesionales de la Ecología, despertando en muchas ocasiones suspicacias en la comunidad científica.
La conclusión no puede ser más clara: el movimiento ecologista, que se vende a menudo como resultado de la destilación del método científico en materia ambiental, no goza ni de lejos del aplauso de la Academia. Para colmo, la instrumentalización política de la ecología ha derivado en una catarata de medidas que en muchas ocasiones "no están orientadas a la solución de problemas reales, sino que están más bien motivadas por razones de transfondo mediático o presiones sociales de determinados colectivos".
¿Les parece obvio? Pues no lo es. Sorprende constatar la cantidad de mentes privilegiadas de nuestro panorama gestor que aún no lo consideran así. Por eso no basta con gritar que el ecologismo no es una ciencia, hay que objetivar por qué no lo es, en qué se parece más a una pseudociencia y qué efectos perniciosos pueden derivarse de esto para la correcta difusión de la auténtica ciencia ecológica.
Uno de ellos, magistralmente retratado en el libro, es la popularización de un uso erróneo del concepto "principio de precaución". Estas tres palabras, invocadas hasta la saciedad por los grupos de presión verdes para justificar sus constantes negativas a cualquier aplicación novedosa de la tecnología (desde las centrales nucleares hasta las antenas de telefonía móvil, pasando por los alimentos modificados genéticamente) realmente no significan lo que Greenpeace y sus altavoces mediáticos (es decir, casi todos los medios) suponen. El Derecho Internacional comenzó a referirse al principio de precaución en 1987, en el marco de la II Conferencia Internacional sobre Protección del Mar del Norte, donde se recogía la doctrina alemana del Vorsorgeprinzip de los 70. Hoy, los grupos ecologistas lo utilizan como regla imperativa de abstención: "Ante la duda, abstente". Su aplicación paralizaría cualquier evolución técnico-científica, pues de ninguna de ellas puede sustraerse la incertidumbre. Toda decisión conlleva riesgo. Tratar de eliminar el riesgo provoca la inacción.
Sin embargo, el principio de precaución, tal como originalmente se definió, consiste en limitar la actividad a un entorno objetivo de análisis del riesgo, de tal manera que se pueda invocar cuando haya pruebas definitivas del perjuicio de una actividad, o bien cuando no exista modo científico capaz de evaluar su impacto con garantías.
Errores como éste son comunes en la terminología ecologista, y, lo que es peor, conducen a decisiones políticas carentes de sustento intelectual. Este libro pretende clarificar algunos de ellos desde el análisis científico de los métodos empleados por los movimientos de defensa de la naturaleza.
Sin duda, La descomposición de la ecología es una herramienta útil para aquellos que amamos el medio ambiente, seguimos creyendo que es necesario actuar a favor de su conservación, vemos con dolor las heridas que el ser humano es capaz de infligirle pero queremos seguir considerándonos defensores de la naturaleza sin que se nos caiga la cara de vergüenza cuando escuchamos algunos discursos "ecologistas".
ÁNGEL GUERRA SIERRA Y SANTIAGO PASCUAL DEL HIERRO: LA DESCOMPOSICIÓN DE LA ECOLOGÍA. Netbiblo (La Coruña), 2008, 144 páginas.
JORGE ALCALDE dirige y presenta en LDTV el programa VIVE LA CIENCIA.