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MILNER ESCRIBE SOBRE MAYO DEL 68

'La arrogancia del presente'

Jean-Claude Milner nació en París en 1941. Hijo de un judío lituano y una alsaciana de religión protestante, estudió su bachillerato en el liceo Henri IV y, a los 19 años, ingresó en la Escuela Normal Superior (ENS) de París, donde asistió a los cursos de Louis Althusser y a los seminarios de Jacques Lacan. Es decir, recibió la formación clásica de ese conjunto social que, en su último libro, La arrogancia del presente. Miradas sobre una década 1965-75, llama la "pequeña burguesía intelectual francesa".


	Jean-Claude Milner nació en París en 1941. Hijo de un judío lituano y una alsaciana de religión protestante, estudió su bachillerato en el liceo Henri IV y, a los 19 años, ingresó en la Escuela Normal Superior (ENS) de París, donde asistió a los cursos de Louis Althusser y a los seminarios de Jacques Lacan. Es decir, recibió la formación clásica de ese conjunto social que, en su último libro, La arrogancia del presente. Miradas sobre una década 1965-75, llama la "pequeña burguesía intelectual francesa".

En este libro, Milner utiliza su experiencia personal para explicar qué fue Mayo del 68 y qué influencia tuvo en la sociedad y en la política francesas del último tercio del siglo XX. Advierte de que no se debe confundir Mayo con el izquierdismo francés, aunque ambos movimientos se cruzaran. El izquierdismo francés era, en realidad, una proyección del izquierdismo europeo que reunió a trotskistas, anarquistas, maoístas..., y del que podría decirse que comenzó hacia la mitad de los años sesenta y finalizó mediados los ochenta.

Para describir la relación entre los intelectuales de izquierdas y el Partido Comunista Francés (PCF) durante la posguerra, Milner utiliza la paradoja de Zenón, en la que Aquiles persigue a la tortuga sin darle nunca alcance. Como Aquiles, el intelectual procomunista andaba siempre a la zaga del militante comprometido, sin querer mezclarse con él ni sobrepasarlo.

No se comprenderá nada de lo que es un intelectual de la lengua francesa en los años 50 si no se mide cuán persuadido está de que, también en la carrera doctrinaria, está y estará siempre detrás.

Pero, una vez concluido el periodo del estalinismo, los intelectuales de izquierdas se vieron en la necesidad de redefinir su relación con el PCF. Unos se integrarían en él, como hizo Althusser, y otros, precisamente invocando su althusserismo, por compromiso con la independencia intelectual, repudiaron la militancia comunista. Se puso fin así al zenonismo, Aquiles ya no perseguiría más a la tortuga.

Milner comprende Mayo del 68 más como una "rebelión" que como una revolución que sorprendió tanto a la izquierda francesa como a los gobernantes. Sus actores no pretendían forzar que los gobernados pasaran a ser gobernantes y a la inversa, los rebeldes del 68 querían suprimir la casta de gobernados para que todos fueran gobernantes. No querían ser gobernados por nadie ni por nada. Mayo del 68 no estaba en contra de una determinada autoridad, estaba en contra de la autoridad en sí misma.

Cuando estalló Mayo, la izquierda se vio obligada a tomar partido. Una parte importante decidió ignorar la revuelta y mantenerse en sus principios y estrategias, actitud conservadora que condujo a su desaparición. Otros, escribe Milner, "optaron por la argucia", consideraron que Mayo consolidaba el izquierdismo y consiguieron perdurar; ese fue, por ejemplo, el caso de los trotskistas. Y, por último, hubo quienes optaron por la transformación, rompieron consigo mismos para buscar la concordancia con Mayo, en realidad lo que hicieron fue "transformarse en sí mismos"; en ese caso estaría el grupo que Milner ayudó a constituir y del que da cuenta en este libro, la Izquierda Proletaria (Gauche Prolétarienne).

Gauche Prolétarienne se constituyó en septiembre de 1968 con militantes de la Universidad de Nanterre y jóvenes intelectuales del círculo marxista-leninista de la ENS, gran parte de ellos discípulos de Louis Althusser. Para Milner, fueron "maoístas transformados en maoístas" que reivindicaban la Revolución Cultural sin querer saber nada de lo que realmente estaba ocurriendo en China.

Si en China los estudiantes exigían cuentas a las autoridades académicas, en París habían hecho lo mismo. Esa era la tesis.

La Revolución Cultural, como todas las revoluciones, supuso un corte entre lo viejo y lo nuevo. En Francia, ese corte no dio lugar a dos conjuntos porque lo viejo, con sus tradiciones y saberes, voluntariamente se eliminó, se ignoró, se hizo como si nunca hubiera existido. Esa voluntariedad en la ignorancia es lo que Milner considera intolerable:

La voluntad de ignorancia es un vicio moral. Sólo las limitaciones corporales autorizan a parar de querer saber.

Esta explicación de Milner viene a confirmar lo que con mucha más claridad escribió Jean-François Revel en sus memorias:

Los sesentayochistas creían haberse librado de los aparatos y de las doctrinas incluso de izquierdas. Pura ilusión. En la práctica recargaron su discurso y su pensamiento con las antiguallas marxistas más manidas, por mucho que estuvieran camufladas bajo los trajes nuevos del presidente Mao.

Mayo del 68 fue, para los gobernantes franceses, un "gran susto" que dejó como secuela una especie de miedo irracional hacia esa pequeña burguesía intelectual que había conseguido poner Francia al borde del colapso. Cuando pensaron en la necesidad de asegurar en el futuro cierta tranquilidad social llegaron a la conclusión de que el peligro estaba en la incontrolable arrogancia de la izquierda intelectual. Había, pues, que "atacar sus mecanismos de reproducción, es decir los saberes y las instituciones que los transmiten". Así fue, en opinión de Milner, como se puso en marcha un plan estratégico de destrucción de la enseñanza y de desmantelamiento de las instituciones docentes:

Se sabe de qué modo, en Francia, fueron tratadas la escuela y las universidades en todos sus niveles de organización. Se sabe menos que se estaba implantando una estrategia, consciente en algunos; era preciso erradicar los gérmenes de la arrogancia.

Un plan de destrucción que nunca hubiera podido realizarse sin la ayuda de los sesentayochistas, que, según Milner, constituyen una casta que vive al abrigo del espíritu de Mayo, convertida en una nueva pequeña burguesía intelectual sin ilustración y sin espíritu crítico, aferrada a un progresismo conformista con el único deseo de mantener ciertos privilegios y vivir sin que se le haga pensar demasiado.

Es cierto que la pérdida de interés por el saber, por la transmisión de conocimientos, es ya un hecho bastante aceptado, en Francia y en casi toda Europa. Como también lo es que es muy poca la gente que sabe, o que admite saber, que ese desprestigio de las instituciones académicas como instrumentos de transmisión de los valores y saberes de la civilización occidental obedece a una estrategia premeditada. Ahora bien, no estoy totalmente de acuerdo con Milner en que esa estrategia premeditada fuera un plan concebido por los gobernantes, de todo signo político, para suprimir la fuente de la arrogancia de la pequeña burguesía intelectual: su excelente formación académica.

Responsabilidad de los gobernantes, sí; responsabilidad de los progres ignorantes y conformistas, por supuesto; pero también, y a mi entender sobre todo, responsabilidad de aquellos "maoístas transformados en maoístas", que constituyeron grupos como la Gauche Prolétarienne. Sin ellos, el "sempiterno progresismo" no hubiera tenido la coartada intelectual y la arrogancia moral de que ha hecho gala en todos estos años para oponerse a cualquier reforma sensata del sistema de enseñanza que supusiera la recuperación de aquellos valores que fueron, por esa izquierda del 68, proscritos. Sin ellos, sin su apoyo intelectual y moral, el movimiento no hubiera tenido las nefastas consecuencias que para la educación y la cultura occidental ha tenido. Sin ellos, la Revolución Cultural a la francesa, que supuso la negación de todo lo que constituía el pasado cultural y que describe Milner, no se hubiera producido.

Milner parece añorar aquella juventud que tomó las calles en París hace más de cuarenta años cuando observa el comportamiento de los nuevos contestatarios que se manifiestan, casi siempre de forma violenta, en las barriadas de las ciudades francesas. Jóvenes violentos, ignorantes, sin conciencia y sin ideas, que son un puro objeto social despreciado por todos.

Quien produjo esto no fue Mayo del 68, sino el espíritu sesentayochista; que la vergüenza lo acompañe para siempre. De objetos sociales sin ideas ni conciencia de sí, ¿tienen mucho que temer los señores de la tranquilidad? En cualquier caso, se muestran muy confiados.

Si la explicación de Milner respondiera a la realidad, si la educación en la ignorancia hubiera obedecido a un plan de los distintos gobiernos para eliminar la razón de ser de la arrogancia intelectual de la izquierda, habría que pensar que se equivocaron de parte a parte. Los jóvenes de hoy pueden ser tan arrogantes como los de ayer. En primer lugar, porque la arrogancia es intrínseca a la juventud (la experiencia y el conocimiento del mundo suele hacer a los individuos más humildes) y, en segundo lugar, porque esos sesentayochistas que tanto impacientan a Milner y que han dominado el mundo de la educación han cultivado en hijos y alumnos la despreocupación por el saber y la justificación, cuando no incluso el orgullo, de ser ignorante.

 

JEAN-CLAUDE MILNER: LA ARROGANCIA DEL PRESENTE. Manantial (Buenos Aires), 2010, 192 páginas.

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