Inevitable que así sea, pero no por los lugares comunes que tan a menudo, hélas, acompañan las intervenciones de Espada. Feroz crítico, "altanero y malcarado", que decía el vano cercador de Salamina. Muñidor de políticas de salón o de internet, ese otro lounge, que ha sido el primero desde España en amueblar, cómodamente y con buen gusto además. Sin duda, el talante crítico y el placer de conjurarse facilitan esos adelgazamientos excesivos de la imagen pública. Pero hay otra razón, digamos, de mayor peso (o grosor) para temer a Arcadi Espada (nada más diré de la adulación: para formar un club de fans o groupies huelga siempre la razón). Es la misma, por cierto, que hace temibles a algunos filósofos. De Bacon y Hume a Wittgenstein y Popper. Los que consideran que mucho más urgente que filosofar sobre lo que sea el caso (el Ser, el Tiempo, la Nada) es trazar con claridad la frontera entre lo que sea legítima materia de la filosofía y lo que no son más que falsos problemas.
Arcadi Espada, periodista, ejerce su oficio con los ojos bien abiertos, pero no porque crea lo que tantos ingenuos colegas suyos, a saber, que les basta con describir lo que pasa delante de sus narices para escribir un buen reportaje o una crónica fidedigna. Los mismos, desde luego, y son legión, que creen en la inocencia de la narración o, peor, que la realidad es un orden que desentraña y hace visible el lenguaje. Los ojos abiertos de Espada responden a una necesidad realmente pedestre y, por ello, realmente útil para avanzar: evitar los tropezones. Es tan fácil, está diciéndonos todo el tiempo, de hecho casi siempre sucede que el periodista tropiece con los tics de lenguaje, las frases hechas, la pereza semántica (por ende, moral) tan característica de su oficio. También es aconsejable, añade, evitar atajos y saltos (never jump to conclusions), si no acaba uno fácilmente estrellándose contra la valla publicitaria de la gran metafísica del periodismo, que es, como no podía ser de otro modo, la doxa de nuestros contemporáneos. Todo aquello, tan desaliñado y holgazán como falso, de que sólo hay puntos de vista y que cualquier versión de los hechos vale para reflejar la realidad.
Quien haya adquirido la sana costumbre de leer los comentarios que a diario publica Arcadi Espada desde hace más de cinco años en sus blogs (primero, en arcadi.espasa.com, Premio Blasillo 2005, actualmente en arcadiespada.es y en sus pedagógicas enmiendas al diario El Mundo), agradecerá que el autor haya reunido la mayoría de los directamente relacionados con el ejercicio del periodismo. Periodismo práctico es, en primera instancia, una antología de textos originalmente concebidos para esa variante del género diarístico que es o debiera ser un blog. Espada ha tenido el añadido acierto, al pasar del formato blog al formato libro, de cruzar, imitándolos ingeniosamente, los clásicos manuales de estilo y redacción y de prensa y comunicación. Ordenados en siete epígrafes, y siempre en respuesta a la pregunta práctica por excelencia (¿Qué hacer con, ante o para?), cerca de 130 comentarios de variable extensión, del más cursivo epigrama al análisis detallado, demarcan el terreno de lo que es o habría de ser un periodismo libre de falsos problemas.
Pero no vaya a pensarse que a Espada le interesa señalar erratas o gazapos, esa babilla que se acumula en la comisura de los periódicos inevitablemente, como es normal en quienes hablan de más. Los falsos problemas del periodismo son producto de la repetición de ideas preconcebidas, de la haraganería intelectual y también de la aplicación ciega y sumisa de consignas ideológicas. Esto, de sobras conocido aun por los periodistas desaliñados o simplemente comodones, no es lo destacable en los comentarios de Espada. Sí lo es su método, que aplica invariable y tenazmente, y que podría definirse como el método semántico-moral: los falsos problemas del periodismo lo son siempre en virtud de una quiebra del sentido, del manejo torticero de palabras e imágenes, y esas adulteraciones semánticas son las fallas que a la vez manifiestan y por las que se cuelan los manoseos inmorales de la verdad. Menos puritano que Janet Malcolm ("Todo periodista que no sea demasiado estúpido o narcisista para darse cuenta de lo que sucede sabe que lo que hace es moralmente indefendible"), Arcadi Espada no condena la profesión periodística por sus taras; las anota, expone y explica como lo que son: desviaciones morales propias de maltratadores del sentido. Y, valor añadido, sus juicios condenatorios son siempre pragmáticos, es decir, operativos en un contexto de producción de sentido determinado y nunca generalizadores (Espada aborrece tanto las metáforas como lo que suele considerarse literario, no por afán puritano o talante ascético, sino porque generalizar supone siempre violentar el sentido original o de partida). Cuando afirma, por ejemplo, que "la única extrema derecha vigente" es "la neolengua y el doble pensar", no postula una premisa, sino que extrae una conclusión lógica (en este caso, del tratamiento moralmente repulsivo que dio la prensa socialdemócrata de la muerte de Pim Fortuyn).
Se puede no compartir algunas de las pasiones de Espada. Por ejemplo, Richard Dawkins. O sus ojerizas, como la que lo lleva a despreciar a Sebald. Se puede incluso sospechar que el contraste entre ciencia y literatura al que es tan afecto persigue menos una justa valoración de las virtudes del método científico o las aberraciones literarias que la manía destemplada de arremeter contra tanta literatura verbosa y huera que nos venden como genialidades. Este es el único terreno en el que el Arcadi Espada disciplinado y meticuloso en sus andares se dispara como un caballo desbocado, el único también en el que cede a la facilidad de la generalización. El Arcadi Espada, digamos, más político que analista, menos pedagógico que panfletario. Aunque es difícil reprocharle a quien ha hecho de la descripción de las imposturas la base de su oficio que de vez en cuando no pierda la paciencia. Por otro lado, que lo haga principalmente con la cultura (más bien, con lo que en el periodismo se incluye bajo este rubro) es muy de agradecer, porque la cultura es, en nuestras sociedades, el mayor proveedor de lo que Bacon llamaba los idola fori, las creencias, cuando no supersticiones, de la tribu.
Pero oponer la ciencia a la literatura o, como Espada ha hecho recientemente, proponer su entente en una tercera vía militante parece menos fructífero que definir, para lo que sea el caso (inclusive la ciencia, como han sabido hacer de Frege y Russell y Carnap a Bunge), criterios de demarcación. Es decir, tener muy claro qué es y qué no es comprobable y, por tanto, realmente operativo y productivo. Que es exactamente lo que Espada viene haciendo con su oficio, sobre todo desde Raval. Ceñirse al contexto de producción del sentido y determinar si admite someterse a protocolos claros de comprobación (y falsación). Este es el gran aporte de Espada a la práctica del periodismo: su teorización permanente, partiendo siempre de su ejercicio y sometiéndolo a criterios de comprobación claramente enunciados. De ahí también que sea el único periodista español que ha comprendido la extraordinaria utilidad de internet para su profesión y lo mucho que puede beneficiarse de las nuevas herramientas de comunicación, como los reproductores de vídeo. De hecho, Espada ha incorporado a sus análisis diarios de El Mundo por Dentro, desde el 1 de diciembre pasado, una versión de sus comentarios en este formato. O la escritura digital de sus artículos. O la promoción por internet de sus libros, como este Periodismo práctico, que es habitual en él desde Ebro/Orbe.
Son éstos métodos y herramientas de precisión que recuerdan la famosa definición que daba Bacon del hombre de ciencia en su Novum Organum. Y que copio, a despecho de su longitud y sin ánimo de adular a Espada, sobre todo porque contiene una de las mejores definiciones de la filosofía, que bastaría cambiar por "periodismo" en este contexto, y que lo es porque en ella se plasma la doble naturaleza de una actividad que es o que debería aspirar siempre a ser a la vez práctica y crítica:
Los que han manejado las ciencias han sido hombres empíricos o dogmáticos. Los empíricos, al modo de las hormigas, no hacen más que amontonar y usar; los razonadores, al modo de las arañas, hacen telas sacadas de sí mismos. La abeja, en cambio, tiene un procedimiento intermedio, sacando su material de las flores del jardín y del campo, transformándolo y digiriéndolo, sin embargo, con su propio poder. No muy distinto a éste es el verdadero trabajo de la filosofía; el cual no se apoya sólo ni principalmente en el poder de la mente, ni en el material recogido en la historia natural y en los experimentos mecánicos que se guarda íntegro en la memoria, sino transformándolo y digiriéndolo en el intelecto.
ARCADI ESPADA: PERIODISMO PRÁCTICO. Espasa Calpe (Madrid), 2008, 182 páginas.