Para bien, porque, instalada en los treinta y siete años desde hace más de uno, Kinsey sigue siendo la detective privado con un solo traje negro para fiesta y funeral, asustadiza y temeraria, mentirosa y leal, solitaria y enamoradiza, depresiva y endorfinómana (siempre son excelentes las páginas que le dedica al jogging matinal), empeñadísima en mantener su independencia a la vera de su anciano casero Henry, pero dispuesta a entrar en cualquier historia sentimental contra la que no se quiera defender.
Para mal, porque, como toda criatura policíaca que se precie, Kinsey ni aprende ni olvida (enfermedad moral de la memoria que suele atribuirse en exclusiva a los Borbones españoles) y el recuerdo de sus dos desastres conyugales y el naufragio de todos sus ligues suscitan en los lectores una cierta incomodidad ante la escasa evolución del personaje, que se supone aprende con los golpes y mejora con los errores. No hay tal. Si en la primera parte de “R de Rebelde” tenemos a la mejor Kinsey, la más despierta y simpática, en la segunda padecemos a la más torpe, pardilla, atontolinada e incauta. Al final, resulta predeciblemente idiota. Es como la clásica rubia de las viejas películas de terror, metiéndose en la boca del lobo sin la menor precaución. Ni una miserable pistolita, ni un spray antiviolación, ni una pistola de descargas eléctricas, ni un cuchillito, ni una grapadora: nada. Y eso, en una detective curtida en veinte novelas y veinte mil peligros, resulta inverosímil. Sue Grafton, como buena progre, es inmovilista. No tiene en cuenta la evolución del género, en especial de las autoras y los personajes femeninos. Y en las últimas novelas, ese estilo desenfadado queda un tanto acartonado.
Por lo demás, todo sigue igual. En la ficción, Santa Teresa (se supone que Santa Mónica u otra ciudad californiana similar) sigue floreciendo en los meses en que acostumbran a hacerlo las buganvillas y parece razonablemente encantada de haber escapado a la polución de L.A. y al desierto descarnado e inmobiliariamente asediado que la rodean. Las descripciones son ingeniosas y en ocasiones sutiles, los personajes están bien dibujados, acaso mejor los breves que los largos, y al terminar la novela, pese a ir la acción de más a menos, no nos asalta la idea de abandonar para siempre las andanzas de Kinsey. En la realidad editorial, la traducción no es rematadamente mala para provenir de Barcelona, pero las portadas siguen siendo las peores de cualquier serie de Tusquets. Empiezan a resultar artísticas o, al menos, entrañables de tan horribles. En vísperas del verano, no estorbará en la maleta de los lectores viejos y podría interesar a los nuevos.
Sue Grafton, R de rebelde, Barcelona, Tusquets, 2005, 400 páginas
MUJERES QUE CUENTAN CRÍMENES: Anne Perry (2) – Minette Walters – Jodi Compton – Patricia Cornwell – Patricia MacDonald – Mary Higgins Clark – Donna Leon – Anne Perry (1).