En verdad, creo que es el premiado quien le hace un favor al devaluado, sobre todo en el apartado de la literatura, Príncipe de Asturias. Felicidades, pues, al Premio que, por primera vez en su historia, sale ganando más que el premiado.
La principal aportación de Kadaré a la literatura universal es llevar hasta sus últimas consecuencias el legado fundamental del cristianismo a la civilización occidental. Actualizar, cuando no traer de modo poético e imaginativo, la cultura antigua para aquí y ahora a través del valor moral de la libertad es su estro literario y político. Pocos han conseguido ver, en la segunda mitad del siglo veinte, con tanta perspicacia como Kadaré que la exploración de las milenarias raíces culturales de los pueblos griegos y balcánicos, es decir, de Homero y Esquilo, es imposible de llevar a cabo sin aceptar que el valor moral de un ser humano no depende de sus dones naturales, sino de la utilización que haga de ellos, de su libertad.
Esa idea es el gran regalo del cristianismo a la humanidad. Esa idea de libertad permite a Kadaré realizar una de las críticas más fundamentadas contra el totalitarismo por un lado, y un rescate de las tradiciones culturales griegas y balcánicas por otro lado, que son los dos ejes fundamentales sobre los que transcurre su obra narrativa, ensayística y poética. Desde este punto de vista, está perfectamente justificado que la Fundación Príncipe de Asturias haya reconocido en la figura de Kadaré a un gran estudioso de la tradición albanesa y de la idiosincrasia de este pueblo balcánico. Sus títulos se sitúan en distintos episodios de su historia, como el de la ruptura entre Albania y la URSS, en El largo invierno (1977); las rivalidades entre católicos y ortodoxos, en ¿Quién ha vuelto a traer a Doruntine? (1980), y la ruptura entre Tirana y Pekín, en El concierto (1988).
Uno de los rasgos más característicos de su obra es el de estar permanentemente abierta: Kadaré reelabora sus escritos, los poemas se convierten en relatos, los relatos se alargan en novelas y éstas, en ocasiones, se reducen a cuentos. También comparto con la Fundación que haya reconocido que otra de las grandes cualidades de Kadaré consiste en la recuperación de las grandes preocupaciones y debates de la Humanidad, que toma de la tradición oral y de la literatura clásica, de Esquilo, Homero, Shakespeare, Cervantes o Chéjov, situándolos en el contexto contemporáneo.
En cualquier caso, parece que la crítica al totalitarismo es la cuestión más relevante que se ha tenido en cuenta, como no podía ser de otro modo, para premiarlo. Es el tema central de su obra, que ha quedado plasmado en todos sus libros.
Esta casi obsesión literaria culmina en El palacio de los sueños (1988), publicada en 1981 en Albania, cuando todavía regía la dictadura comunista. En ella, el escritor albanés construye una inmensa parábola de la perversión despótica, en la que, en un país imaginario, una inmensa maquinaria al servicio del poder absoluto, la Oficina del dormir y el soñar, controla la vida onírica de los ciudadanos. A pesar del hundimiento del comunismo, Kadaré continúa sondeando el alma de las sociedades totalitarias, como en Tres cantos fúnebres por Kosovo (1999) y Frente al espejo de una mujer (2002). Sus últimas publicaciones son Vida, representación y muerte de Lul Mazreku (2005) y La hija de Agamenón. El sucesor (2007).
Por mi parte, tengo que volver a resaltar que el matiz aportado por Kadaré a la ya, por otro lado, amplia crítica de la narrativa contemporánea al totalitarismo comunista no es otro que la reflexión, el pensamiento inserto en una narrativa tan limpia como poética en su expresión. Sus novelas son algo más que magníficas descripciones del totalitarismo de la Albania comunista. Detrás de todas ellas, hallamos un discurso muy elaborado y sutil sobre la tragedia más perversa del siglo veinte: el comunismo. La tragedia de nuestra época que está lejos de ser superada.
Así, en su novela La hija de Agamenón Kadaré expresa que los jerarcas comunistas albaneses, igual de crueles que Agamenón en la antigüedad, siempre estuvieron dispuestos a sacrificar a sus hijos para su mayor gloria, que ellos hacían coincidir cínicamente con los intereses de Albania. La terrible lección que extrae Kadaré del mito de Ifigenia, de la heroína épica de la época post-homérica, aplicado al cruel régimen comunista de Albania, es rotunda: debería ser un escándalo moral para todo ser civilizado construir un régimen político sobre el sacrificio de un ser humano. Éste sólo puede tener valor literario, individual y moral, pero nunca político.
En fin, Albania sigue siendo hoy el país más pobre de Europa y uno de los más pobres del mundo, pero puede presumir de un grandioso escritor en albanés. Kadaré es, sin duda alguna, uno de los autores más serios del viejo continente. Más aún, gracias a escritores como Kadaré, en Albania, o Imre Kertész, en Hungría, es decir, gracias a la fuerza de escritores del viejo bloque soviético, paradojas que trae la vida, la Europa occidental pudiera salvar su fuerza creativa.
Ejemplo de esa fuerza creativa es una de sus últimas novelas, Cuestión de locura, escrita en 2004; es en cierto sentido una continuación de su Crónica de piedra. Una autobiografía que nos permite acercarnos simultáneamente a la locura de una familia y de una nación, de un pueblo, que todavía sufre las miserias de sus peores tradiciones. Esta novela es una vuelta a la infancia del autor. Esta perspectiva le permite narrar con ingenuidad y transparencia locuras de una familia de Albania que podrían darse, que de hecho se dan, lejos, muy lejos de estas tierras. Esta novela es, pues, un grandioso texto para comprender muchas lógicas irracionales, pero se me ocurre que, hoy por hoy, es imprescindible para conocer una de las mayores locuras políticas y militares de los últimos años: "Kosovo, cuna del albanismo" frente a "Kosovo, cuna de Serbia".
La principal aportación de Kadaré a la literatura universal es llevar hasta sus últimas consecuencias el legado fundamental del cristianismo a la civilización occidental. Actualizar, cuando no traer de modo poético e imaginativo, la cultura antigua para aquí y ahora a través del valor moral de la libertad es su estro literario y político. Pocos han conseguido ver, en la segunda mitad del siglo veinte, con tanta perspicacia como Kadaré que la exploración de las milenarias raíces culturales de los pueblos griegos y balcánicos, es decir, de Homero y Esquilo, es imposible de llevar a cabo sin aceptar que el valor moral de un ser humano no depende de sus dones naturales, sino de la utilización que haga de ellos, de su libertad.
Esa idea es el gran regalo del cristianismo a la humanidad. Esa idea de libertad permite a Kadaré realizar una de las críticas más fundamentadas contra el totalitarismo por un lado, y un rescate de las tradiciones culturales griegas y balcánicas por otro lado, que son los dos ejes fundamentales sobre los que transcurre su obra narrativa, ensayística y poética. Desde este punto de vista, está perfectamente justificado que la Fundación Príncipe de Asturias haya reconocido en la figura de Kadaré a un gran estudioso de la tradición albanesa y de la idiosincrasia de este pueblo balcánico. Sus títulos se sitúan en distintos episodios de su historia, como el de la ruptura entre Albania y la URSS, en El largo invierno (1977); las rivalidades entre católicos y ortodoxos, en ¿Quién ha vuelto a traer a Doruntine? (1980), y la ruptura entre Tirana y Pekín, en El concierto (1988).
Uno de los rasgos más característicos de su obra es el de estar permanentemente abierta: Kadaré reelabora sus escritos, los poemas se convierten en relatos, los relatos se alargan en novelas y éstas, en ocasiones, se reducen a cuentos. También comparto con la Fundación que haya reconocido que otra de las grandes cualidades de Kadaré consiste en la recuperación de las grandes preocupaciones y debates de la Humanidad, que toma de la tradición oral y de la literatura clásica, de Esquilo, Homero, Shakespeare, Cervantes o Chéjov, situándolos en el contexto contemporáneo.
En cualquier caso, parece que la crítica al totalitarismo es la cuestión más relevante que se ha tenido en cuenta, como no podía ser de otro modo, para premiarlo. Es el tema central de su obra, que ha quedado plasmado en todos sus libros.
Esta casi obsesión literaria culmina en El palacio de los sueños (1988), publicada en 1981 en Albania, cuando todavía regía la dictadura comunista. En ella, el escritor albanés construye una inmensa parábola de la perversión despótica, en la que, en un país imaginario, una inmensa maquinaria al servicio del poder absoluto, la Oficina del dormir y el soñar, controla la vida onírica de los ciudadanos. A pesar del hundimiento del comunismo, Kadaré continúa sondeando el alma de las sociedades totalitarias, como en Tres cantos fúnebres por Kosovo (1999) y Frente al espejo de una mujer (2002). Sus últimas publicaciones son Vida, representación y muerte de Lul Mazreku (2005) y La hija de Agamenón. El sucesor (2007).
Por mi parte, tengo que volver a resaltar que el matiz aportado por Kadaré a la ya, por otro lado, amplia crítica de la narrativa contemporánea al totalitarismo comunista no es otro que la reflexión, el pensamiento inserto en una narrativa tan limpia como poética en su expresión. Sus novelas son algo más que magníficas descripciones del totalitarismo de la Albania comunista. Detrás de todas ellas, hallamos un discurso muy elaborado y sutil sobre la tragedia más perversa del siglo veinte: el comunismo. La tragedia de nuestra época que está lejos de ser superada.
Así, en su novela La hija de Agamenón Kadaré expresa que los jerarcas comunistas albaneses, igual de crueles que Agamenón en la antigüedad, siempre estuvieron dispuestos a sacrificar a sus hijos para su mayor gloria, que ellos hacían coincidir cínicamente con los intereses de Albania. La terrible lección que extrae Kadaré del mito de Ifigenia, de la heroína épica de la época post-homérica, aplicado al cruel régimen comunista de Albania, es rotunda: debería ser un escándalo moral para todo ser civilizado construir un régimen político sobre el sacrificio de un ser humano. Éste sólo puede tener valor literario, individual y moral, pero nunca político.
En fin, Albania sigue siendo hoy el país más pobre de Europa y uno de los más pobres del mundo, pero puede presumir de un grandioso escritor en albanés. Kadaré es, sin duda alguna, uno de los autores más serios del viejo continente. Más aún, gracias a escritores como Kadaré, en Albania, o Imre Kertész, en Hungría, es decir, gracias a la fuerza de escritores del viejo bloque soviético, paradojas que trae la vida, la Europa occidental pudiera salvar su fuerza creativa.
Ejemplo de esa fuerza creativa es una de sus últimas novelas, Cuestión de locura, escrita en 2004; es en cierto sentido una continuación de su Crónica de piedra. Una autobiografía que nos permite acercarnos simultáneamente a la locura de una familia y de una nación, de un pueblo, que todavía sufre las miserias de sus peores tradiciones. Esta novela es una vuelta a la infancia del autor. Esta perspectiva le permite narrar con ingenuidad y transparencia locuras de una familia de Albania que podrían darse, que de hecho se dan, lejos, muy lejos de estas tierras. Esta novela es, pues, un grandioso texto para comprender muchas lógicas irracionales, pero se me ocurre que, hoy por hoy, es imprescindible para conocer una de las mayores locuras políticas y militares de los últimos años: "Kosovo, cuna del albanismo" frente a "Kosovo, cuna de Serbia".