El salvajismo anarquista se ve en este libro por todas partes; incluso se toca, a pesar de que Mir no enjuicia ni valora la ideología anarquista. Es una obra tan objetiva, a veces tan inhumanamente objetiva, que resulta difícil no sentir asco por el anarquismo, a pesar de que éste, o mejor, el anarquismo de CNT y FAI, aparece envuelto en una reparadora ideología moralista.
A quien lea estas páginas le será difícil no asociar las siglas CNT-FAI a los salvajes asesinatos de Barcelona. El paraguas del objetivismo que ha dado en emplear el autor: presentar los buenos ideales anarquistas por un lado y la acción criminal de los anarquistas por otro, es la mejor manera, paradójicamente, para hacerse cargo inmediatamente de que los ideales y la acción eran igualmente perversos.
La descripción que Miquel Mir hace, a partir del diario del criminal anarquista José Serra, de la violencia que sacudió Barcelona entre julio del 36 y mayo del 37 es tan precisa que no deja lugar a dudas: el anarquismo fue de principio a fin un atropello a la razón. Quien lea estas páginas comprenderá que es una absoluta falsedad, una mentira, mantener que en la Ciudad Condal hubo algún tipo de violencia previa y similar a la creada por los anarquistas. El terror sistemático organizado por éstos no estaba justificado ni por el contexto ni, mucho menos, porque estuvieran entregados a una causa justa. ¿O acaso fue una causa justa matar a los cristianos, expoliar los templos católicos y las quemar iglesias? El anarquismo, pues, fue cosa de asesinos. Es la más terrible conclusión de este libro.
El autor, sin embargo, se cuida mucho de decir algo parecido. Pero, precisamente porque cree que no es cosa de enjuiciar el asunto, llega a presentar con tal objetividad los asesinatos cometidos por Serra y otros anarquistas que buena parte de esa documentación ha servido para beatificar a 45 hermanos maristas el pasado día 28. Por fortuna, gracias a la publicación del diario de José Serra y algunos documentos de la CNT-FAI que hasta ahora se desconocían, podemos comprobar la programación de los asesinatos y robos. Es difícil sustraerse al enjuiciamiento criminal del anarquismo en Barcelona. Basta leer el diario de Serra y comprobar el gusto que tenía este hombre por matar para hacerse cargo de mi comentario.
José Serra, el protagonista del libro, fue miembro de la FAI desde los años 20. Pistolero del sindicato, en los años de la guerra formó parte de una de las terribles patrullas de control anarquistas, encargadas de la incautación de bienes –en realidad, del expolio y apropiación de bienes ajenos–, de practicar detenciones y de asesinar a quienes eran considerados "traidores a la revolución". Este personaje es retratado con precisión. Más aún, consigue aparecer como un paradigma: en efecto, su criminalidad parece estar en conexión directa, según se desprende del contenido de estas páginas, con la ideología anarquista.
No obstante, el rostro más descorazonador, más inhumano, del personaje se muestra no tanto en el momento de las ejecuciones, sino cuando escribe en su diario sobre esos crímenes, sin ningún tipo de arrepentimiento. Es duro. El hombre que había robado, expoliado y asesinado para hacerse una pequeña fortuna y vivir en el exilio, en Londres, no se arrepiente de sus tropelías en momento alguno. Antes al contrario, parece sentirse orgulloso de su maldad.
El diario de Serra y los comentarios de Mir son minuciosos a la hora de contar los robos, los asesinatos, incluso cómo aquél consiguió trasladar el botín de sus saqueos a Londres con la ayuda de un cómplice, un brigadista inglés. Jamás hay una palabra de autocrítica, ni de piedad por los asesinados. Es lo más brutal del diario. Y seguramente lo más inmoral de todo el libro sea la presentación de todo con tanta objetividad, y quizá asepsia, que no hay espacio para la crítica ni para la autocrítica, del biografiado o del biógrafo. Terrible.
MIQUEL MIR: DIARIO DE UN PISTOLERO ANARQUISTA. Destino (Barcelona), 2007, 304 páginas.