Tampoco está libre del temor que la revolución de la información y el desarrollo tecnológico despiertan en parte de la izquierda. Basta recordar las admoniciones contra la modernización contenidas en el Manifiesto comunista y puestas al día por la Escuela de Frankfurt, una de las principales referencias del autor en su teorización sobre los medios de comunicación, la producción cultural y las identidades colectivas.
A juicio de Baer, éstas se encuentran amenazadas por el caos creado por el "crecimiento desproporcionado de la información", algo que debe combatirse por la memoria. Argumento ahistórico –o antihistórico– y autoritario, pues pretender la fijación de una "cultura cívica global" es imposible sin un ejercicio previo de censura y canonización. ¿A quién corresponde dictar lo que debe o no ser recordado? ¿Debe haber interpretaciones proscritas?
Son cuestiones que el autor deja sin resolver, aunque celebra –de forma algo ingenua– que la construcción de la memoria haya dejado de ser monopolizada por el Estado. Sin embargo, algunos pensamos que ha ocurrido todo lo contrario, especialmente en nuestro país –por no mencionar la parte del mundo que ha vivido y sigue viviendo bajo regímenes totalitarios y teocráticos–, donde una versión oficial de la historia por decreto ha sido reemplazada en leyes ordinarias y estatutos de autonomía por otra igual de parcial y engañosa que criminaliza a quien la cuestiona. Si a esto le unimos el afán por recrear una España partida en dos identidades políticas puras e irreconciliables, una absolutamente buena y otra inherentemente perniciosa, estaríamos conformando justo el tipo de abuso de la memoria contra el que el libro alerta.
Sin embargo, ni las incoherencias teóricas ni la prescindible presentación de Reyes Mate, algunas de cuyas afirmaciones no dejan de resultar sorprendentes en un intelectual y maestro de su talla, restan valor pedagógico a esta obra como fuente de información y reflexión sobre el recuerdo del Holocausto. Ni el simplismo del filósofo a la hora de tratar la guerra civil española –el primer episodio de la lucha contra el fascismo– ni su apego a la historiografía soviética sobre la Segunda Guerra Mundial –conflicto saldado, según él, por los países aliados con la ayuda de los Estados Unidos– consiguen ensombrecer la brillante y esclarecedora investigación en torno a la representación de la Shoah contenida en Holocausto…
Este discurso chocante e inopinado resulta además útil a la hora de ilustrar el doble error de olvido y camino errado que Mate denuncia respecto a los españoles y la "cuestión judía", precisamente el que él elige para tratar otros episodios de la historia.
Volviendo a la memoria del Holocausto, tras su invisibilidad durante la posguerra, debida según Baer a la conversión de Alemania en aliado y a los erróneos paralelismos entre Hiter y Stalin –hipótesis débil, sobre todo si pensamos en el persistente silencio de la URSS–, se produce en los años 60 y 70 una singularización del genocidio judío. Eventos como el juicio contra Adolf Eichmann (1961), el proceso de Auschwitz (1963-65) y la posterior apropiación del Holocausto como elemento identitario de la comunidad judía americana, sobre todo a través de la obra del superviviente Eli Wiesel, convierten la Shoah en un fenómeno misterioso y por ende irrepresentable.
Este status cambia de forma radical a partir de 1978, fecha de emisión de la serie televisiva Holocausto e inicio del controvertido proceso de "americanización" y "globalización" de la Shoah. Comienza en esos años un debate en torno a los límites de la representación y la banalización de la Shoah en el que el relativismo posmoderno y el revisionismo histórico, que Baer considera un eufemismo de las tesis negacionistas –y en el que parece incluir al historiador Ernst Nolte, imputación harto exagerada–, han jugado un importante papel como creadores de confusión, por no mencionar las sempiternas críticas contra el capitalismo formuladas por los marxistas Marcuse y Adorno, quien incluso llegó a "descubrir" las conexiones estructurales entre la industria cultural y el antisemitismo.
Los capítulos más interesantes e instructivos son los dedicados al papel del cine, la fotografía y la museística en la representación del Holocausto. Así, se narra la polémica suscitada por la serie Holocausto (1978) y los largometrajes La lista de Schindler (1994) y La vida es bella (1998), y se da cuenta de las críticas que estas producciones recibieron desde la revista francesa Cahiers du Cinema, cuyos articulistas denunciaron la incorporación de elementos de la cultura americana y la ruptura de un supuesto canon de sobriedad establecido por Lanzmann en Shoah (1982), obra creada como respuesta a Holocausto. Este academicismo es sin embargo puesto en duda por Baer, para quien la existencia de una "dicotomía válida entre memoria trivial y seria" es cuanto menos cuestionable.
Por lo que respecta a la fotografía, su profusión como medio de reeducación de la población alemana por parte de los aliados en la posguerra no causó el efecto deseado, pues los alemanes no se vieron como responsables; además, los errores en la clasificación del material proporcionaron argumentos a los negacionistas. Más efectiva como instrumento pedagógico fue la exposición, en 1955, de las imágenes tomadas por los propios militares alemanes, que entre otras cosas derribó los mitos de la ignorancia del pueblo y de la pureza del ejército del Reich.
Por último, las transformaciones sufridas por algunos de los museos y salas dedicados al Holocausto reflejan el interés por favorecer un encuentro emocional y la inmersión en la historia; no obstante, se podría caer en el sentimentalismo, la estridencia y la trivialización.
A todas estas discusiones subyace el espinoso tema de la estetización del horror, algo común a las representaciones artísticas de casi todos los tiempos y a lo que el Holocausto no ha sido ajeno. Hasta qué punto es inútil sustraer la Shoah a esta modalidad creativa es una reflexión obligada, a la que Holocausto… exhorta y a la que aporta algunas claves fundamentales.
El libro se cierra con un interesante capítulo sobre España y la memoria del Holocausto, tema incómodo debido a las relaciones de Franco con Hitler y al desconocimiento del tema judío en nuestro país. Si a esto le sumamos la conversión de las víctimas en verdugos, discurso difundido en los últimos años por una parte nada marginal de la izquierda, incluidos importantes políticos del PSOE –fenómeno llamativo sobre el que el autor pasa de puntillas–, el paulatino cambio que Baer percibe, y cuya máxima expresión sería la declaración por parte del Gobierno socialista del Día Oficial de la Memoría del Holocausto –aquí sí parece relevante la mención de unas siglas partidistas–, se antoja excesivamente optimista.
Las últimas páginas están dedicadas al memorial de Rivesaltes, cruce de memorias entre los judíos y los republicanos españoles huidos del franquismo e internados en Francia y un modelo de referencia positivo que intenta soslayar los conflictos que generan las memorias grupales e identitarias. Esfuerzo sin duda loable y que por desgracia se echa en falta en algunos de nuestros intelectuales más importantes, que anteponen militancia a ilustración y propaganda a información, y que bien por descuido, ignorancia o fervor partidista no hacen sino echar leña al fuego de un debate artificioso y fútil debido, precisamente, al dirigismo estatal.
En este contexto, sustituir memoria por amalgama sólo introduce una nueva aporía en la de por sí enredada cuestión de la historia española reciente.
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.