Nació en Berlín en 1905. Tras una infancia y una juventud bastante convencionales y un intento frustrado de convertirse en actriz, comenzó en 1929 su carrera como escritora, animada por Alfred Döblin. Su primera novela, Gilgi, eine von uns ("Gilgi, una de nosotros"), publicada en 1931, tuvo una gran acogida y se convirtió en un éxito inmediato: 30.000 ejemplares vendidos en un año. Sus siguientes obras la convirtieron pronto en una de las escritoras más conocidas del momento en su país. En ellas presentaba a un nuevo tipo de heroína: una mujer joven, realista y desenvuelta que trata de abrirse camino en la vida por sí misma, sin depender ni emocional ni económicamente de los hombres. No son, como quizá pueda parecer, aburridos panfletos feministas: las salva de ello el sentido del humor, la fina ironía con que Keun retrata la sociedad de la república de Weimar, además del estilo fresco y directo y unos personajes –especialmente los femeninos– con los que el público podía identificarse fácilmente.
Entre las amistades de Keun había destacados autores, como Kurt Tucholvsky, Stefan Zweig o Heinrich Mann. Éstos apreciaban su estilo, y le auguraban un brillante futuro. Su carrera se truncó cuando, nada más llegar los nazis al poder, en 1933, sus obras fueron consideradas "dañinas" y "de tendencia antialemana" e incluidas en la lista de libros prohibidos. Keun no se arredró y presentó una reclamación ante el Estado por las pérdidas económicas que le acarreaba tal medida. Naturalmente, con eso no consiguió sino atraerse la atención de la Gestapo. Al final no le quedó otra que abandonar el país, en 1936. Su marido –del que se divorciaría en 1937– se quedó en Alemania, mientras que su amante, un médico judío, se exilió a Estados Unidos. Pero Irmgard no partió hacia América para reunirse con él, sino que, al poco de expatriarse, inició una agitada relación con Joseph Roth, en cuya compañía recorrió Europa durante casi dos años. Durante este periodo escribió algunas de sus mejores obras, que logró publicar gracias a sus contactos con otros autores exiliados pero que no gozarían de la difusión de sus primeros textos.
Tras su separación de Roth, visitó brevemente a su antiguo amante en los Estados Unidos, y regresó a Europa vía Ámsterdam en 1940. Sin dinero y sin pasaporte, en plena invasión nazi de Holanda, decidió regresar a su país, lo que consiguió gracias a la documentación falsa que le proporcionó un oficial de las SS. Pasó el resto de la guerra en Alemania, donde pudo sobrevivir en la clandestinidad debido a que las autoridades la daban por muerta, tras llegarles la falsa noticia de que se había suicidado en París.
Tras la guerra, intentó emprender de nuevo su carrera de escritora, pero su estilo no encajaba en el ambiente de la nueva Alemania. Sólo alcanzó cierto éxito con la adaptación radiofónica de una obra suya de 1936 sobre las aventuras de una niña durante la Primera Guerra Mundial. De su vida entre los años 50 y los 70 poco se sabe: tuvo a su única hija, Martina, se arruinó y pasó varias temporadas ingresada en clínicas y hospitales psiquiátricos a causa de sus problemas de alcoholismo. Su obra, descubierta de nuevo gracias a un artículo publicado en la revista Stern en 1979, fue reeditada durante los años 80. Falleció en Colonia, ciudad en la que pasó buena parte de su vida, en 1982.
Niña de todos los países, una de las tres obras de Keun que ha publicado hasta la fecha la editorial Minúscula en su colección Alexanderplatz, recoge muchos detalles de esta apasionante biografía. Publicada en 1938 en Ámsterdam, está narrada y protagonizada por Kully, una niña alemana de diez años. Despierta, ingeniosa y gran observadora, Kully se adapta a la vida en el exilio mucho mejor que sus excéntricos padres. Aprende a expresarse en varios idiomas, descubre la importancia de los pasaportes y los visados y comprende pronto que un niño se integra mucho mejor que un adulto en un país nuevo,
pero eso, naturalmente, no lo pueden saber los mayores porque no juegan con niños extranjeros.
Se da cuenta de que su vida ha cambiado, cosa que sus padres, a menudo, parecen ser incapaces de entender.
El padre, Peter, escritor de cierto éxito, ha decidido abandonar la Alemania nazi con su familia, huyendo de la falta de libertad y de una guerra que ve inminente. Es el clásico canalla encantador, un individuo absolutamente irresponsable que no está dispuesto a asumir las privaciones de la vida del exiliado: no renuncia a comer en los mejores restaurantes e insiste en alojarse en hoteles de lujo, cuyas cuentas nunca puede pagar. No duda en enviar a su mujer y a su hija como sablistas que despierten la compasión de editores y colegas escritores. Es mujeriego, vanidoso e inmaduro. Apenas se establece con su familia en una ciudad, desaparece en busca de "oportunidades", dejando solas durante semanas a su esposa, Annie, y a Kully.
Annie es una mujer indecisa, nerviosa y devorada por los celos. Soporta continuas humillaciones por parte de su marido, sin ser capaz, siquiera fuera por su hija, de hacer nada por cambiar la situación. A menudo amenaza con regresar a Alemania con Kully, pero, naturalmente, jamás cumplirá dicha amenaza. Prefiere creer una y otra vez en las promesas que le hace Peter, promesas que ella misma sabe que nunca se harán realidad.
Esta familia disfuncional recorrerá media Europa, de hotel en hotel, sin perspectiva de establecerse definitivamente en ningún lugar, mientras se suceden acontecimientos terribles, como la persecución de los judíos, el Anschluss o los preparativos de la inminente guerra. Kully no es consciente de estos acontecimientos, o los interpreta de forma muy peculiar. Tampoco añora su patria, ni lugar alguno; recuerda las cosas agradables de todos los países que ha visitado, pero sin extrañar verdaderamente ninguno de ellos. Lo único que desea es que su familia esté unida, no importa dónde. Tal vez sea éste el mayor acierto de la obra: su reivindicación de la familia como refugio cuando todo se desmorona a nuestro alrededor.
Niña de todos los países se lee con agrado, y el estilo resulta ameno y original. Sin embargo, es una obra, en cierto sentido, fallida. Las situaciones están desaprovechadas, la narración es un tanto caótica y los personajes son, a menudo, demasiado caricaturescos. El padre –en el que muchos creen reconocer ciertos rasgos de Joseph Roth– no resulta atractivo ni interesante, como pretende Keun, sino francamente insufrible. La madre, que debería despertar nuestras simpatías, aparece casi siempre retratada como una neurótica sin remedio. En cuanto a Kully, sus observaciones están a menudo cargadas de una ironía y un sarcasmo inverosímiles en una niña de nueve o diez años, por muy espabilada que ésta sea. Otras veces, en cambio, sus comentarios son excesivamente ingenuos y pecan de artificiosos y poco naturales. No es, lamentablemente, un personaje infantil muy logrado.
En suma, pese a ser un relato original y a menudo conmovedor sobre el exilio, Niña de todos los países es bastante menos interesante que la historia real en la que se basa: la vida de la propia autora.
IRMGARD KEUN: NIÑA DE TODOS LOS PAÍSES. Minúscula (Barcelona), 2010, 165 páginas. Traducción de Anton Dieterich.