En Bandera roja, el historiador y profesor de Oxford David Priestland se sitúa entre los estudiosos de la tercera vía. Se propone penetrar en la mentalidad de quienes hicieron posible que, en el momento cimero de su influencia, un tercio de la población mundial viviera sometido al comunismo. Se interesa por saber qué leían y de qué ideología se alimentaban Marx, Lenin, Stalin, Mao, Ho Chi Min, Ernesto Guevara, Fidel Castro, Mijail Gorbachov y, claro está, las gentes que los siguieron y las sociedades sobre las que actuaron. Y utiliza el mito de Prometeo, que robó el fuego de los dioses para dárselo a los humanos, a fin de simbolizar el ideal cultural comunista.
Según Priestland, la cronología del comunismo no se inició en 1917 con la Revolución de Octubre, ni en el siglo XIX, en que Marx y Engels colocaron los cimientos ideológicos del proyecto revolucionario, sino en el más lejano y dramático 1789 que vio el hundimiento del Antiguo Régimen. Es en la Revolución Francesa donde podemos localizar, por primera vez, "los principales elementos de la política comunista". Robespierre y los jacobinos, en su afán por hacer posible la sociedad ideal (esbozada por Jean-Jaques Rousseau en El contrato social, y cuyos integrantes subordinarían los deseos egoístas a los objetivos comunes), recurrieron a métodos que se reproducirían en los regímenes comunistas posteriores, desde la propaganda y la manipulación del lenguaje hasta el Gran Terror, en que se acuñó la nueva categoría penal de "enemigo del pueblo".
El movimiento comunista se desplazó desde Occidente (Francia, Alemania y Rusia, principalmente) hacia Oriente y el Sur, y a la primera etapa francesa siguieron otras tres: la soviética, que empezó en 1917 y perduró hasta la Segunda Guerra Mundial; la más expansionista, iniciada después de la Segunda Guerra Mundial y caracterizada por un comunismo que, en alianza con los movimientos nacionalistas, se expandió fuera de Europa en aquellos países (Cuba, Vietnam…) en que, a su vez, los Estados Unidos buscaban apuntalar a las elites pro-occidentales; y una última definida por el intento de Gorbachov de aportar energía renovada a un proyecto al que ya le habían comido el terreno, por un lado, el liberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y, por otro, el islamismo, y que se truncó definitivamente en 1989 con la caída del Muro de Berlín.
Bandera roja constituye una buena crónica de los acontecimientos, más descriptiva que históricamente interpretada. Por más que lo haya pretendido, Priestland no ha abordado con la misma precisión todos y cada uno de los demasiados frentes abiertos: la guerra de Vietnam, el experimento cubano, Indonesia, la China de Mao y la de Deng Xiao Ping, la República y la guerra civil españolas, los movimientos de liberación nacional, los frentes populares y los nuevos experimentos globales. Al haber puesto la descripción de lo que sucedía en cada país al servicio de la cronología global del comunismo, ha perdido profundidad y perspectiva, y el lector se ve desbordado por un rosario de datos difíciles de contextualizar. Quizás porque se trata de un especialista en la URSS que realizó estudios de postgrado (1987-1988) sobre la Gran Purga de los años cincuenta en la Lomonosov de Moscú y no tiene por qué tener tanto conocimiento de otros procesos.
Interesante es el abordaje de los textos y las circunstancias que inspiraron a los grandes hombres del comunismo. El Marx influido tanto por la Francia revolucionaria como por la Prusia jerárquica y aristocrática y el romanticismo de Schlegel. La Rosa Luxemburgo integrada en el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), una organización marxista que acabaría por sustituir la religión por una organización que ofrecía a sus cotizantes (más de un millón en vísperas de la Primera Guerra Mundial) cultura, instrucción, conferencias y esparcimiento, un modo de vida que se convirtió en el modelo para los socialistas europeos. El Lenin determinado por la novela de Chernichevski Qué hacer, ese "insuperable bodrio", según Martin Amis, cuyos personajes fueron satirizados por Dostoievski en las Memorias del subsuelo. El Stalin inspirado en Koba, el héroe bandido de una leyenda georgiana medieval. Los guerrilleros cubanos, con Fidel Castro y Ernesto Guevara a la cabeza, fuertemente marcados por el rechazo al "neo-imperialismo y el capitalismo estadounidense". El Ho Chi Min de educación francesa o el amor a Don Quijote del comandante zapatista.
El lector puede extrañarse de la escasa mención a los detractores de los regímenes comunistas, a los críticos o a los perseguidos. ¿Es posible entender la revolución rusa sin señalar la purga de intelectuales que hizo Zdanov en la URSS de los años treinta o sin el decálogo de Gorki sobre cómo debía ser la literatura revolucionaria? ¿Se puede entender la política cultural cubana sin abordar el caso Padilla, por citar un caso próximo? A Solzhenitsyn se lo liquida señalándolo como el escritor de un tétrico relato o como escritor nacionalista conservador deportado a Alemania en 1974… ¿No será que el historiador ha sido abducido por la ideología de los textos que sirvieron para construir la Gran Patria Comunista?
David Priestland lo tiene claro. Resulta que el recorrido por la historia del comunismo y su fracaso se convierte en un interminable preámbulo que anuncia el descrédito del liberalismo, ¡faltaría más!, ya que éste ofreció una promesa de riqueza y desarrollo que no se cumplió en la inmensa mayoría de los países ex comunistas. De ahí el título del epílogo, "Rojo, naranja, verde… ¿y de nuevo rojo?".
¿Conclusión o aviso para navegantes? ¿No será que se ha confundido de mito y en lugar de a Prometeo tenía que haber recurrido al Ave Fénix? O echarle la culpa a Aznar y a Bush: lo mismo sirven para un roto que para un descosido.
DAVID PRIESTLAND: BANDERA ROJA. HISTORIA POLÍTICA Y CULTURAL DEL COMUNISMO. Crítica (Barcelona), 2010, 667 páginas. Traducción de Juanmari Madariaga.