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LIBERALISMO

Hayek, libertad y capitalismo

Obviando a Adam Smith, no hay otra figura liberal tan influyente como el austríaco Friedrich Hayek. Cuando Keynes era un ídolo mundial y sus teorías inflacionistas y pro gasto público eran seguidas por todos los políticos del mundo, sólo él probó que aquellas ideas llevarían al caos económico. Y así sucedió.

Obviando a Adam Smith, no hay otra figura liberal tan influyente como el austríaco Friedrich Hayek. Cuando Keynes era un ídolo mundial y sus teorías inflacionistas y pro gasto público eran seguidas por todos los políticos del mundo, sólo él probó que aquellas ideas llevarían al caos económico. Y así sucedió.
Friedrich A. von Hayek.
Las economías que siguieron el keynesianismo no progresaron, sino que, a medida que sus Estados se quedaban con más de la mitad del PIB nacional, tocaban fondo. No mucho después, Hayek libró otra apasionante batalla intelectual, la del socialismo: demostró que no cabía sostener que un gobernante pudiera organizar la sociedad a su antojo sin fracasar en el intento y llevar la gente a la miseria.
 
Pero ¿quién es Hayek? ¿Un simple economista liberal, o también el pensador que influyó en Thatcher, Reagan o el propio Juan Pablo II?
 
El libro que comentamos esta semana, del profesor de Ciencia Política Josep Baqués, se ocupa de este interesante pensador, que obtuvo el Nobel de Economía en 1976. Sin embargo, la amplitud de miras de Hayek, su amor por la libertad, su defensa del capitalismo o la apuesta que hizo contra el socialismo quedan totalmente desdibujadas por los prejuicios socialdemócratas de Baqués.
 
Por eso, expondremos las ideas de Hayek huyendo del dogmatismo del autor, para a continuación resaltar algunas de las erradas críticas que éste lanza a aquél.
 
De entre todas las ideas de Hayek, quizá la más importante sea su teoría del "orden espontáneo". Para el austríaco –según la autora del mejor estudio hasta la fecha sobre él, Paloma de la Nuez–, el orden social es la "autocoordinación de las actividades humanas sin que medie una inteligencia directora que las ordene". Lo curioso de la sociedad es que conviven millones de personas que no se conocen pero que intercambian bienes y servicios.
 
A nadie le extraña salir a la calle y ver que cada día tiene pan, leche, alimentos, a cambio de un pedacito del esfuerzo que dedica a su trabajo. ¿Acaso está el Estado detrás haciendo que tales productos lleguen a manos de los consumidores? No. Y sin embargo eso funciona a la perfección, sin que nadie lo regule, porque el mercado es un sistema que recoge una información dispersa y la transmite de forma eficaz, gracias a las señales que ofrecen los precios.
 
El mercado transforma la búsqueda del interés individual en bienestar social. Por eso, lo único que podemos hacer es dejar que se organicen los individuos y no entorpecer la cooperación social. La errónea creencia de que los políticos son dioses capaces de coordinar todas las actividades de los hombres ha arruinado nuestras sociedades. Los hombres, por la experiencia del siglo XX, deberíamos saber que somos más bien ignorantes de los deseos, expectativas e intereses de nuestros vecinos: cuando hemos jugado a ser omnipotentes los resultados han sido nefastos.
 
Éste es el motivo por el que Hayek nunca dejó de insistir en que la cultura y la evolución han creado la razón, y no al revés. De ahí que subrayara el papel de las instituciones que, como el lenguaje, surgen espontáneamente: nadie las ha creado de la nada, pero nos sirven en nuestro quehacer diario. En este sentido, también consideró que las costumbres y tradiciones, en la medida en que representan un "saber hacer" acumulado y han pasado la purga de la "prueba-error", tienen un papel destacado en la sociedad. Las sociedades que adoptaron costumbres o tradiciones regresivas fracasaron. En cambio, aquellas que se guiaron por normas como el "no matarás", el "no robarás", el respeto a los semejantes o el mantener la palabra dada consiguieron prosperar y aumentar su población.
 
Llegados a este punto, podemos concluir que Hayek defendió el mercado como el sistema que mejor permite adaptarnos a la vida en sociedad superando las limitaciones propias de la tribu y el rol que desempeñan las instituciones en conseguir que sobrevivamos como individuos libres.
 
Sin embargo, Hayek fue también un ardiente defensor de la libertad entendida como ausencia de coacción, como herramienta para evitar que otros se entrometan en nuestras decisiones e impidan, así, el libre desarrollo de las capacidades individuales. En obras fundamentales como Camino de servidumbre (Alianza) o Los fundamentos de la libertad hizo una crítica feroz a los totalitarismos de su tiempo y advirtió del peligro de que los Estados, por mor de la planificación, se aventuren irremisiblemente por la senda totalitaria. Su profecía de que a medida que se restringe la libertad de elegir las personas se retraen y dependen cada vez más de la coacción, ahogándose así la creatividad y el espíritu emprendedor, se acabó cumpliendo.
 
Teniendo en cuenta lo anterior, no es de extrañar que Hayek planteara limitar el poder del Estado y exigir que las leyes se limitaran a reconocer las mencionadas costumbres, puesto que han servido mucho mejor a la hora de regular contratos o instituciones que la propia legislación del Estado. Y es que ésta carece de la flexibilidad propia de las autorregulaciones sociales.
 
En esta línea de ampliar la libertad y reducir la coacción, el austríaco defendió con ahínco sustituir los impuestos progresivos por tipos proporcionales que no penalizaran el esfuerzo ni expoliaran a los ciudadanos. Hayek trataba, así, de impedir que se pusieran zancadillas legislativas y monetarias a los individuos con iniciativa que consiguen que los productos sean cada vez más abundantes y asequibles para el consumidor. Asimismo, replanteó el papel de los servicios sociales en materias tan importantes como la educación. Por eso sostuvo la necesidad de sustituir el sistema de educación pública por bonos escolares que permitieran a cada ciudadano llevar sus hijos al colegio que quisieran.
 
En su obra, Baqués prefiere desvirtuar el pensamiento de Hayek con los típicos clichés de la progresía. De ahí que le tenga por un darwinista social ("los argumentos de Hayek tienen un aire de familia innegable con las tesis de Charles Darwin") que pide que los ricos paguen menos impuestos para hipotecar "claramente la vertiente social de [las] políticas [estatales], al condenar a los más pobres al pago de unas cifras que, pese a todo, seguirán estando más allá de sus capacidades reales".
 
Frente a Baqués, nos quedamos con la profesora Paloma de la Nuez, que concluye así su obra La Política de la Libertad: Estudio del pensamiento político de F.A.Hayek: "Estamos ante un pensador político de primera magnitud, que trata de recuperar los principios consustanciales a la civilización occidental".
 
En cualquier librería encontrarán lo más granado del pensamiento progre, desde Noam Chomsky a Josep Ramoneda. En cambio, es muy probable que no den con las obras completas de Hayek, editadas por Unión Editorial. Pero si están hartos de sentimentalismo político y de fórmulas agotadas porque buscan una filosofía que les permita entender el mundo tal y como es, y no tal y como algunos quisieran, no se lo piensen, pidan Hayek. No les defraudará.
 
 
Josep Baqués Quesada, Friedrich Hayek: en la encrucijada liberal-conservadora, Madrid, Tecnos, 2005, 182 páginas.
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