Un día tuve que consultar sus Memorias en la edición de la BAE (Biblioteca de Autores Españoles). No pude dejar la lectura hasta pasado un buen rato, mucho después de haber encontrado lo que necesitaba. Desde entonces, y sin necesidad de más investigaciones que la lectura de la excelente introducción de Carlos Seco Serrano a aquella edición, mi idea de Godoy cambió por completo.
Obviamente, Godoy aprovechó su atractivo para su promoción fulgurante en la corte de Carlos IV y María Luisa de Saboya. Y sembró algo más que un principio de inmoralidad, que Jovellanos retrata mejor que nadie cuando cuenta, escandalizado, cómo le invitó a cenar con su esposa, la condesa de Chinchón, y… su amante Pepita Tudó (que luego le arruinaría). La persecución a la que sometió a Jovellanos no contribuía, precisamente, a hacer de Godoy un personaje simpático… Pero todo lo pudieron las Memorias, un texto que por fin, después de muchos años, ha vuelto a las librerías.
En contra de lo que tantas veces se ha dicho, la historia y la literatura españolas presentan excelentes memorialistas. En la época de Godoy, y en la inmediatamente posterior, están las obras autobiográficas de Moratín, Blanco White o el propio Jovellanos; las de Toreno (del que Godoy comenta su "afanoso estilo, pedantemente grave y tontamente campanudo") o las del marqués de las Amarillas, por citar sólo unas cuantas. Godoy no es un primer espada de la prosa como los dos primeros, pero tampoco es un escritor despreciable. Cuenta bien, tiene sentido del ritmo narrativo y sabe suscitar el suspense. A veces –y así lo reconoce él mismo– resulta prolijo, pero es porque los recuerdos se le enredan y no se resiste a aclarar, desde otro punto de vista, lo que va tratando. No suele divagar, y cuando recurre al diálogo lo hace con naturalidad. Algunas escenas con Napoleón y con el futuro Fernando VII resultan memorables. A pesar de una prosa florida y a veces retórica, sabe dramatizar la frase, tensarla e incuso romperla.

A pesar de las lamentables condiciones personales en que redactó su obra, pobre y desacreditado, Godoy está seguro de su valía como político –tiene páginas admirables a este respecto– y orgulloso de su obra. Se indigna, claro está, y se queja, pero no derrama bilis. ¿Hipocresía? ¿Mentiras? Sin duda, pero el arte del memorialista consigue hacerse con el lector. El político con olfato, buena formación y acceso a una información de primera fila también fue un gran patriota. Se advierte en la nostalgia y en la evidente sinceridad de su apego al país.
Habiendo sido testigo y protagonista –también responsable, en buena parte– de una de las crisis más fuertes de la historia española, esa peculiar posición le permitió conocer la grandeza extraordinaria de su país y su caída, tras los sucesos ocurridos durante su gobierno. Se ha hablado de él como el primer regeneracionista, pero Godoy estaba seguro de que si se hubieran seguido sus consejos –y en parte tiene razón–, España, la gran España que él conoció, no se hubiera despeñado como lo hizo después. Hay un tono de optimismo retrospectivo, típico de hombre de acción, que infunde aún más interés al personaje.
Después de tantos años, la figura y la obra de Godoy han sido reivindicadas por algunos historiadores recientes. El estudio de Emilio La Parra sigue siendo de referencia, como lo es –aunque resulta un poco demasiado apologético– el de Enrique Rúspoli, responsable de esta edición. Si tiene curiosidad y unas cuantas tardes, no debería dejar pasar la ocasión de asomarse a este auténtico clásico de la historia española. Lástima que La Esfera de los Libros –de mérito no pequeño, por otra parte– haya optado por una edición abreviada. Deja fuera casi toda la primera parte de la obra. ¿Para qué están tanta fundación y tanto dinero público si no es para ayudar a publicar íntegros textos como éste?
ENRIQUE DE RÚSPOLI (ed.): MEMORIAS DE GODOY. La Esfera de los Libros (Madrid), 2008, 935 páginas.
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