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LA TIERRA ES PLANA

Globalizar las mentes

De cuando en cuando aparece un libro que cambia la forma de mirar el mundo. Éste, del  premio Pulitzer y escritor del New York Times Thomas Friedman, cumple con todas las condiciones para lograr un merecido éxito, ya que es capaz de explicar algo que creíamos superado por Galileo; a saber: que la Tierra es plana.

De cuando en cuando aparece un libro que cambia la forma de mirar el mundo. Éste, del  premio Pulitzer y escritor del New York Times Thomas Friedman, cumple con todas las condiciones para lograr un merecido éxito, ya que es capaz de explicar algo que creíamos superado por Galileo; a saber: que la Tierra es plana.
Detalle de la portada de LA TIERRA ES PLANA.
A pesar de lo que a primera vista parece, las fronteras no importan demasiado. Actualmente, podemos comunicarnos sin necesidad de volar o movernos de nuestros asientos. Sabemos lo que sucede al instante, y hasta podemos ver en las pantallas de nuestros ordenadores en tiempo real a nuestros parientes y amigos, independientemente de lo lejos que estén.
 
El cúmulo de logros en tecnología o libre comercio, junto con la progresiva incorporación de los países en vías de desarrollo a la globalización, está permitiendo extender el bienestar a capas sociales que tenían vedado el acceso a una vivienda o a un futuro digno. Como señala el autor, citando el libro de David Dollar y Art Kray Trade, growth and poverty, "el crecimiento económico y el comercio siguen siendo el mejor programa antipobreza del mundo".
 
Al mismo tiempo, el progreso reduce las diferencias entre empresas grandes y pequeñas. De hecho, hoy cualquiera puede, sin apenas capital, montar una empresa en internet en la que sea empresario, trabajador y comercial al mismo tiempo, o localizar el mejor proveedor de servicios de cualquier parte del mundo, por lo que la brecha entre las grandes empresas y las pequeñas se reduce notablemente.
 
Panorámica del Instituto Indio de Ciencias, en Bangalore.En este sentido, cuando Friedman, al comienzo de su libro, se maravilla de que en Bangalore (la India) multinacionales como IBM o HP hayan establecido empresas que se ocupan de llevar la contabilidad de forma centralizada y call centres, gracias a los que se atiende a los consumidores finales en un perfecto inglés, constata que estas ventajas ya están abiertas a las pymes. Por ejemplo, antes las declaraciones de la renta se hacían localmente; pues bien: hoy por hoy hasta este proceso se puede realizar a distancia.
 
El futuro es el ahora: muchos asesores fiscales norteamericanos deciden encargar a empresas indias que se ocupen de preparar las rentas para poder dar a sus clientes mejores servicios a precios más asequibles. ¿No es increíble que estemos caminando hacia la igualdad de oportunidades ansiada por la izquierda sin necesidad de involucrar a Gobierno alguno?
 
A pesar de los beneficios de la globalización, a muchos les asustará la competencia global y querrán retornar al proteccionismo tribal. De ahí que Friedman indique que  quizá, dentro de no mucho, quepa una alianza entre "los conservadores sociales del ala derecha del Partido Republicano, a los que no les agrada la globalización y la mayor integración con el mundo (…), y los sindicatos del ala izquierda del Partido Demócrata (…)".
 
No sería mala idea que así sucediera también entre "el ala empresarial del Partido Republicano, que cree en el mercado libre, en las liberalizaciones, en impuestos más bajos (…), y los liberales sociales del Partido Demócrata (…), grandes beneficiarios del mundo plano", para que esta coalición tuviera ocasión de establecer las condiciones políticas para incrementar la prosperidad de Occidente.
 
Afortunadamente, para quienes defienden la sociedad abierta, los conservadores de todos los partidos no pueden poner vallas al campo, y menos aún cuando tanto la India como China están llamadas a liderar el futuro gracias a los valores que defienden muchos de sus habitantes. Estos principios que les mueven en su quehacer diario hacen que el autor se pregunte qué pueden hacer los occidentales frente a la avalancha de mentes diligentes y brillantes que ya inundan nuestros mercados con bienes y servicios. Aparte de dejar de decir a nuestros hijos: "Come, que hay niños que no tienen qué llevarse a la boca", parafraseando a Friedman, más vale que les digamos: "Hijo, estudia más que los niños chinos e indios, que ansían tu nivel de vida y harán cuanto esté en su mano por tener el puesto al que tú aspiras".
 
Con semejante gasolina, el motor asiático es más potente que nuestros viejos coches occidentales, tan confortables como lentos en sus maniobras. Por eso, muchas empresas trasladan sus fábricas a esas naciones, en las que sobran las ganas y las regulaciones son más flexibles, reduciendo costes, abriendo nuevos mercados y optimizando sus cadenas de producción. Y, aunque a muchos les sorprenda, estos procesos son beneficiosos incluso para los países que ven migrar sus empresas a otros parajes más recónditos del planeta. Así, Friedman señala que "cada dólar que invierte una empresa en el extranjero, en una fábrica suya abierta en otro país, genera más exportaciones para su país de origen porque casi un tercio del comercio mundial de hoy está en manos de las empresas multinacionales".
 
Pero la mundialización no se detiene en el mero incremento de los beneficios para las multinacionales. Visto de otro modo, si pasáramos de un mundo en el que sólo hubiera quince empresas farmacéuticas y otras tantos informáticas en América y dos por cada uno de los sectores industriales mencionados en China a un mundo en el que hay treinta empresas farmacéuticas e informáticas en Estados Unidos y treinta farmacéuticas e informáticas en China, esto significaría que habría "más innovación, más curas, más productos nuevos, más huecos en los que especializarse y mucha más gente con mayores ingresos para comprar dichos productos".
 
El mundo se hace plano gracias a la integración de avances como internet, la extensión de la división del trabajo –que dijera Adam Smith– y del conocimiento –como defendía el Nobel Hayek–, y, sobre todo, porque el deseo de buscar la felicidad y de mejorar la calidad de vida mueve a buena parte del planeta. La gente no quiere utopías, ni que le laven el cerebro con futuros "fraternales y solidarios donde todo lo falsario acabaría en el pilón", como los que ansiara Luis Eduardo Aute.
 
Un fragmento del Muro de Berlín.Aun con todos estos adelantos, mientras el mundo avanza hacia el derrumbe de todos los muros de Berlín que impiden que el bienestar se extienda, topa con obstáculos insoslayables. El primero de ellos, tal y como aprecia el autor, sería la inminente radicalización del Islam, asunto del que ya nos hemos ocupado en anteriores reseñas. Junto con este punto crucial para entender quiénes son los enemigos de la "Tierra plana" tenemos que mencionar los regímenes políticos que han padecido los países del Tercer Mundo y los valores contrarios al progreso que se difunden en las naciones más pobres.
 
Quizá en este campo es donde Friedman no despliega todo su olfato periodístico. Tampoco acierta cuando pretende ofrecer una batería de medidas progresistas para incentivar el progreso, porque, como saben los lectores de este medio, cualquier propuesta intervencionista produce los efectos contrarios de los que pretende. En la lucha contra la pobreza, hemos podido comprobar cómo cada intento ha sido recompensado con el fracaso más estrepitoso. Por este motivo Friedman resulta un tanto ingenuo; ahora bien, si la izquierda española asumiera siquiera la mitad de lo que este norteamericano defiende en su magnum opus, nuestro país sería modélico.
 
Cuando lean estas líneas, pueden pararse a pensar si lo que sucintamente les comentamos tiene sentido o, directamente, mirar de dónde procede su ordenador. Si tiene un Made in China o un Made in Singapur, compruebe dónde se han ensamblado las piezas, dónde se ha diseñado y cuántos países han participado en su producción. En La Tierra es plana se da cuenta de casos tan reales como el de Rolls Royce, que, a pesar de su definido carácter anglosajón, es considerada una empresa alemana por su implantación en el país de BMW y Mercedes, o el de empresas norteamericanas que obtienen más beneficios en el resto del planeta que en su país natal.
 
La filosofía de la cooperación trasnacional es ya un hecho. Cada vez son más las personas que comparten una visión de la vida basada en el trinomio libertad, independencia y responsabilidad. Internet es su foro y el mundo su casa. Esta es la imperiosa realidad.
 
Parafraseando al filósofo presocrático Heráclito, en nuestro mundo todo fluye... hacia el progreso. Ahora bien, las malas ideas, como el veneno, pueden contaminar el proceso. En nuestras manos está evitarlo.
 
 
Thomas Friedman: La Tierra es plana. Martínez Roca, 2006; 495 páginas.
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