Pero no cabe duda de que si hay dos nombres que cualquier profano es capaz de reconocer, dos especies que nos remontan a los tiempos de nuestro bachillerato, cuando todo era más fácil y novedoso, son los de cromañones y neandertales, los protagonistas de un episodio tan fascinante como aún desconocido.
Hace unos 40.000 años, un grupo de homo sapiens proveniente de África se encontró en las tierras de lo que hoy es Europa con otra especie de homo de aspecto bien distinto, pero de semejanzas genéticas indiscutibles. Los primeros, los cromañones, mantuvieron contacto con los segundos, los neandertales, que llevaban ocupando su propio territorio desde hacía, al menos, 200.000 años.
Los paleontólogos saben que durante algún tiempo ambas especies compartieron espacio, mantuvieron contacto (hay quien defiende que incluso se encontraron sexualmente, aunque sin posibilidad de reproducirse) y, en cierto modo, convivieron. Pero, tras un proceso de sorprendente velocidad en términos de evolución humana, los cromañones terminaron tomando el control y los neandertales se extinguieron. En sólo 10.000 años, los primeros pasaron a ser nuestros antecesores directos y los segundos se convirtieron en una rama más de la evolución perdida para siempre.
Se ha escrito mucho sobre esta historia de 10.000 años de convivencia, lucha, evolución y fracaso, y más aún sobre las causas que pudieron conducir al fin de unos y al éxito de otros. Y buena parte de lo que se sabe está resumido, de manera utilísima para los profanos, en este libro de Carles Lalueza Fox.
De lo que no se ha publicado tanto es de la aportación de las nuevas tecnologías en biología molecular al descubrimiento del misterio neandertal. Si los hombres y mujeres de hoy somos la sopa de genes que somos es, precisamente, porque nuestros antecesores sobrevivieron a otras aventuras evolutivas de otras especies con dotaciones genéticas muy parejas pero distintas. Adentrarse en el ADN de los neandertales a través del estudio genético de sus restos es, en cierto modo, violar la intimidad de aquellos homínidos cercanos para conocer qué acabó con ellos. O, mejor dicho, porque no parece probable que se trate de una extinción exógena, qué les faltó para poder sobrevivir como lo hicieron nuestros abuelos, qué habilidades no tenían, que déficit de adaptación arrastraban, que parte del medio en el que vivieron fue demasiado para ellos.
El trabajo de laboratorio de los genetistas que miran al pasado, incluida la recuperación reciente de material genético de un neandertal ibérico, es una actividad a medio camino entre lo detectivesco, lo científico y lo meramente emocional. Y queda reflejado con gran solvencia en este libro, galardonado con el Premio Internacional de Ensayo Esteban Terreros. Se nota que su autor, como científico implicado en algunos de los hallazgos citados, es protagonista de primera mano de la historia, pero además le adorna una vocación por la divulgación amena y popular que esperamos poder aprovechar en nuevas entregas.